Se repletó, en la reciente noche del sábado 3 de agosto, la sala Clamores de Madrid. Y el lleno no fue sólo de público sino de ritmo, pasión, autenticidad, belleza. Descemer Bueno y los suyos no hicieron pausas innecesarias, ni acudieron a “floreos” de relleno. Desde la entrada al escenario al filo de las diez y media hasta la emocionante despedida –después de varios regresos al micrófono entre febriles aplausos- casi a las doce del domingo por nacer, la magia de la música se impuso de forma dinámica y continua.
Descemer es de pocas palabras. Habla más con sus manos grandes y expresivas, con los ojos casi cerrados de tanta entrega a lo musical, con su gestualidad de muchacho de barrio habanero que parece haber tenido que dejar atrás la timidez para albergar en su cuerpo tanta furia creativa y en la última década la merecida visita de la consagración artística. Y dentro de la sobriedad de sus introducciones o dedicatorias un lugar destacado para su mujer, para su Cuba, para su equipo. La presentación del eficaz Nan- San en la guitarra y de Favier en la delirante percusión no fue momento de inevitable trámite, sino de complicidad plena y evidente vocación de resaltar el trabajo de los suyos. Una y otra vez también el agradecimiento a los que llevaron a cabo con esmero la producción, sus colaboradores Yuro Leyva y Wilson García. Lo acompañó además Lissy en los coros. A medida que avanzaba el concierto crecía el aporte de su voluntario segundo plano y se integraba su energía melodiosa en la dramaturgia del espectáculo.
Aunque el concierto en Madrid funcionó como presentación del exitoso disco Bueno, el repertorio que pudo escucharse en la sala Clamores desbordó ese objetivo. Descemer asumió temas de la película Habana Blues que muchos coreamos; trajo la preciosa canción que forma parte de la banda sonora de Siete días en La Habana, un film también bastante visto en España. Y mucho más. Uno lo ve, lo escucha en vivo y se percata –aunque como este cronista no sea especialista en música- de que hay una suerte de postbolero, de guaracha cubana auténtica sabiamente diluida en un torrente de rock y, a la sombra de la sabiduría, la gracia del jazzista.
En las letras también se palpa la fisonomía de este siglo XXI global y digitalizado. Descemer no se pone de espaldas sino en un travieso perfil con relación al vuelo literario de sus temas. Puede recordar en un momento a formidables cantautores cubanos como Carlos Varela, Gerardo Alfonso o Santiago Feliú y después adentrarse sin complejos en el candor dulzón de las baladas. En otras piezas se acerca a esa lengua popular voluntariamente enredada y caótica con raíces en nuestros clásicos del son para llegar a la frontera de las letanías del rap o hasta del reggaeton. Aquí más que de mezcla se puede hablar de una nueva naturaleza que los estudiosos seguramente estarán analizando y ubicando.
Como cantante Descemer no compite con las sombras de los que han asumido su Obra- desde Gema Corredera, Juan Luis Guerra o Enrique Iglesias, pasando por Luz Casal-, sino que parece invitar a esas versiones muy difundidas como elemento de cercanía y complicidad con su público. En los intérpretes que recibieron el regalo de su espléndida música y sus ingeniosas letras puede haber otras virtudes pero ninguna fama, maestría o carisma de aquellos supera el lujo de asistir al apasionado, brillante tránsito de la soledad del creador a la muestra pública de su singular talento.
Fotos: Zumeliya
Totalmente de acuerdo con el cronista y por cierto fantastica la crinica y merecidos Los elogios e este grande de la musica cubana de este siglo XXI ! Que suerte tenemos…… Y q venga
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