La última frase de un texto es la que nos queda picando. En el fútbol es igual. Convertir en el último minuto vale los mismos puntos que ganar desde temprano pero se recuerda distinto. Uruguay e Irán festejaron sobre la hora contra Egipto y Marruecos respectivamente: el Magreb no tuvo un buen día. Y sobre la hora Portugal –o deberíamos decir “Cristiano más diez”– se lo empató a España.
Fútbol de alto vuelo
El duelo entre Portugal y España es todo lo que le pedimos a un Mundial. Un clásico nacional, ibérico, que tuvo de un lado juego colectivo y del otro la apuesta a un crack. Goles, incertidumbre, buen toque de bola. El fútbol debería ser siempre esto.
España mezcló improvisación con planificación. A un plan que lleva más de una década y que instaló una cultura de juego que va traspasando generaciones, se le interpuso un cambio inédito de entrenador a dos días del debut. Pero los engranajes están aceitados y se notó. Posesión en los pies de todos, profundidad en los de Iniesta y efectividad en los de Diego Costa. Candidatazo España.
Enfrente tuvo a 10 jugadores que se la dieron a Cristiano Ronaldo para que empezara este Mundial demostrando que puede ser su Mundial. Si España convirtió tres goles de la manera previsible, Cristiano apeló a lo imprevisible. Se sabe que si no se corta el circuito de juego español en algún momento, ganan. Pero también se sabe que Cristiano puede inventar algo en cualquier momento. En su cuenta de twitter Juan Pablo Varsky lo resumió: Cristiano te convierte una propina en la empresa del año. España ya es la empresa del año. Entonces, el resultado: un empate en tres goles. Gracias.
Si no hay épica no vale
Uruguay es un equipo populista. Romántico, trágico. No le interesa la prolijidad, el decoro, la previsibilidad: para triunfar necesita sentir que es una hazaña, un acto heroico de algún caudillo, la proeza de un malón.
La selección que dirige el “Maestro” Tabarez llegó como candidata al duelo con Egipto que se jugó en un estadio de Ekaterimburgo con muchos vacíos en la tribuna. Supuestamente las entradas estaban agotadas: alguien compró para revender y le fue mal. La FIFA abrió una investigación.
En el juego se reflejó desde el principio quién era punto y quién banca en las apuestas: el partido se jugó en campo de Egipto, que nunca inquietó seriamente la portería del charrúa Muslera. El problema es que Uruguay tardó en inquietar demasiado a El-Shenawi.
En el primer tiempo Luis Suárez lo tuvo, tenía que empujarla nada más: era una pelota que tras un centro pasó a todos y lo encontró a él solo en el segundo palo. La tiró afuera. Pasando los 70 minutos, otra vez Suárez desperdició un mano a mano clarísimo. El delantero del Barcelona está ansioso y falto de ritmo.
Entonces sí, a los 25 del segundo tiempo, Uruguay empezó a jugar el Mundial: el vértigo del empate empezaba a apremiar. Faltando 8 minutos para el cierre Cavani disparó desde fuera del área y El-Shenawi voló para sacarla al córner. Cuatro minutos después, de tiro libre, –otra vez– Cavani la estrelló en el palo derecho. Nadie aprovechó el rebote. Faltando 1 minuto, los defensores centrales uruguayos fueron a la carga al área contraria y Giménez cabeceó a la red. “Tomá mate”.
Uruguay abusó del juego central, desaprovechando los laterales. En el fútbol, dijo siempre César Luis Menotti, hay que saber ser ancho para poder ser profundo. Los de Tabárez se pasaron 70 minutos en una especie de embudo: el juego charrúa tendía a morir siempre en la medialuna del área egipcia, donde dos líneas de cuatro bien plantadas –y conscientes de que sin la estrella Salah todo se reducía a aguantar– despejaban todo lo que llegaba.
El equipo uruguayo cambió de espíritu cuando entró Carlos Sánchez en lugar de Nandez. Antes estuvo temeroso para tirar a puerta, desprolijo para pasarse la pelota y atolondrado para terminar las jugadas. Más recostado por la banda que Nandez y con más claridad para pasar la bola, Sánchez amplió la perspectiva de ataque justo cuando Egipto empezaba a cansarse.
Victoria importante la de los celestes: ahora viene un partido accesible con Arabia Saudita que los puede dejar clasificados a segunda ronda antes de jugar contra Rusia el tercer partido del grupo. Egipto debe ganarle al anfitrión para seguir soñando.
El príncipe de Persia
En el día en que el mundo islámico celebra el Eid-al-Fitr (el final del Ramadán), iraníes y marroquíes no ayunaron esfuerzos. Fue un partidazo, de ida y vuelta. Ambos sabían que si había un match donde no podían perder puntos era este.
Parecía que se lo llevaba Marruecos. No había pateado tanto a puerta desde el Mundial de 1994 cuando cayeron 13 tiros en el arco de Arabia Saudita. Pero Irán se recuperó, se hizo fuerte atrás y emparejó el partido. Hasta tuvo alguna oportunidad para ganarlo que no aprovechó.
Cuando daba la sensación de que nada podía quebrar el 0-0, a los 4 minutos de descuento, el marroquí Aziz Bouhaddouz clavó una “palomita” perfecta, mejor de lo que podría haberlo hecho cualquier iraní. El único problema es que fue en su propia meta. El marroquí se transformó en el Príncipe de Persia inesperado. Bouhaddouz difícilmente duerma esta noche. En la rueda de prensa declaró: “Me siento un idiota”. El autogol es la metáfora perfecta de la desgracia.
Marruecos nunca ganó en ninguno de sus primeros partidos en mundiales, jugó 5. Aunque acumulaba en general 18 partidos invicto. Irán ganó su segundo partido en mundiales, jugó 14. Si le araña algún punto a Portugal o España, tiene posibilidades de clasificar. Sí se puede: en Brasil 2014 estuvo a punto de empatarle a la Argentina de Messi. El día de hoy es el caso testigo de que en el fútbol nunca se sabe. Es, como escribió Panzeri, la dinámica de lo impensado.
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