Las barberías cubanas son sitios únicos. Ya sean salones de varias butacas o habitaciones de una sola silla, en ellas se alimenta una cofradía, un estrecho vínculo entre el barbero y sus clientes, muchos de ellos habituales.
A las barberías no se va solo a cortarse el pelo. Lo mismo se habla de pelota que de fútbol, se comentan las noticias internacionales y los últimos “sucesos” del barrio. Es una tradición que pasa de los mayores a los más jóvenes, de los padres a los hijos, no importa cuán desarrollado marche el mundo.
En Cuba, las barberías existen desde que en la colonia el Cabildo Habanero concediera una autorización a Juan Gómez para ejercer como barbero-cirujano en el ya lejano 1522. Mucho ha llovido desde entonces, pero el oficio sigue siendo popular.
Aunque la esencia de su trabajo se mantiene –a pesar de que ya no sacan muelas–, los barberos de hoy no lucen igual a los de antaño ni sus pelados son los mismos. Tampoco sus precios.
Ya sea en un salón arrendado o en su propia casa, los barberos siguen convocando como antes y tijera en mano –o máquina y secador– esperan a sus clientes día tras día. Lo mismo en La Habana que en Jatibonico.
Sencillo y excelente el articulo, en las barberias uno se pone mas al dia q con cualquier periodico