Fotos: Cortesía de La Colmenita
“Un día sin La Colmenita es el más aburrido del mundo”. Lili fue contundente, y todas las palabras hasta el momento quedaron resumidas. No pude evitar recrear cómo hubiese sido mi niñez entre sus juegos, risas y canciones de familia feliz. Porque así funcionan, repito, como una familia feliz.
Quien no conozca su Sede en 13 y G (del Vedado habanero); o no haya conversado un instante con alguno de sus pequeños; o disfrutado al menos de uno de sus espectáculos, en los cuales hasta los más serios ríen, y los más arrítmicos salen moviéndose; no puede siquiera imaginar a qué me refiero. La primera Compañía de Teatro Infantil de Cuba, La Colmenita, hay que vivirla.
En sus predios, todos los sueños y mundos posibles se hacen realidad. Y los imposibles también, porque no hay más reglas que el imperativo mismo que exige la libertad de crecer felices. Por ello, Lili aprendió a tocar la flauta sin saber partituras; Lilita contagia a todos con su toque de pailas y tumbadoras, tan efusivo, que parece romperlas; Marla no sabe bailar ni cantar, pero le sobra carisma para lograr que otros sí; y Ernestico es conocido hasta en el cine por haber sido protanonista en el filme Habanastation, del realizador cubano Ian Padrón.
Los cuatro entraron a la compañía muy pequeños, y hoy se proyectan ante la vida y el teatro con el mismo espíritu de los miles que han pasado durante estos 23 años.
Para su artífice y director Carlos Alberto Tin Cremata, cuando fundó el grupo, lo pensó solo para 20 integrantes, pero una vez que la matrícula excedió los 100, tuvieron que formar una segunda Colmenita: “y así ha sido hasta la actualidad. Hoy contamos con más de 20 por todo el país”.
Pero la miel que estas abejitas esparcen a su paso, ha posibilitado no solo la existencia de varias Colmenitas en Cuba, sino también en otros países como: España, Venezuela, México, Argentina, República Dominicana y Panamá.
“En Argentina es fabulosa la experiencia. Enviamos a un maestro de música, y en tres meses ya tienen un grupo musical con bajo, violín, teclado, batería, percusión menor —güiro, cencerro…—, y un repertorio de 5 temas cubanos. Son niños que no tienen ninguna formación musical, pero eso no es lo más importante, porque en La Colmenita no se aprende solfeo, se aprenden las canciones. Lo que más nos interesa es Hacer, no formamos artistas, jugamos al teatro, la danza, la música. Por encima de todo, jugamos. Es sencillamente disponerse a ello, y en ese afán, aprender y entregar el máximo de pasión y energía. Eso inculcamos a nuestros niños, porque de los tantos que han pasado por aquí, apenas un 5% hoy son artistas. La inmensa mayoría son economistas, ingenieros, bomberos, policías, como dice mi maestra Bertha Martínez, no formamos hacedores del arte, formamos apreciadores del arte”, explica Tin.
Lili, quien caracterizó a uno de los ratones en La Cenicienta según los Beatles, siente que La Colmenita enseña a ser “personas sencillas y de bien”. Lilita, quien representa al corneta Pepito en Elpidio Valdés y los Van Van, ha ampliado mucho sus conocimientos, y piensa que solo ahí puede mostrarse como es: “como una «bajita»” —sonríe—. Marla, la Caperucita Roja de Ajiaco de Sueños, ha hecho en el grupo a sus mejores amigos. Y Ernestico, quien interpreta a Elpidio Valdés, asegura que La Colmenita es su necesidad.
De esta manera, la compañía ha llevado a escena obras como Abracadabra; escrita fundamentalmente por los niños; Ajiaco de sueños, donde versionan clásicos infantiles de Perrault; Alicia en el país de las maravillas, adaptación de Jaime Fort del original de Lewis Carroll; Meñique, cuento del francés De Laboulaye, versionado y publicado por José Martí en La Edad de Oro; La cucarachita Martina; Blanca Nieves y los siete enanitos; Las Aventuras del Capitán Plin; Y sin embargo, se mueve, con canciones de Silvio Rodríguez; entre otras.
“Es un propósito mío hacerlo todo a la cubana —comenta Tin—, y es un credo también partir de los clásicos. Nos apoyamos mucho en la improvisación de los niños, quienes sugieren lo que ellos quieren ver en escena, así como el lenguaje. Me dicen, ‘no Tin, eso no se dice así, eso es de cuando tú eras chiquitico’” —y sonríe.
Son alegres sí, todo el tiempo, y ponen ese entusiasmo a cada proyecto que realizan, desde actuar en prestigiosos teatros, hasta en los pueblitos de los lugares más alejados e intrincados del país. Es difícil encontrar un lugar al que La Colmenita no haya llegado en guaguas, camiones, mulos, bicicletas, o a pie.
“Siempre hemos hecho montajes de campaña. Es un principio del grupo que los grandes espectáculos sean preparados también sin luces y con un audio mínimo. De esta manera podemos hacerlos sobre cualquier terraplén, en la montaña, en medio de un campo, donde sea. Tengo una anécdota. Una vez fuimos a una comunidad llamada La Isabelita, en el oriente del país. Era 1994. Recuerdo que por más que nos esforzamos no obtuvimos ninguna respuesta del público. Terminamos el espectáculo un poco tristes, pues nos habíamos sentido inútiles. Cuando de pronto, vi a uno de los niños acercarse a un altoparlante que yo había dejado regado, y al hablarle su voz salió amplificada. Todos comenzaron a reír. Así que repetimos inmediatamente varias escenas y canciones con ese aparatico, que nos ayudó a sacar de la timidez y la introversión a aquellos niños tan humildes. Lo de La Isabelita es uno de los momentos más lindos que nos ha sucedido. Nos dimos cuenta de que aun cuando estaban alelados y no reaccionaban, en sus almas se estaba anidando algo invisible, pero existente” —recuerda Cremata.
Estos Embajadores de Buena Voluntad de la UNICEF, confirman una de las frases más lindas y profundas escritas en el cuento Meñique, de La Edad de Oro: “Tener talento es tener buen corazón”. Planteamiento al que Tin dice aferrarse, con el objetivo de que La Colmenita sea, como indica Lilita: “un lugar aislado de toda la maldad, donde reina la felicidad y la armonía. Es nuestra segunda familia”.
“La Colmenita es el sentido de toda mi vida” —afirma Cremata—, y con él la confianza de todos sus hijos —como los nombra— de soñar sin límites. Tal vez por ello, Lili aspire a Canciller de Cuba, para demostrar que en el país se puede plantar aceituna y a montar una empresa llamada Aceitunur Cuba, S.A. Lilita quiere estudiar música, ser dentista y tener un sillón de estomatología con una batería al lado para ir tocando. Marla, que adora los papeles de mala, quiere ser abogada y luchar por la justicia, sin abandonar la actuación. Al igual que Ernestico, solo que este quiere ser diseñador. Y yo les creo. Porque La Colmenita, parafraseando a Silvio Rodríguez, es un partido de sueños.