Entre 2002 y 2004 el gobierno cubano, agobiado por las dificultades financieras, el elevadísimo y creciente precio del petróleo, la escasa rentabilidad agroindustrial y la baja pertinaz de la cotización del azúcar en el mercado mundial, decidió romper radicalmente con una tradición de cuatro siglos que había hecho de la producción azucarera la locomotora de la economía nacional.
Se procedió a un desmontaje parcial: los centrales en producción disminuyeron de 156 a 61, desaparecieron decenas de miles de puestos de trabajo y la superficie de cultivo se redujo de dos millones de hectáreas a unas 750 mil. A la vuelta de unos años la debacle llegó.
En 2010 la zafra fue calificada de “pésima” en producción y eficiencia. Desde 1905 el país no registraba una campaña azucarera tan pobre: solo 1,1 millones de toneladas.
La radicalidad extrema de las medidas tomadas a principios de esa década y la caída abismal sufrida en su final, alimentó la percepción de que ya nunca más la caña reinaría en Cuba. Parecía acabar definitivamente un ciclo histórico que, para bien o para mal, se extendió desde mediados del siglo xix hasta casi finales del siglo xx, período en el cual las exportaciones de azúcar y sus derivados llegaron a representar entre el 70 y el 80 por ciento del valor total de bienes exportados.
Pero las autoridades declaraban entonces que la “industria azucarera cubana dispone de suficiente capacidad en 61 centrales para lograr en una campaña-promedio de 110 días, más de tres millones de toneladas. Ese volumen de crudo puede incrementarse según crezca la oferta de caña”.
Si no hay caña…
A la altura de 2010 era ya evidente que, ante la recuperación de los precios en el mercado mundial, favorecidos por el uso cuantioso de caña para producir etanol en varios países, había que retomar una estrategia azucarera que recompusiera, en una nueva escala, lo que otrora fue la “principal industria” cubana.
Desde los Lineamientos de la Política Económica se traza a la agroindustria azucarera el objetivo primario de incrementar de forma sostenida la producción de caña, y se establece la diversificación de las producciones según las condiciones del mercado internacional.
Este programa exige observar el precio internacional del azúcar para la formación de los precios de compra de caña y de azúcar a los productores nacionales. En lo adelante, se buscará que resulten estimulantes en relación con el resto de los cultivos.
Por otra parte, se llama a avanzar en la creación y recuperación de las plantas de derivados y subproductos de la industria azucarera, priorizando las destinadas a la obtención de alcohol, alimento animal, bioproductos y otros.
Cada uno de estos presupuestos desemboca en una nueva política que busca un incremento considerable de caña. Una rectificación de la mirada que, a principios del siglo xxi, promovió junto con el desmontaje de los ingenios, el de sus campos aledaños.
Pero los deseos todavía no se hacen realidad. La zafra 2012-2013 tuvo escuetos resultados. Solo se cumplió el 89 por ciento de lo planificado. Se dejaron de producir 133 mil toneladas de azúcar que, cotizadas a 400 dólares cada una, suma un déficit de más de 53 millones de dólares para una economía muy necesitada de divisas. Una de las causas: la falta de caña para moler.
Los plazos del desarrollo y la inversión extranjera
Quedan por activar muchos resortes. Uno de ellos es la entrada de capital extranjero para dinamizar cuanto antes el desarrollo de la muy deteriorada agroindustria azucarera, considerando su importante potencial multiplicador para la economía del país.
Cuba necesitaría incrementar de 3 a 10 millones de dólares el monto de las inversiones anuales para mejorar la calidad y cantidad del azúcar que produce. La empresa estatal cubana de azúcar (Azcuba), se ha venido rigiendo por un esquema que le permite utilizar solo el 62 por ciento de sus ingresos en divisas para financiar las operaciones, reparaciones e inversiones.
Azcuba ha informado que prevé crecimientos de producción de entre un 15 y un 20 por ciento anuales. Esto puede parecer muy poco y lento a los que piensan que la agroindustria azucarera debería desempeñar un papel de importancia para convertir a Cuba en un país “sustentable y próspero”.
Si no se diera un vuelco en la productividad y la eficiencia, volver a producir 4 millones de toneladas de azúcar por zafra podría demorar más de un quinquenio.
Hasta hoy solo dos empresas extranjeras operan en la agroindustria del azúcar, pero es difícil pensar que al fin no se allanen los caminos que conduzcan a maximizar no solo la producción del azúcar, sino también de alcohol, energía eléctrica, alimento animal, productos farmacéuticos, muebles, y un amplio abanico de otros renglones de alta demanda.