El informe de inteligencia tenía razón: “muy pronto” –advertía a las autoridades españolas en 1886, el mismo año del nacimiento de Ybor City–, Tampa “será uno de los focos de conspiración separatista que deberemos vigilar cuidadosamente”. En efecto, apenas un quinquenio después en la ciudad boom se habían constituido varias organizaciones revolucionarias, entre las que sobresalían la Liga Patriótica Cubana y el Club Ignacio Agramonte.
Fundada en 1889 y presidida por el combatiente de la Guerra Grande Néstor Leonelo Carbonell (1846-1923), es esta última la que invita a José Martí a ese primer viaje del 25 al 28 de noviembre de 1891.
La invitación coincide con la madurez de los planes martianos de unificar a los patriotas para la guerra necesaria, justo cuando el hombre de la Edad de Oro tiene elaborada la idea de constituir un partido específicamente destinado a lograrlo, lo cual ocurriría finalmente con la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) el 10 de abril de 1892.
El futuro Delegado no va entonces a Tampa a exhibir sus dotes como orador, por brillante que sea, sino sobre todo a organizar. Crear es servir, organizar, conspirar: “Y digo que acepto jubiloso el convite de esa Tampa cubana, porque sufro del afán de ver reunidos a mis compatriotas” –le respondió desde Nueva York al veterano del 68. “¿Y a qué me querrán ellos a mí como yo los voy queriendo? ¿Es la patria quien nos llama? Obedecemos, pues, que de seguro ella nos alienta”. Y más adelante: “La oportunidad magnífica de vernos, de hablarnos, de poner juntos los corazones, no debemos desaprovecharla: hay que crear”.
Un punto de la mayor importancia consistía en lograr una unidad de veras, “sin recelos y sin exclusiones”. Por eso al calor de actividades y encuentros, varios en el Liceo, escribió un texto que, entre otras cosas, decía:
Los emigrados de Tampa, unidos en el calor de su corazón y en la independencia de su pensamiento, proclaman las siguientes Resoluciones:
1ª Es urgente la necesidad de reunir en acción común republicana y libre, todos los elementos revolucionarios honrados.
2ª La acción revolucionaria común no ha de tener propósitos embozados, ni ha de emprenderse sin el acomodo a las realidades y derechos y alma democrática del país que la justicia y la experiencia aconsejan, ni ha de propagarse o realizarse de manera que justifique, por omisión o por confusión, el temor del país a una guerra que no se haga como mero instrumento del gobierno popular y preparación franca y desinteresada de la República.
3ª La organización revolucionaria no ha de desconocer las necesidades prácticas derivadas de la constitución e historia del país, ni ha de trabajar directamente por el predominio actual o venidero de clase alguna; sino por la agrupación, conforme a métodos democráticos de todas las fuerzas vivas de la patria; por la hermandad y acción común de los cubanos residentes en el extranjero; por el respeto y auxilio de las repúblicas del mundo, y por la creación de una República justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para bien de todos.
4ª La organización revolucionaria respetará y fomentará la constitución original y libre de las emigraciones locales.
Lo anterior resulta imprescindible para entender por qué Martí le encomendó a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, el secretario del PRC, la tarea de llevar a Tampa la orden de alzamiento, redactada y firmada en Nueva York el 29 de enero de 1895, para hacerla llegar a La Habana desde el Cayo, otro de los puntos más fuertes de la actividad conspirativo-organizativa. Era, sin dudas, algo más que una simple hoja de ruta.
Quesada salió en el primer tren a Ybor City. En la estación fue recibido por Fernando Figueredo, Blas y Estanislao Fernández O’Halloran –dos de los hijos de Rafael Fernández y Francesca O’Halloran, dueños de la factoría de habanos de Howard y Main Street–, Teodoro Pérez y otros patriotas.
De acuerdo con el relato del historiador Tony Pizzo, que de los años ochenta hasta hoy ha servido de fuente para escribir sobre este episodio, una noche varios miembros de la Junta se reunieron en la fábrica de los O’Halloran a fin de determinar la mejor manera de hacerle llegar a Juan Gualberto Gómez la orden de alzamiento.
Según Pizzo, ahí surgió la idea de enviarla a la Isla enrollada en un habano, tarea que recayó sobre el mencionado Blas O’ Halloran (La Habana, 1855-West Tampa, 1917), quien torció cinco “Panetelas’ para poder pasar la “carga explosiva” por la aduana colonial sin levantar la más mínima sospecha. El tabaco fue marcado con dos pequeñas manchas amarillas.
Días después, Gonzalo de Quesada viajó a Key West a bordo del Mascotte, el vapor propiedad de Henry B. Plant que desde 1887 cubría la ruta Tampa-Key West-La Habana, y que al regreso solía traer inmigrantes y hojas de Vueltabajo, primero para las fábricas de Ybor City y después de West Tampa.
A su llegada al Cayo, lo recibió Ángel Duque de Estrada, el hombre seleccionado para hacer llegar a su destino aquel documento comprometedor. De Estrada, que era cuñado del general Enrique Collazo –uno de los participantes en aquella reunión de Nueva York representando a la Junta Revolucionaria de La Habana–, abordó el propio Mascotte con destino a la capital el 21 de febrero de 1895. Al ingresar a la ciudad, antes de pasar por la Aduana tomó una iniciativa personal: colocarse el habano en la boca, sin dudas más seguro que dejarlo junto a los otros cuatro que cargaba en sus bolsillos.
Lo entregó al tiro en casa de Antonio López, no muy lejos de la bahía, en la calle Trocadero no. 67.
“Giros aceptados” –decía el telegrama en clave, firmado por un tal Arturo, que Juan Gualberto envió a Nueva York. La idea del levantamiento armado en los carnavales quedaba grabada en la cultura política cubana.
El Delegado partió de inmediato a una isla cercana a la suya para desembarcar poco después en Playitas y morir mirando al sol, en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
Bueno alguien me puede responder Y los Ferrys para cuando?
Hay un salto en la descripción. Después de ser entregado el documento en Trocadero 67, J. Gualberto envía el mensaje en clave de giros aceptados a New York. Primero tenía que dar curso a las órdenes, recoger la conformidad, fijar la fecha exacta y una vez de acuerdo todos avisar al exterior. Yo no sé cómo avisó a los otros, porque a Sanguily lo sorprendieron acostado en su cama y respecto a los demás todo fue un desastre, pero a Masó le avisó a través de Miró.
Masó y sus hombres se quedaron prácticamente solos, otra vez, aunque los historiadores se empeñen en ocultar a este patricio.
En los primeros días de marzo la Junta Autonomista manda desde la Habana a Herminio Leyva y Aguilera a entrevistarse con Bartolomé Masó para matar el movimiento.
“Manzanillo 12 de marzo de 1895.- Señor Don Bartolomé Masó.- Muy señor mío. Ya sabrá usted el resultado de mi viaje a Santiago de Cuba, negativo en absoluto, pues no sólo se resistió el señor comandante general a conceder un minuto siquiera de plazo, sino que dio sus órdenes delante de mí para que se emprendiera la persecución de usted con toda actividad.
En estas circunstancias y antes de retirarme a Manzanillo, quiero hacer el último esfuerzo, para evitar que se derrame inútilmente la sangre de hermanos cuya cantidad, sea cual fuere, está todavía en tiempo de evitarla, porque de lo contrario caerá gota a gota sobre su nombre, manchándolo ante la historia.
El verdadero patriotismo, señor Masó, es como la valentía; grande, sublime, pero por lo mismo de su grandeza, no hay que confundir ambas cosas con la temeridad, porque en ese caso se empequeñecen hasta arrastrarlas por el suelo.
Es usted hombre de talento y de corazón, me consta aunque no he tenido el gusto de tratarlo; a esas dos cualidades de su carácter apelo para que reflexione y las use en estos momentos críticos en favor siquiera sea de ese número crecido de cubanos inexpertos que ha lanzado usted al campo de la insurrección, con idea patriótica, eso es indudable para mí, pero bajo un concepto completamente equivocado, cuyas madres maldecirán mañana el nombre de usted cuando se despeje esta situación y se vea claro en el asunto, si usted insiste en llevarlos a un sacrificio inútil; porque la campaña emprendida por usted tras de ser injustificada a todas luces, hoy por hoy tiene que ser estéril y contraproducente por añadidura para la felicidad de nuestro país.
Vea usted si no, y se lo repito después de nuestra conferencia en “La Odiosa”, cómo no le secundan las otras provincias cubanas; lejos de eso, combatirán a Oriente. Vuelvo a decirle, porque el país ha comprendido que la felicidad de Cuba no se ha de conquistar por medio de la guerra, siendo así que la guerra será nuestro suicidio y no hay país en el mundo civilizado que se suicide conscientemente.
Aparte de esto, recapacite usted y vea que España tiene medios sobrados para acabar con el movimiento armado en poco tiempo: de Puerto Rico vienen tropas, de la Península han salido ya ocho batallones y vendrán todos los que crean necesarios.
La insurrección en cambio no tiene material de guerra, ni lo espere usted del extranjero; yo se lo aseguro.
Por otro lado, la mitad al menos de la gente que tiene usted alzada sin armas, volverá a las poblaciones tan pronto como se vea perseguida por las tropas del gobierno.
Sanguily (don Julio) preso en la Cabaña; Juan Gualberto Gómez presentado; Yero en Santo Domingo; Guillermón enfermo, echando sangre por la boca y acorralado en los montes de Guantánamo; Urbano Sánchez Hechevarría y dos hermanos en México.
¿Qué esperanza le queda a usted rodeado de esa situación?
Ha llegado en mi sentir el momento de probar al mundo entero que es usted un verdadero patriota, deponiendo las armas, acto que lejos de ser denigrante para usted en política, elevará su nombre en estos momentos a la altura que yo deseo verlo colocado eternamente.
Al dirigir a usted esta carta cumplo con un deber de patriotismo, quedando mi conciencia tranquila al retirarme a la Habana, después de los esfuerzos que he realizado para contener la guerra, aunque traspasada mi alma de dolor, pues además de ser cubano, soy hijo de esta región, apartada hoy del resto del país por un acto de rebelión tan injustificado como inútil.
Reciba usted las consideraciones del afecto que le profesa su paisano.
Herminio C. Leyva.”
Al otro día se le presentó ni más ni menos que Spotorno para apaciguarlo y él le prometió aplicarle su propio decreto en la próxima visita.