Acodado en la oscura barra de 118 años, un Hemingway de bronce parece mirar con sorna a quienes peregrinan al bar-restaurante Floridita, atraídos por la mística del legendario Papa. De todo el mundo llega gente tras la ruta hemingwayana, y quizás algún que otro candidato a escritor aspire a encontrar su musa en el trago inmortalizado por el mítico aventurero: el daiquirí.
Desde el rincón donde el escultor José Villa Soberón lo puso a observar el local, la figura broncínea se confunde con un parroquiano más. Cualquier día de estos, su atormentada alma reencarna por el deseo irrefrenable de pedir una vez más su propio daiquirí, sin azúcar ni limón, con jugo de toronja y doble ración de ron, medicina personal de un diabético sin miedo a vivir…
El idilio entre Ernest Hemingway y el Floridita nació cuando el local pasaba el siglo de existencia. Tras su barra reinaba ya el barman Constantino Ribalaigua cuando un día de 1928 entró el novelista buscando un baño. Saciadas sus urgencias, el escritor quiso aplacar el calor y alegrar el gaznate en su primera visita a La Habana.
Constantino le dio un daiquirí, y la vida del Papa jamás fue la misma… Tanto le gustó que en su novela Islas en el Golfo, escribió que la bebida del Floridita “no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en ninguna otra parte del mundo”.
Fundado en 1817 con el nombre La Piña de Plata, justo donde desemboca la calle Obispo viniendo del puerto, el bar se llamó sucesivamente La Florida y Floridita. Si bien es mundialmente reconocido como “La cuna del daiquirí”, el trago de marras tiene su origen en la playa homónima de Santiago de Cuba. Sin embargo, el daiquirí como Dios manda se le debe a Constantino, que a la mezcla de azúcar, limón y ron le agregó unas gotas de marrasquino y el hielo frappé.
Sin dudas, que Hemingway adoptara el Floridita como su “oficina” contribuyó a darle fama, pero por méritos propios el bar era preferido por la bohemia habanera y personalidades de paso como Ava Gardner. En 1953 la revista Esquire lo consideró entre los siete más famosos del mundo, y actualmente destaca entre los 10 mejores bares literarios del orbe. De hecho, la página de referencias turísticas TripAdvisor recientemente lo premió con su Certificado de Excelencia.
Con dos campeones mundiales de Habanosommelier, el Floridita cuenta además con un personal eficiente y capaz de disertar sobre maridajes y cocteles, sin miedo a la competencia que crece, sobre todo en el sector privado. Al contrario, concursos como El Rey del Daiquirí abren sus puertas a las nuevas generaciones de barman, para defender un trago que, junto al mojito y el Cuba Libre, es un estandarte de la coctelería nacional en todo el mundo.
El Floridita ofrece unos 18 sabores de daiquirí, y aunque cada maestro tiene su librito, para el barman Nicolay Mesa el secreto está en “hacerlo mucho”. Al igual que los demás cantineros, Nicolay ya casi mezcla los ingredientes por instinto, y el pulso nunca le falla. Se saben evaluados a diario por los clientes, por la historia, y por un personaje de bronce que no solo sabía escribir. Hemingway sabía beber, y sobre todo su daiquirí, inevitablemente en el Floridita.