Los trípodes y las cámaras se amontonan en la carpa del centro de prensa en la sede de las Naciones Unidas. Las voces de los periodistas se entremezclan en francés, español e inglés con el ruido de una lluvia torrencial que cae afuera. Es el primer día del debate general y las televisoras están ansiosas por reportar, cueste lo que cueste.
La carpa del centro de prensa es blanca, un nylon grueso ajustado con vigas de metal. El agua logra entrar por los bordes en ocasiones y alguna gota cae desde el techo.
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El Secretario General Antonio Guterres inaugura el debate temprano en la mañana, dice que sus dos mayores preocupaciones son los peligros de las nuevas tecnologías y el cambio climático. Todo el mundo espera a que Trump hable. Este último, de paso, se salta el protocolo y llega tarde. Ya no será el segundo en hablar, como tradicionalmente ocurre.
La lluvia arrecia y disminuye por momentos, pero todos los canales tendrán que hacer sus partes de prensa desde el interior de la carpa. Apenas un día antes tenían como fondo el East River o el edificio principal de las Naciones Unidas. Hoy solo tienen un montón de personas tratando de hacer lo mismo e interrumpiéndose unos a otros para pasar al otro lado.
Muchos periodistas ríen, cómplices, cuando Trump dice que su administración ha hecho más que ninguna otra en la historia de los Estados Unidos.
En el momento de mayor intensidad de la tormenta deben estar en la carpa más de 500 personas. Hay olor a ropa mojada, sacos y trajes caros con cientos de pequeñas gotas. Hay capas y sombrillas por todos lados.
“Esto es un monzón de New York”. “¡Vamos a morir aquí!”, bromean unas periodistas españolas cerca de mí.
Justo detrás otro periodista español, de radio, se queja por teléfono. “Es que está lloviendo y hace un ruido horrible, se oye todo en la grabación”.
En los monitores ya se trasmite por circuito cerrado el almuerzo que ofrece Guterres. Trump, en su mesa, sonriendo. La agencia AFP había dicho que el menú consistía en un plato pequeño de carpaccio gravlax curado –suena bastante elegante–, seguido de filete de res Wagyu a la plancha con espárragos a la parrilla. También hay postre, un mousse de chocolate agridulce, chocolate dacquoise relleno de coulis de frambuesa y frambuesa de chocolate.
Pensar en eso me da hambre y compro un pastel de chocolate. La cobertura de prensa no es exactamente como creía, ni el pastel tampoco. No van a pasar los presidentes delante de mí, no los voy a “capturar”, no se detendrán para responderme. Tampoco Miguel Díaz-Canel. Solo unos pocos periodistas entran a las salas del edificio principal. Por ahora trabajamos juntos como en una gran sala de redacción. Todos oyen y escriben, llaman a los diplomáticos de sus países. Transcriben. Envían.
Decido entonces caminar y conversar con los colegas. “Las cámaras deberían ser todas a prueba de agua”, bromean tres periodistas. Le pregunto a una de ese grupo si todo está bien con su cámara, empapada. Jhoana, quien solo se identifica como una fotógrafa que trabaja para la Unión Europea, dice mientras seca sus equipos: “Tienes que ser creativo y tener ideas de cómo proteger la cámara, tener siempre algo para secarla. Evitar que se forme la condensación en el lente”, sigue explicando en inglés.
Los monitores no muestran los planos de la sala de la Asamblea general, pero ya pasado el mediodía están casi vacías. El foco está ahora en todas las reuniones colaterales, los encuentros entre presidentes. Me pregunto cuántos esperarán por Marruecos, el último país en hablar hoy.
Mientras hago algunas fotos dentro de la carpa, me entero de que Cuba y España mejoran sus relaciones bilaterales y que Pedro Sánchez confirmó su visita a La Habana, quizás para el próximo noviembre, cuando la ciudad cumpla 500 años.
Ha sido un buen día después de todo; incluso la lluvia.