Una llovizna tenue y fugaz humedece el césped del Pedro Marrero, mientras algunas personas trotan alrededor de la pista aprovechando la frescura del ambiente. Sobre la grama, esta vez desierta de jugadores, dos perros juguetean a su antojo. La imagen es desagradable. Un color negruzco resalta del graderío y el techo del mismo parece que, de un momento a otro, puede caer o salir volando. El cuadro representa al principal estadio del fútbol cubano, pero también a este deporte per se.
Por ello, resulta paradójico, cuando menos, que se enarbole por ciertos entes, que tienen muchísimo que ver con esta disciplina en la Isla, el propósito de la selección nacional de clasificarse al Mundial del 2026. Algunos, un poco más osados, optimistas irremediables o desconocedores de la cruda realidad, hablan incluso de la edición que acogerá Catar dentro de cuatro años como objetivo inmediato. Utopías.
Un sueño, pese a todo, marca la hoja de ruta de este deporte, que hace mucho tiempo constituye una pasión en el país: asistir, casi cien años después, al máximo evento balompédico a escala universal. De antemano, resulta alentador, al menos, que se hable por primera vez de una meta ambiciosa por parte de la Asociación de Fútbol de Cuba (AFC) y el resto de la directiva que labora en las oficinas del Marrero, motivados, claro está, por los constantes empujones de la FIFA traducidos en donaciones y proyectos de desarrollo que pocos resultados han visto.
La pregunta en cuestión es cuán lejos se avizora el Mundial para una escuadra desahuciada en casi todos los aspectos que recoge el fútbol como disciplina. Lo primero sería, en este sentido, descubrir algunos entresijos de la realidad del balompié nacional, comenzando por la maltrecha Liga hasta los constantes “dimes y diretes” provocados por la actitud pusilánime de una Comisión que hace mucho tiempo exige cambios.
El Nacional de fútbol, la eterna Cenicienta
La longevidad es de los pocos logros que ostenta la Liga Cubana de fútbol tras 103 ediciones. Sin embargo, tantos años han pasado y el espectáculo se ha resignado en su silla, esperando un llamado que jamás llega. El torneo doméstico constituye uno de esos certámenes que se efectúan simplemente por la obligatoriedad que impone el calendario anual, mas pocos frutos recoge en su cesta.
El horrible estado de los terrenos merece un punto y aparte. No están garantizadas siquiera las condiciones mínimas, con canchas repletas de huecos y carentes hasta de lo más básico: el césped. Ni hablar de las gradas, inexistentes o en pésimo estado. El aficionado representa, en definitiva, un actor banal a quien pocas explicaciones se le da, y que debe escoger entre dos opciones con pocos matices positivos: asistir al fútbol con el sufrimiento que ello representa, o sencillamente ausentarse. Otro aspecto en el cual vamos a contracorriente con respecto al mundo.
De esta manera, un calendario construido con criterios bastante dispares y oscuros, termina siendo insuficiente para notar un desarrollo en los jugadores cubanos. En ocasiones, se han efectuado partidos con menos de 48 horas de descanso para los atletas, una medida que restriega en la cara del fútbol nuestro los tantos problemas pendientes de solución.
Una inversión en el torneo doméstico sería una especie de bálsamo indispensable, destinado a una mejoría en las condiciones estructurales de las instalaciones y en la vida de los atletas. De seguro, con el presupuesto destinado anualmente por la FIFA, que según dicen no es poca cosa para la economía de la Isla, sería suficiente.
El sueño de la discordia
Equivoca su discurso quien asegura que el problema fundamental del fútbol cubano es la escasez de talento. Jugadores con calidad posee el país para, al menos, pelear por incluirse en una hexagonal final de Concacaf rumbo a la Copa del Mundo. No constituye esta una afirmación sin fundamentos. Bastaría ver sobre una cancha a Andy Baquero, Yordan Santa Cruz o Daniel Luis Sáez, por mencionar algunos de los miembros más destacados de la selección actual.
Ni hablar de los que brillan en ligas foráneas, como Osvaldo Alonso y Jorge Luis Corrales, en la MLS norteamericana, Onel Hernández, mejor jugador del pasado mes de agosto del Norwich City de la Segunda División Inglesa, o el arquero Christian Joel, quien está destinado a jugar en un futuro cercano en la Primera de España, mientras intenta hacerse un hueco, con solo 19 años, en el Sporting de Gijón.
Dicho esto, a corto plazo se avizoran tres soluciones que, aun claras como el agua, permanecen camufladas para los decisores. Una es la opción de convocar a futbolistas que elevarían ostensiblemente el nivel de la selección. La segunda, explotar la posibilidad de insertar futbolistas del patio en ligas extranjeras y, por último, la más importante: garantizar de una vez que la creciente pasión por el fútbol en Cuba y la masividad en su práctica se convierta en una garantía de cantera para forjar jugadores de nivel en el país.
Resulta difícil, pese a todo, decirle a un aficionado cubano que no sueñe. Puedes intentar convencerlo con disímiles argumentos, mas no surtirá efecto alguno. Quien lleva toda la vida sufriendo y no se resigna es porque, muy en el fondo, conserva un hálito de fe. La hinchada de la tricolor es así de tozuda. Guarda con recelo su quimera y, aun con los pies en el suelo, confía porque sabe que se puede.