Los pronósticos dieron en el blanco. Y con creces. AMLO fue electo presidente de los Estados Unidos Mexicanos, en un evento histórico.
Ha sido, es, un voto negativo, de cansancio con la institucionalidad política histórica, hegemonizada por el PRI y el PAN, y con sus problemas y disfuncionalidades.
Los datos económico-sociales del México contemporáneo van por ello de dramáticos a espeluznantes. Se trata de la segunda economía de América Latina, pero con alrededor del 45 por ciento de su población en situación de pobreza y con uno de los índices de desigualdad más altos del subcontinente. Tiene, además, un record de doscientos mil muertos en solo doce años, cifra escandalosa. Y con una corrupción galopante y, peor aún, niveles de impunidad que harían palidecer al observador más ascéptico.
Esas son, en efecto, las bases de la victoria. Pero el día después desata muchas más preguntas que respuestas.
La izquierda ya está en el poder en México, asincrónicamente respecto a la ola latinoamericana de los 2000. Los poderes establecidos y refractarios al cambio –esa palabra de orden– levantarán sin dudas sus obstáculos más allá de la concertación que toda política supone, y también seguirán desplegando un discurso homologándolo con referentes y actores políticos percibidos de manera negativa.
AMLO deberá tener la inteligencia y el pragmatismo de evitarlo, no solo por una cuestión de realpolitik, sino sobre todo por esas especificidades mexicanas que han estado ahí desde la Revolución de 1910, y después.
Y en ese enfrentamiento, inevitable, se manifestarán seguramente las tensiones democraticidad/gobierno características de la izquierda latinoamericana en el poder. Este será, sin dudas, uno de sus principales desafíos.
En sus palabras desde el Zócalo, el nuevo presidente ha sido enfático: “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos: a ricos y pobres; a pobladores del campo y de la ciudad; a migrantes, a creyentes y no creyentes, a seres humanos de todas las corrientes de pensamiento y de todas las preferencias sexuales. Escucharemos a todos, atenderemos a todos, respetaremos a todos, pero daremos preferencia a los más humildes y olvidados; en especial, a los pueblos indígenas de México. Por el bien de todos, primero los pobres”.
Y también: “Cambiará la estrategia fallida de combate a la inseguridad y a la violencia. Más que el uso de la fuerza, atenderemos las causas que originan la inseguridad y la violencia. Estoy convencido de que la forma más eficaz y más humana de enfrentar estos males exige, necesariamente, del combate a la desigualdad y a la pobreza. La paz y la tranquilidad son frutos de la justicia”.
“Yo estuve con Obrador desde 2006. Recorrí calles, hice el plantón en Reforma, dormí en el suelo y aguanté lluvia e incomodidades porque creo en él y en su proyecto. Él es nuestra esperanza”, dijo una seguidora de Guerrero. “Nunca pensé que viviría esto y que nos darían la oportunidad a los de abajo y a los que tienen otra forma de ver la política”.
Para México, es la hora de los hornos.
Bueno y si Venezuela de manera semejante a Mexico sufre pobreza, desigualdad, además, de un record hiperinflacionario, altísimos indices de criminalidad, corrupcion escandalosa e impunidad, ¿Como la gente vota mayoritariamente por el gobierno?
La historia se repite. Gracias al desgobierno, el abuso, la corrupcion y el desinteres por el pueblo de los partidos tradicionales es que la izquierda llega al poder. De abajo hacia arriba, Mexico es el tercer pais con el salario promedio mas bajo de America Latina, siendo una de sus economias mas poderosas. Y el pueblo se canso. Ahora hay que ver con que Obrador va a financiar su programa populista sin afectar a las clase rica y poderosa. A mi personalmente me huele todo a otro globo que se va a desinflar muy pronto.
Si de verdad hace lo prometido NO tengan dudas que le harán muy difícil su gobierno. Quienes? los de siempre que organizarán revueltas populares y tratarán de paralizar la economía, con el auxilio del norte.