El Caribe está bajo ataque, no de un poder extracontinental, ni del terrorismo fundamentalista, sino de un enemigo mucho peor: las fuerzas ciegas de la Naturaleza. Las lluvias y los vientos del huracán Irma han causado una devastación bíblica.
Barbuda se ha llevado, para su mal, los mayores titulares: casi totalmente destruida.
Gaston Browne, primer ministro, declaró que “la isla está prácticamente inhabitable”. Más del 90 por ciento de las edificaciones en esta pequeña isla de 160 km2 fueron destruidas por Irma.
“Las personas corrían de casa en casa y habían coches volando sobre nuestras cabezas. Había gente que se amarraban con sogas a sus techos para que no volaran”, narró una residente de Barbuda a BBC Mundo.
En otros países caribeños, no tan golpeados directamente, se reportan sin embargo severos daños en la producción agrícola y en la infraestructura de transporte terrestre.
La plage de Maho Beach sous des conditions extrêmes à #SaintMartin. Vidéo complète 2017 Ptztv https://t.co/4gYqMhaWlI#Irma pic.twitter.com/SMcxoa6LoI
— Keraunos (@KeraunosObs) 6 de septiembre de 2017
Como cosida por arriba, con penetraciones del mar pocas veces vistas, en Cuba los daños estructurales y ecológicos han sido descomunales.
Ha sufrido particularmente la cayería del norte de Camagüey y Ciego de Ávila, uno de los enclaves del turismo y generadores de sustantivos ingresos a la economía nacional.
Devastación parece ser la palabra de orden en Cayo Romano, Cayo Coco y Cayo Santa María. Sin embargo, las pérdidas humanas en Cuba no deben ser abundantes gracias a un sistema de defensa civil actuante después del ciclón Flora, en 1963, que llegó a evacuar entonces a alrededor de 2,5 millones de personas, cifra sin precedentes en la historia de estos eventos. Según la Defensa Civil cubana, esta vez, con Irma, más de un millón de almas han sido trasladadas a lugares seguros.
Pero si las agresiones naturales dejan a los cubanos una lección, más allá de la devastación de aludida, es la debilidad de su fondo habitacional, consecuencia de un acumulado cuya solución resulta impostergable ante la eventualidad de otros fenómenos semejantes en la época del calentamiento global.
Camagüey tras Irma. Fotos: Radio Cadena Agramonte
Y no solo se trata de esos pequeños pueblos dispersos por toda la geografía nacional, sino también de muchas ciudades medianas donde a menudo la expresión “viviendas” constituye un eufemismo. Y la cuestión no se resuelve reemplazando lo arrasado por lo mismo, sino mediante una estrategia alternativa. Y habrá que hilarla en medio de viejos y nuevos desafíos, porque se trata de un problema de seguridad nacional.
Si fuera un animal, Irma sería el 666, el número de la Bestia. Ojalá su alejamiento de las costas cubanas sea válido para lo que resta de temporada, pero sobre todo para que el examen del pasado lleve a resolver los problemas constructivos del futuro. Para que un engendro como este no vuelva a hacer pedazos los techos y las paredes de las gentes, como aquella gran pata celestial del Apocalipsis 2, 27-28: “y los harán pedazos como a ollas de barro”.