Ahora sí empezó la primavera en Madrid y “los fieles de la librería Alberti”, como les llama con afecto el escritor cubano Leonardo Padura, llegaron al número 57 de la calle Tutor, muy cerca de la estación de metro Moncloa.
Es un lugar estrecho, una especie de caverna bañada de luz led y lomos de libros policromados. El espacio transitable describe una L y en su vértice han colocado un par de micrófonos y unas banquetas altas para los invitados especiales.
Es tan poco el espacio que queda vacío entre libros, anaqueles, posters y humanos, que para quienes hemos llegado con anticipación, y antes de que todos empecemos a exhalar al unísono, el aire comienza a enrarecerse.
Pero a las 7:30 de la tarde, cuando sigue siendo claro el día, llegan puntuales Padura y su esposa, Lucía López Coll. Ella va muy sencilla, de negro toda; la reconozco como cubana por su forma de mirar, por cómo trata de orientarse para buscar acomodo en la sala. Él viene vestido de naranja. No como otras veces lo he visto, de rojo o terracota –una gama que al parecer prefiere–, sino de naranja, vivo, punzante. Vestido con un pullover de mangas largas Chemise Lacoste y un sweater doblado sobre su antebrazo.
Un aplauso disparejo e inmediato lo recibe. Él se gira hacia el lado más corto de la L, donde nos hemos sentado algunos en sillas de tijera colocadas para la ocasión. Padura hace saludos con la mano en la dirección en que estoy. Desde luego no es a mí a quien ve. Entre mis vecinos hay muchos amigos suyos, según percibo entre aquellos que le responden con otros saludos y otras sonrisas. Muchos de ellos son, ya lo dije, los fieles de la librería Alberti, gente que ha venido por “enésima vez” aquí a escuchar las presentaciones del escritor cubano más prolijo y uno de los cubanos más publicados jamás en España.
Padura, que es parte desde 1996 del catálogo de la casa editorial barcelonesa Tusquets, es un autor muy seguido también en Madrid, donde sus estrenos editoriales tienen un hogar seguro. Mucho más que en La Habana, por “la maldita circunstancia”.
Tusquets está cumpliendo 50 años, y ha comisionado esta vez al editor Juan Cerezo para presentar la más reciente obra del periodista y narrador de Mantilla: un libro de reflexiones sobre la literatura –sobre su literatura– que Padura ha titulado Agua por todas partes. Vivir y escribir en Cuba, retomando para sí la definición teleológica del poeta cubano Virgilio Piñera en su “La isla en peso”.
La cubierta del libro nos remite al ejercicio de intimidad que el autor regala en Agua por todas partes.
Un Padura muy joven, de cinco años, en 1960 o 1961, sostiene con la mano derecha un bolígrafo que alguien le ha colocado –para la foto– quizás para “corregir” la inclinación zurda de este pelotero que luego no fue, y que firmaría sus libros en Madrid, como lo hace desde hace décadas para sus lectores, con una pequeñísima letra que su mano izquierda traza y en la que sobresale una “P” gigante.
Agua por todas partes es un libro de “secretos literarios”, de apostillas –dice Padura; un libro que da respuesta a muchas preguntas que habitualmente le hacen periodistas y lectores. “Es un libro para entender más quién soy, qué es Cuba, qué es ser un escritor cubano, y qué es ser un escritor cubano que vive en Cuba, que no se fue.”
“¿Por qué y para qué uno escribe una novela?”, es uno de los ejes de esta reunión de ensayos y testimonios que fueron escritos en el lapso de unos 20 años. Agua… presenta a un autor que se deconstruye, se piensa a sí mismo, su ejercicio creativo; que expone las tareas profesionales de un escritor y las coordenadas éticas desde donde realiza el oficio de narrar. En el caso de Padura, con los imperativos de quien “trabaja” realidades ficcionadas y personajes que existieron o que pudieron haber existido en escenarios y situaciones completamente verosímiles.
“Un escritor es un almacén de memorias. Se escribe hurgando en la memoria propia y en las memorias ajenas, adquiridas por las más diversas estrategias de apropiación. A partir de ahí el novelista crea un mundo”, escribe Padura.
La Habana es un referente principalísimo para él, pero no de cualquier modo, sino convertida en su Habana, que “suena a música y autos viejos, huele a gas y a mar, y su color es el azul.”
“Mi sentido de pertenencia a Mantilla y a La Habana me ha hecho el escritor que soy y me ha inducido a escribir lo que escribo”, se lee en Aguas…
Padura dijo verse a sí mismo como un estajanovista de la literatura: “vivo escribiendo, vivo para escribir, es mi forma de realizar mi vida cotidiana”.
Mientras presentaba Agua… anunció que acaba de terminar la primera versión de una nueva novela que volverá de alguna forma sobre las reflexiones generacionales de Regreso a Ítaca. El libro tratará “los dramas del exilio” a partir, especialmente, de historias de quienes migraron en los años 90.
“Ningún exiliado es feliz”, dijo, porque el acto migratorio significa, profundamente, renunciar a todo lo propio. Y sin embargo, no se abandona la identidad, al contrario. Padura, recordó al Heredia de La novela de mi vida y cómo, desde la lejanía, el poeta desterrado del siglo XIX “logra la primera imagen de la patria cubana”.
En la próxima novela Padura promete reflexionar sobre “las cosas que nos han pasado”. Especialmente su generación estará en foco: a los 60 años se es muy joven para morirse y demasiado viejo para reciclarse, reza el sentido común. Fue la suya una generación que soñó con el futuro y tuvo posibilidades para su realización, pero “nos prometieron más de lo que nos cumplieron”, dijo.
“Un escritor cubano con un mínimo sentido de su papel intelectual y, sobre todo, ciudadano, está obligado a tener algunas ideas sobre la sociedad, la economía, la política de la isla (y, si se atreve, a expresarlas). En Cuba las torres de marfil no existen –casi nunca han existido–, desde hace más de 50 años la política se vive como cotidianidad, como excepcionalidad, como Historia en construcción de la cual no es posible evadirse.”
La tarde derivó hacia nuevas zonas de inspiración del escritor. Grandes músicos cubanos como Bebo Valdés, Mario Bauzá, Chano Pozo, son “personajes” sobre los que, dijo, desearía escribir alguna vez una ficción.
Se refirió a Chano Pozo con especial admiración y al libro recién publicado de la investigadora cubana Rosa Marquetti, con quien intercambió datos biográficos de estos grandes nombres de la música cubana.
En Madrid, las últimas palabras del escritor, que aunque tiene nacionalidad española dijo no ser otra cosa que cubano, estuvieron dedicadas a sus indagaciones sobre sus orígenes vascos.
Ha buscado, dijo, sin éxito, al primer Padura que fue a América. Una lectora, también de apellido Padura, vino a la librería Alberti otra vez a oírlo y sin poder ocultar una leve emoción, sembró el deseo de confirmar sus parentescos.
Mi escritor preferido! GRACIAS POR EXISTIR!
Me encanta saber siempre en qué anda Padura?, y me gusta su camiseta naranja chillona. Gracias