Hay un hombre en la ciudad que es el quitador de carteles. Como su trabajo es obra anónima— igualito que los carteles—, supongamos que es un hombre solo y no una brigada que conforma el bando “otro” en esta guerra entre pintores y raspadores anónimos.
El quitador de carteles no tiene pintura, pero igual debe borrar lo que otros escriben en muros y paredes; usa entonces una espátula o cuchillo metálico con el cual raspa y elimina las marcas dejadas por los demás… mientras, va dejando en el acto la suya propia, tan o más chapucera que las que estaban antes, hasta tanto llegue la pintura que, mucho después, devuelve el tono de la civilización a los soportes manchados.
He notado que nuestro protagonista tiene cerca de 45 minutos para ejecutar su misión, a juzgar por el tiempo que transcurre entre la aparición de un letrero y la supresión del mismo, de modo que se hace bastante difícil conocer el contenido exacto de los garabatos. Sin embargo siempre se puede adivinar debajo de los raspones, haciendo un ejercicio profundo de abstracción y vista de águila.
Los carteles casi siempre son creaciones de adolescentes aburridos que se creen “Licántropos”, y escriben esa palabra dondequiera, porque en sus casas quizás no tengan ni cuarto propio donde dibujar; graffiteros que protestan porque no tienen espray y pintan entonces con carbón o crayolas negras; y disidentes que insisten en dejar sus huellas como mismo lo hicieran los primitivos de las cuevas de Altamira… porque los jóvenes de Mayo del ‘68 tuvieron un poco más de imaginación.
Camagüey es ahora mismo una gran pancarta mal pintada y peor borrada por el quitador de carteles. Los trazos hechos al descuido dejan leer cosas tan disímiles e inconexas como “CDR-5 Zona-32 República Popular Democrática de Yemén”, “Licántropos 666”, “Educa a tu hijo para una vida féliz”,“¿Dónde estará mi otra chancleta…?”, “Zapata Vive”, “No jugar pelota. PNR”, “Cambio”, “Cristo viene”, “No botar basura. PNR”, “A elegir al mejor y más capaz”, “No se puede dar agua”, “Kevin, maricón”, “Las dictadoras: el piquete más calientes de la EVA”, y casi todo lo que se puedan imaginar.
Todo esto es a pesar de la intensa campaña de brocha gorda que acontece aquí desde hace unos meses, cuando llegara a la provincia el actual Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba. Todo a pesar de la campaña por el rescate de buenas costumbres, o la cacería de brujas contra “manifestaciones inmorales”, que llegó con fuerza oriental luego del último discurso de Raúl ante el Parlamento cubano.
Camagüey nunca tuvo tradición de urbe chapucera, y si la costumbre se asienta, como parece que sucederá, será una tradición que nos llegó de otra parte o de circunstancias urgentes. Aquí la gente prefiere la intimidad de sus cuartos para disfrutar de sus propias creaciones, y desde siempre la ornamentación de los hogares tuvo mayor fuerza de las puertas hacia adentro. De modo que veo muy extraño este repentino despertar del garabato público en la ciudad.
Si a eso le sumamos los cartones que anuncian las ventas de cuanto pueda concebirse, empezando por 4 o 5 casas en cada CDR, obtendremos un enorme periódico de cemento, acaso más fiel a su tiempo que la prensa original, con faltas de ortografía, aclaraciones ofensivas como “Ni vendo ni compro nada, no moleste”, “El doctor no atiende en la casa, no moleste” y hasta esbozos de situaciones sexuales bastante carcelarias, faltas de todo erotismo y gracia.
Ahora que Camagüey se acerca a sus primeros 500 años de fundada, sabemos que mucho ha cambiado en la cultura de sus pobladores, y que un día podemos ver la ciudad convertida en un suburbio de Nueva York a lo cubano, en el que no sabrá el resucitado Carpentier si la luna que mira es luna verdadera, o solo un anuncio más de luna,… pero cheo a más no poder.
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