Cada 19 de marzo el cementerio Santa Ifigenia recibe una comitiva poco luctuosa. Este día, la necrópolis de Santiago de Cuba rompe su voto de silencio con cantos y acordes de guitarra.
Llegan los visitantes de muchas partes de la Isla. De La Habana y Santa Clara, de Cienfuegos y Las Tunas, de Guantánamo y Camagüey, de la propia urbe santiaguera. Traen flores en sus manos, pero no pesar en sus rostros.
Están allí para recordar a José Viviano Sánchez en el aniversario de su nacimiento. En el festival que lleva su nombre.
Pepe Sánchez, el padre de la trova y el bolero cubanos, nació en la barriada santiaguera de Los Hoyos en esta fecha de 1856. Sastre de profesión, este mulato libre descolló como guitarrista aun cuando no tuvo formación musical. Lo suyo era talento innato, sensibilidad entrenada por la intuición.
Tenía, cuentan, una bien timbrada voz de barítono. También, un acierto notorio para la composición. Hizo de su casa un sitio obligado para quienes, como él, amaban las tertulias y las serenatas.
Fue amigo de los Maceo y Guillermón Moncada, y mentor de Sindo Garay, a quien puso en las manos su primera guitarra. Fundó un célebre quinteto junto a otros grandes de entonces como Emiliano Blez y Pepe Figarola.
El 19 de marzo Cuba celebra en su memoria el Día del Trovador.
En Santa Ifigenia, los participantes del Festival de la Trova visitan su tumba. No es un panteón ostentoso; mucho menos un mausoleo rematado por alguna escultura. Solo una tarja con silueta de guitarra señala que ahí descansa el autor de “Tristeza”.
Y “Tristeza” se canta entonces religiosamente, como un ritual: “Tristeza me dan tus quejas, mujer, profundo dolor, que dudas de mí. No hay prueba de amor que deje entrever cuánto sufro y padezco por ti”…
Pero el homenaje de este día en el camposanto santiaguero no termina en la tumba de Pepe Sánchez: apenas comienza.
Más que un hombre, se reconoce un símbolo: la trova. Se reverencia a quienes han hecho de este género una reliquia nacional. A los que descansan allí se les evoca con palabras y canciones.
Es el sendero de los trovadores.
La comitiva camina respetuosa por las calles y pasillos de Santa Ifigenia, hasta llegar a una de las tumbas señaladas. Entonces, un orador rememora al allí sepultado y se colocan flores en su nombre. Luego, es el turno de las guitarras.
Así se recuerda a Ramón Ivonnet, el joven trovador que participó como oficial mambí en la invasión a Occidente y cayó combatiendo en 1896 en Tumbas de Estorino, a las órdenes de Antonio Maceo.
También al gran Miguel Matamoros, del que se canta “Juramento”, “Reclamo místico” o “Son de la Loma”; a Félix B. Caignet, que no fue trovador propiamente pero compuso esa joya que es “Frutas del Caney”; a Ñico Saquito, cuyas guarachas son entonadas a coro por los presentes; y a Francisco Repilado, “Compay Segundo”, en cuya tumba se escucha nuevamente el “Chan chan” o “Las flores de la vida”, título de una de sus canciones que corona el monumento.
Tampoco se olvida a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, autor junto a Francisco Castillo y José Fornaris de “La Bayamesa”, considerada la primera canción trovadoresca cubana. Ni a José Martí, poeta mayor, a quien suele cantársele antes que a ningún otro en Santa Ifigenia.
Y aún faltan muchos, que se recuerdan cada año en el cementerio aunque no siempre alcance el tiempo para visitar sus tumbas.
Recorrer el sendero de los trovadores ya es una tradición, infaltable en el Festival de la Trova Pepe Sánchez, que –con la que termina este domingo– ha tenido 55 ediciones en Santiago de Cuba.
No hay morbo en ello y sí justicia. Merecimiento y tributo. Razón mayor.
La trova cubana es un patrimonio y sus hacedores todos son sus escuderos. Con la tristeza o el amor en el pecho, un trago de ron en la garganta y las manos sobre las melodiosas cuerdas.
genial… super…
Ellos eran y Son de la loma y ahora cantan en el cielo. Hermosa evocación de una de las más genuinas tradiciones culturales cubanas. La Trova Santiaguera. Larga vida a la poesía cantada.
Gracias Eric por esta crónica hermosa sobre Santiago y la trova