En el corazón de la región metalúrgica de Estados Unidos hay amplio respaldo por las tarifas que el presidente Donald Tump impuso a las importaciones de acero y aluminio. Las ilusiones con esa medida, no obstante, se ven atenuadas por una dosis de realismo.
Se espera que los aranceles hagan subir los precios del acero y el aluminio estadounidenses. Ello ayudará a los productores nacionales y creará seguramente cientos de empleos nuevos en la industria metalúrgica.
Pero las tarifas no harán que Estados Unidos vuelva a producir lo que produjo en su mejor momento, en la década de 1970. Eso lo saben trabajadores de sitios como Canonsburg, Pensilvania, ubicado a 36 kilómetros al sudoeste de Pittsburgh.
Los residentes de Canonsburg se sienten orgullosos de su pasado. El carbón y el acero fueron dos motores de la economía regional, pero muchas fábricas cerraron en los últimos años.
“Nuestro sindicato viene pidiendo tarifas desde hace años, pero me da la sensación de que ya es demasiado tarde”, comentó Denny Cregut, obrero metalúrgico de Canonsburg. “Dios quiera que esto funcione y que vuelvan las fábricas metalúrgicas y las minas de carbón, y traigan muchos empleos, pero lamentablemente no creo que eso suceda”.
Trump anunció un impuesto del 25 por ciento a la importación de acero y del 10 por ciento a la de aluminio. Los detalles de la propuesta todavía no están claros, pero se espera que tenga un impacto limitado.
El presidente eximió de pagar esos aranceles a México y Canadá, a la espera de ver qué pasa con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Otras naciones también quieren ser eximidas. Y varios países europeos amenazan con tomar represalias y fijar aranceles a algunos productos estadounidenses.
Mirando atrás
La historia hace pensar que las tarifas pueden ser algo temporal, lo que diluiría más su impacto. Eso es lo que pasó con las tarifas al acero de George W. Bush hijo en el 2002, que fueron dejadas sin efecto por temor a posibles represalias. Y si bien las tarifas podrían ayudar a algunos obreros metalúrgicos, perjudicarían a los de la industria automotriz y otros sectores del centro del país, la región que ayudó a que Trump llegue a la presidencia.
Ned Hill, profesor de la Universidad Estatal de Ohio que estudia la actividad fabril, dice que las tarifas serán algo simbólico y fútil, ya que son temporales y eximen a algunos países. Por ello las empresas metalúrgicas no harán las cuantiosas inversiones necesarias para hacer sus fábricas más competitivas.
Unas pocas compañías, no obstante, planean reactivar fábricas y fundidoras, entre ellas United States Steel Corp., Alcoa Corp. y Nucor Corp.
Ello crearía algunos cientos de empleos que pasarán casi inadvertidos en un mercado laboral con más de 150 millones de personas.
En 1953 la industria siderúrgica llegó a emplear 650.000 personas. Con una producción más baja y la automatización, las fábricas no necesitan tanto personal hoy. A principios de año había 143,000 obreros siderúrgicos.
La producción de acero cayó abruptamente en el 2009 como consecuencia de la crisis financiera mundial. A pesar de una recuperación parcial, la producción nacional disminuyó un 20 por ciento entre el 2007 y el 2016, según cifras del International Iron and Steel Institute.
En el mismo período, la producción de China aumentó un 65 por ciento.
Apoyo de Pittsburgh
Las tarifas son populares en una región típicamente metalúrgica como Pittsburgh.
“Hay una rica tradición metalúrgica en el sudoeste de Pensilvania. Esto podría recuperarla. Al menos eso esperamos”, declaró Tim Solobay, jefe de bomberos de Canonsburg y ex legislador estatal demócrata. “Sería muy bueno para los empleos, el crecimiento económico y el desarrollo económico”.
La producción de aluminio alcanzó su pico en 1980. Pero desde entonces cayó en picada y hoy hay cinco fundidoras comparado con las 23 de 1993. Y Estados Unidos importa el 64 por ciento del aluminio que usa.
Varios cientos de personas acudieron el viernes a un acto en New Madrid, Missouri, en el que se anunció que Magnitude 7 Metals instalará una fundidora en donde cerró hace dos años la planta Noranda Aluminum.
“Fue algo devastador para la región” cuando cerró Noranda, dijo W.D. Prince, un peluquero de 72 años cuyo hijo y yerno se quedaron sin trabajo al cerrar la fábrica. “Eran buenos empleos, que pagaban 24 o 25 dólares la hora. Y podías hacer todas las horas extras que quisieras”.
La nueva fundidora será seguramente la principal empleadora de la ciudad, pero tendrá la mitad de los 900 empleos que ofrecía Noranda.
Bob Prusak, CEO de Magnitude 7 Metals, dijo en una entrevista que los aranceles de Trump “nos permiten dar pelea”.
“Las tarifas pondrán algún dinero en los bolsillos de la gente”, afirmó Philip Gibbs, analista de KeyBanc Capital Markets. “Pero no creo que impulsen el crecimiento”.
AP / OnCuba