La irrupción de agentes federales en los predios neoyorkinos de Michael Cohen, abogado personal de Donald Trump, ha colocado sobre la mesa situaciones nuevas.
The New York Times lo ha subrayado en un editorial: una redada sobre un abogado no ocurre todos los días, pero cuando sucede, significa que varios funcionarios del gobierno y un juez federal tenían motivos suficientes como para creer que encontrarían pruebas de un delito y no confiaban en que esa evidencia no fuera destruida.
A contrapelo de lo que afirma el presidente Trump, la redada no es en modo alguno “un ataque a nuestro país”, ni “el fin del privilegio cliente/abogado”, etiquetas dirigidas a desviar la atención sobre la verdadera naturaleza del problema y a seguir alimentando la polarización en una cultura profundamente dividida tanto en lo humano como en lo divino.
La noticia ha reciclado viejos fantasmas, entre ellos el posible despido del asesor especial Robert Mueller III, el gran tema de la hora en los medios. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, le dijo a los periodistas: “un número de individuos en la comunidad legal en el Departamento de Justicia dijeron que [el Presidente] tiene el poder de hacerlo”.
Foul a las mallas. Mal asesoramiento o nueva fijación presidencial con la Fox News. Si bien no es un tema sólidamente establecido, entre historiadores de la presidencia y expertos legales suele haber consenso en que el asunto es más complicado.
Regulaciones específicas del Departamento de Justicia acerca del asesor especial establecen de manera clara las razones de su posible democión/sustitución; a saber: a) incapacidad, b) negligencia en el cumplimiento de sus funciones, c) conflicto de intereses, d) otra buena causa.
Prácticamente el único margen de maniobra del Presidente para deshacerse de Bob Mueller consistiría en tratar de darle sustancia y cuerpo a esa “otra buena causa”, pero se tropieza aquí con que el primer funcionario autorizado a despedirlo es el fiscal general Jeff Sessions, de ordinario incondicional suyo, aunque autoexcluido de la investigación por razones bien conocidas.
Trump no tendría entonces más remedio que acudir al segundo al mando, Rod Rosenstein, justamente quien designó a Bob Mueller y ha declarado ante el Congreso su estima por el trabajo que ha venido realizando. Para más detalles, fue el que le dio el visto bueno a la operación del FBI en los territorios de Michael Cohen, lo cual –de acuerdo con esas siempre perversas filtraciones–, no hizo sino aumentar la ojeriza del Presidente.
Trump se encuentra, de hecho, en una suerte de encrucijada al tener que optar entre dos movidas, ambas fatales. La primera, dejar que Mueller y los suyos sigan su curso investigativo –lo más cuerdo y racional, e incluso lo que demandan o esperan algunos republicanos–. Esta opción tiene sin embargo el problema de que nunca se sabe a ciencia lo que el ex jefe del FBI y su dream team albergan en la mano, y hasta dónde serían capaces de llegar –según muchos, hasta donde la evidencia los lleve.
Como se sabe, ya cayeron en sus redes Michael Flynn, George Papadopolous, Rick Gates y George Nader, todos cooperando, y Paul Manafort, este con un expediente en el lomo que incluye conspiración contra los Estados Unidos y buena cantidad de años tras las rejas.
La segunda opción, despedir a Bob Mueller, Jeff Sessions y Rod Rosenstein, equivaldría, metafóricamente, a regresar a la escena del crimen con un mensaje claro: el Presidente tiene cosas que esconder y quiere tener manos libres.
El discurso –desplegado una y otra vez– de que se trataría de una cacería de brujas, y en última instancia de una conspiración del Deep State para desbancar su administración y privar a los Estados Unidos de una aludida nueva grandeza, no constituiría sino otra de esas cortinas de humo, en las que Trump es un verdadero experto.
En este punto, nadie podría descartar una situación tipo Masacre del Sábado por la Noche, durante Watergate, cuando Nixon intentó despedir al fiscal general independiente Archibald Cox, lo cual trajo los desacatos y renuncias en línea del fiscal general Elliot Richardson y del segundo al mando del Departamento de Justicia, William Ruckelshaus. La obstrucción quedaría más que servida.
Un filósofo alemán sentenció una vez: “Cuando miras mucho tiempo al vacío, empiezas a sentir que el vacío te mira a ti”. Si en algo se podría estar en sintonía con el Presidente, sería en esto: “we’ll see what happens”.