Óscar Hijuelos fue el primero en derribar una puerta que había permanecido cerrada por décadas. Hijo de cubanos y nacido en New York, hizo historia al convertirse en el primer novelista hispano en ganar un Pullitzer de ficción por su novela Los reyes del mambo tocan canciones de amor, en 1989.
Desgraciadamente, Óscar Hijuelos murió este 12 de octubre en Manhattan, a los 62 años. Se desplomó en medio de un partido de tenis, como fulminado; quizás de un ataque al corazón u otra complicación similar, eso es lo menos importante. Murió sin hacer ruido, sin la pompa de sus personajes. Murió, en definitiva, como muere cualquier hombre común, como fallece cualquier abuelo que nos regala historias.
Nunca sabremos —quizás sea mejor así— qué cosas pasan por la mente de un moribundo en los segundos finales de su existencia. Lo que sí entendemos en el instante es el vacío que dejan tras de sí hombres como este.
Hijuelos, tironeado por las fuerzas de sus raíces, dedicó gran parte de su obra a describir los procesos de adaptación de las comunidades latinas emigradas hacia los Estados Unidos a lo largo del siglo XX.
Los reyes del mambo…, obra que lo lanzó al estrellato y que fue llevada posteriormente al cine en 1992 y a los musicales de Broadway en 2005, no escapa al análisis de la influencia que tuvieron los latinos en la creación de la cultura urbana y el sincretismo social que generaron en el entorno neoyorkino.
Vivir en un país que se siente extraño, trabajar en una sociedad en la que siempre se es extraño, amar incansablemente todo lo que se dejó atrás y tratar de conciliar esta avalancha de sentimientos fue uno de los grandes méritos de su obra.
En el caso de los cubanos — ¿quién sabe tanto de nostalgias como los cubanos?— el autor fue claro. Sin importar el nivel de vida que alcancemos, los nacidos en este Isla somos malos emigrantes. Vivimos con el anhelo de un sol que se nos antoja diferente allá en la distancia, soñamos casi a diario con el regreso, con el abrazo…
Para ser un buen emigrante, sin importar la nacionalidad, es necesario interiorizar el camaleónico acto de quitarse la piel. Y eso es algo que nos resulta en extremos complejo. Nos persiguen los recuerdos, y cuando comienzan a darse por vencidos, somos nosotros quienes nos aferramos a ellos.
Tras de sí deja una huella, y quizás sea ese el mejor premio de su carrera. Hizo historia en 1989 retratando la compleja adaptación de quienes asumían un país sin querer desprenderse de su identidad, abrió una puerta que por décadas estuvo vedada para hispanos, convirtió la lejanía en arte y la migración latina en tema literario.
Hijuelos nació y murió en Manhattan, pero sus ataduras sentimentales no se desprendieron de Cuba ni de su cultura. Óscar, bien visto, fue un cronista de su gente; un artista que retrató la nostalgia congénita de los emigrantes con la descarnada crudeza que consigue penetrar la memoria de generaciones.
Por todo eso, y por no perder el contacto con sus orígenes, tenga usted, Don Óscar, nuestra eterna y agradecida reverencia.