La manzana es una noble fruta con mala suerte. Eva la usó con Adán y toda la humanidad pagó la culpa. La malvada reina se la dio a comer a Blancanieves y la puso a dormir (cierto que luego apareció el Príncipe); y para colmo una le cayó en la cabeza a alguien que dormía debajo de un árbol y apareció la Ley de gravedad, en virtud de la cual todos, aunque flotemos un rato, nos caemos.
Cierto también que hay quien se vuelve a parar, pero otros ni con una grúa vuelven a ponerse en la vertical. También están los que flotan perennemente.
Vi con asombro la noticia de las 15 000 manzanas de la discordia.
Lo que sigue a continuación parte de de un hecho real y un supuesto: el hecho real es que las manzanas no son un bien de primera necesidad ni en Cuba ni en otro ningún lugar; el supuesto es que la compra “masiva” de manzanas en Cuba no es un acto dirigido a provocar algún tipo de inestabilidad política vía acaparamiento.
Como decía, mi primera reacción al ver la noticia fue pensar como mi abuelo, que era bodeguero en el Güiro –un pueblo allá entre Quivicán y el Gabriel. Desde ese “gen de comerciante” me dije: magnifica operación.
Si no se ha producido ningún acto de corrupción (precios más bajos, cantidades no facturadas, etc.), entonces los que vendieron las manzanas han logrado vender quizás todo el inventario de una sola vez. Con ello, en primer lugar, aumenta la rotación del capital comprometido, lo cual, según creo, debe influir positivamente en la masa de ganancias –entonces es bueno para la empresa, digo yo–; en segundo, La Puntilla se ha quitado de arriba posibles pérdidas por deterioro de la calidad, lo cual también es bueno para la empresa; y en tercero, la empresa puede rápidamente y a partir de esos ingresos ¡volver a comprar manzanas! Ese fruto no tropical que gusta tanto. De esa forma rápidamente puede ¡vender más en menos tiempo!
Reconozco, sin embargo, que esta es una forma de pensar muy sesgada y que deja de lado la realidad del ¿mercado? cubano. De hecho, existe una resolución de las tiendas de CIMEX que prohíbe vender más de un determinado por ciento de sus inventarios a un solo comprador, para evitar el acaparamiento, resolución que se debe a la forma “peculiar” en que funciona el ¿mercado? en Cuba.
Desde la perspectiva del “consumidor de manzanas”, hay dos situaciones: la de aquellos que fueron a la Puntilla (tienda situada en un lugar de no muy fácil acceso en Miramar) y de pronto no pueden satisfacer la ilusión de comerse una manzana; pero también hay otros consumidores, a los cuales les cuesta relativamente caro (en tiempo o en dinero, que a veces es lo mismo) alcanzar esa tienda, pero que también gustan de las manzanas y son capaces de pagarlas un poco más caras, siempre y cuando la tengan más cerca.
No sé cuál de los dos grupos de consumidores es más importante.
Existe, además, otro tipo de consumidor de manzanas: aquel que tiene, por ejemplo, una pastelería o dulcería y necesita manzanas en grandes cantidades, pero no existe ningún mercado mayorista donde comprarlas.
Pero después de esa reflexión tan fría de nieto de comerciante, volví a mi condición de profesor de Economía. El hecho en sí mismo me pareció fantástico para un estudio de caso desde dos perspectivas distintas: la de la microeconomía y la de Economía Política.
Desde la perspectiva microeconómica no hay nada que decir, excepto que quizás el precio al que se venden las manzanas en la Puntilla tampoco es un precio determinado por las condiciones del mercado –no sólo la oferta y la demanda, que no hay que ser tan simplistas– en tanto existen condiciones monopólicas conferidas a una empresa estatal para la importación de las manzanas.
No obstante ese precio, hay “mercado” para las manzanas, al extremo de que hay quien toma el riesgo de comprar 15 000 de una sola vez. Por lo tanto, no hay problemas.
Ahora bien, fíjense en una cosa interesante: quien compra las manzanas a un precio que generalmente está multiplicado por un coeficiente mayor de 1.80, tiene dinero suficiente para ¡importarlas! a un precio menor o para comprarlas en un mercado que practique la modalidad de venta al por mayor.
Si así fuera, entonces quizás las manzanas se venderían en esos puntos de distribución probablemente a un precio menor que el de La Puntilla, con beneficios para los consumidores y también para el país, pues no habría que arriesgar dinero del país (o sea, del pueblo) en un producto perecedero, para nada decisivo en la estructura de los bienes de consumo fundamentales del cubano promedio.
De poder existir esa posibilidad, tanto los consumidores, como el vendedor, como el propio Estado (que así no tiene que gastar en lo que no es decisivo) estaría maximizando la utilidad de sus recursos. Este también es un razonamiento frío, calculador, hecho desde la microeconomía, que es demasiado impersonal y está alejada de las relaciones sociales de producción.
Entonces mirémoslo desde la Economía Política. Ese acto de intercambio no es más que una manera en que diversos actores de la sociedad se relacionan en unas condiciones determinadas en un momento determinado. La empresa del Estado, como representante del dueño –que es el pueblo–, y el comprador al por mayor de manzanas, que después se las vende al mismo dueño (no al Estado sino al pueblo que las consume) a un precio mayor –sí, parece raro pero es así–, vela por los intereses del dueño y hace que sus tiendas funcionen bajo determinadas reglas que garanticen la existencia de las manzanas. Y parte de la utilidad que producen las manzanas revierte al dueño en algún tipo de producto o servicio subvencionado, o de programa de desarrollo a partir de esos ingresos producidos por las manzanas.
Del otro lado, el comprador de manzanas, que ha descubierto una oportunidad en la distribución al detalle y territorial de la fruta, tiene como interés venderla y hacer una ganancia para apropiársela de forma privada. Sin embargo, al comprar todas las manzanas de una vez a la empresa estatal le ha facilitado a la misma poder volver a comprar manzanas y seguir cumpliendo con su propósito social, producir mas beneficios para el dueño, que es el pueblo. Es cierto que ese comprador se apropia de una utilidad, pero si y solo si logra vender las manzanas, con lo cual permite la realización del producto en el cual una empresa estatal invirtió dinero (del pueblo).
El vendedor, como ya se dijo, se apropia de un ingreso, una parte del cual sirve para pagar a sus vendedores detallistas, con lo cual genera algún tipo de empleo y provee de un salario a personas generalmente de la tercera edad y/o mujeres, o a otros negocios privados, así que si bien es cierto que los “consumidores de La Puntilla” se quedan sin sus manzanas, también es cierto que el propósito por el cual las manzanas se importan y se venden ¡se cumple!
Si la empresa que provee las manzanas o La Puntilla pudiera inmediatamente reponer el inventario, sería un gran círculo virtuoso. Pero no es así y, en este caso, no es por causa del bloqueo (se pueden comprar manzanas no sólo en Estados Unidos, sino también en México o en Canadá).
También es cierto que a la manzana le tiene sin cuidado si es vendida en un lote masivo o si es vendida de forma individual. Ella, siempre que no se pudra, cumplirá con su papel de convertirse en alimento natural directo, en jugo, en parte de algún tipo de postre –¡recuerdan aquel pasaje famoso del oso Yogui ¡Pastel de manzanas, Bubú!– o en una buena y refrescante bebida, como la sidra. Ella es, en definitiva, una manzana, y está consciente de su papel –y si no lo está pues peor para ella.
Lo de la manera de solucionar el problema –la propuesta del MINCIN de racionar la venta de cuarenta y ocho productos “sensibles” en las tiendas que venden a precios diferenciados y altos– es otro asunto.
(Esas tiendas antes conocidas como TRD, desde que no venden en dólares de forma directa, solo recaudan CUC, que a pesar de todo lo que pensamos no es una divisa y de hecho hoy está sobrevaluado en su relación con el dólar.)
Hay que recurrir a la historia económica de Cuba y de otros países que en algún momento practicaron el racionamiento –en el caso de Cuba pues le hemos sido fiel y no lo hemos abandonado–, para entenderlo.
En Cuba la historia del racionamiento está asociada a tres factores: el bloqueo y, antes de él, a las medidas de reducción de comercio que tomó el gobierno norteamericano desde el inicio de la Revolución. La decisión del gobierno revolucionario buscaba “garantizar” determinados bienes a toda la población en aquella dura época y, además, derrotar los planes de los gobiernos norteamericanos de rendirnos por hambre. Cuando ya teníamos bastante segura la “ayuda fraternal y solidaria del URSS”, entonces esa medida de guerra se convirtió en un instrumento de igualdad, donde la libreta de abastecimientos es su expresión icónica.
Luego, nuestras fallas productivas, tanto o más que el bloqueo, hicieron que la oferta de productos en Cuba, a pesar de contar con energía barata, créditos a muy bajo costo y mercados y precios seguros para nuestros productos de exportación, nunca pudiera ser suficientemente flexible y responder rápidamente a las variaciones de la demanda.
Hoy esa expresión de igualdad deviene sustento de injusticias distributivas pues a pesar de las diferencias de ingresos todos los ciudadanos cubanos recibimos productos y servicios subvencionados, desde los más ricos (el comprador de manzanas, por ejemplo) hasta los más pobres como los jubilados con su pensión como único ingreso. Ojo que el comprador de manzanas no es culpable de ello, ni tampoco de que la Puntilla no pueda volver a comprar manzanas rápidamente.
En general las experiencias de racionamiento físico de productos sólo cumplen un rol muy temporal y corto como forma de regular el mercado. Su permanencia en el tiempo genera distorsiones que a la larga afectan al sistema en su conjunto y lo hacen poco productivo y poco eficiente, además de tener un problema intrínseco de asignación deficiente de recursos.
(El Plan, nuestro viejo y querido Plan, que no se cumplió nunca, ni aun en aquella época de “vacas gordas”, qué decir de ahora).
Recurrir a esas medidas nuevamente es como comerse la mata de yuca y botar la raíz o, como decimos los economistas marxistas, es conformarse con solucionar momentáneamente el efecto y no la causa.
Recuerdo que en el Proyecto de Reforma Constitucional que discutimos todos dice en su artículo 20:
“En la República de Cuba rige el sistema de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción como forma de dirección principal, y la dirección planificada de la economía, que considera y regula el mercado en función de los intereses de la sociedad”.
Vaya, esta “solución” que se ha propuesto como una forma sui generis de considerar al mercado, muy parecida a las de los años sesenta, que después fuera reconocida en la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba como un error.
La historia última reciente –o sea, de los últimos cincuenta años– de nuestro comercio interior es un gran libro para aprender qué es lo que no se debe hacer. No me extiendo aquí, pues da para un par de tomos.
Si la medida de racionar productos al final se toma nuevamente, ¿que va a pasar? Lo primero es que creará mas incertidumbre hacia el proyecto actual de modernización/actualización de nuestra economía, y ese es un mal efecto político; la segunda es que generará también incertidumbre en los consumidores, que se protegerán comprando esos productos aun cuando no los necesiten (“por si acaso”) y obligará a gastos adicionales aun cuando no sean necesarios, o sea, habrá una asignación no eficiente de recursos escasos; y la tercera –y esta puede que no sea tan mala para algunas personas–, creará un nuevo tipo de empleo, el del COMPRADOR PERMANENTE, que estará afuera en las tiendas presto a “ayudar” a aquellos que necesitan/quieran comprar un poco más del producto normado: otro empleo improductivo que, probablemente, tenga como correlato alguna “relación especial” dentro de las tiendas.
Y eso no es ciencia ficción, ya ha pasado y aun pasa y volverá a pasar mientras las causas sigan sin ser resueltas. Creo que primero habría que preguntarse cómo es posible que se importen manzanas cuando otros productos mucho más importantes padecen de la enfermedad de la intermitencia. ¿Alguien se ha hecho esa pregunta?
Desde la perspectiva de la política económica, resulta evidente que falta hoy –y ha faltado desde hace mucho– esa modalidad de mercado que es la venta mayorista, algo que se ha reconocido por todos como una necesidad de estos tiempos pero que ha sido demorado una y otra vez, a veces con razones que no se sostienen ni desde la economía ni desde la Economía Política, mucho menos desde la política económica.
Vender al por mayor no requiere ni de un edificio siquiera, es una decisión, y para hacerle funcionar se pueden utilizar los propios almacenes estatales. Sólo haría falta una cuenta de cliente para los que necesitan o están legalmente autorizados (por su condición de trabajadores por cuenta propia o cooperativistas) hagan ese tipo de operación.
Mientras nos debatimos en este pastel de manzana, temas muy sensibles y decisivos para el bienestar, para la percepción de prosperidad, para la justicia social y para la equidad, así como para el desarrollo, permanecen sin solución, a pesar del esfuerzo realizado y de las horas que muchas personas le han dedicado.
Asuntos que han sido públicamente tratados por nuestros diputados más de una vez o que han aparecido también más de una vez en las asambleas de rendición de cuentas de los barrios.
Algunos ejemplos: la débil dinámica de la inversión extranjera, la baja participación de la inversión en ciencia y tecnología en el volumen total de inversiones, el éxodo de profesionales, salarios tan deprimidos que ya están casi psiquiátricos, el uso para beneficio personal de servicios públicos, el deficiente sistema de atención a las personas de la tercera edad, la falta de insumos básicos en hospitales –como sábanas, toallas, jeringuillas y agujas (que por cierto, estas últimas se venden en las farmacias en CUC)–, las medicinas por la izquierda, la falta de médicos, las deficiencias casi seculares de transporte público, la basura en las esquinas y la falta de higiene de la ciudad, el déficit de vivienda.
Todas están ahí, han sido tratadas una y otra vez. Algunas tienen causas objetivas, otras dependen en un grado elevado de subjetividades de uno y otro tipo. Sin embargo, varias de ellas no logran alcanzar la alharaca que se ha armado por culpa de esta pobre fruta mal comprendida. Y no sé por qué, siendo asuntos tan candentes y decisivos, y estando todos a la vista pública, no han tenido la suerte de ser tratados de igual manera que la manzana de Blancanieves.
*Este texto fue publicado originalmente en el blog del trovador Silvio Rodríguez. OnCuba reproduce este texto con la autorización expresa de su autor.
Excelente articulo profe, nunca se canse de tratar que en nuestro país se haga lo correcto en esa materia pendiente, que es la economía. Nuestras futuras generaciones se lo agradecerán.
Tenía referencias del autor, pero no había leido ninguno de sus artículos y este es genial. Debía publicarse y debatirse oficialmente pero “sería el sí mismo ideal” gracias