Pasaron nueve años para que llegara Trece con magia, el último material de William Vivanco. Parece que el santiaguero no sufre el trastorno obsesivo compulsivo de hacer música para complacer a la industria, sino para que perdure.
Lo tengo To pensao, su primera producción fue una caracterización de todo lo que llegaría después: textos claros, mezcla de ritmos, osadía al cantar… De aquel CD con Bismusic salieron temas como “Barrio barroco”, “Negra sálvame” o “Cimarrón”.
«Fue una avalancha. Estaba solito aquí cimarroneando por toda La Habana. A veces no tenía ni alquiler, ni donde dormir, y la gente tirándose fotos conmigo y saludándome en la calle. Era algo muy fuerte para mí.»
Al principio algunos pensaron que no cantaba, que solo se quedaba en el “la, la, la”. Pero con el tiempo se ganó el respeto de los músicos de academia. Empezó a tocar la guitarra a los 17 años y fue la música quien lo salvó de hacer cosas peligrosas. Fue a la calle y encontró a los trovadores mientras por otra vía buscaba los discos de Michael Jackson y Stevie Wonder.
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«Creo que las escuelas deben revolucionar su sistema de enseñanza porque en la calle se aprende muchísima música y las escuelas están retrasadas en cuanto a materias. Creo que dan mucha música clásica, pero nadie te enseña el feeling, no hay clases serias sobre el son, el bolero, el danzón, sobre la rumba y todas sus vertientes. En eso creo que la enseñanza tiene que ponerse al día. La música en la calle está caliente en todas partes, hay muchos aficionados que salen de ella y llegan a ser reconocidos.»
Sobre su paso por el Coro Madrigalista, para muchos una verdadera joya del movimiento coral en Cuba, Vivanco asegura que fue la primera escuela de música que tuvo realmente. “Aprendí en dos años sin darme cuenta, todo el mecanismo de la voz, la técnica de la respiración. Canté en varios idiomas y todo eso fue algo que me nutrió, me enseñó y fue la base de lo que sería después. Al mismo tiempo estaba tocando música tradicional con el Cuarteto Generaciones”.
Por ser de la zona oriental de Cuba, uno intuye que tiene todos los ritmos en su sangre. A juzgar por ese “sopón” de sonidos, no me equivoco.
«Yo vivía en Trocha y Carretera del Morro. En Santiago de Cuba hay algo diferente para con algunas artes, con la música especialmente. Muchas cosas empezaron por Santiago: el reggae, la lambada, el reguetón… Parece que hay algo ahí realmente glorioso.»
¿Cómo haces tus discos si no estudiaste música?
Yo aprendí en la universidad de la calle, como se dice. Para mí es imposible hacer un género puro porque no lo aprendí así. Mi manera de componer es muy torturante: estudio el tema, el género, escucho otros ritmos… Como no pasé escuela de música y no me dieron los géneros organizadamente, tomo de todos lados. Hasta un año puedo estar en un proyecto de canción. Es mejor trabajar fuerte en una obra para que perdure y uno sentirse cómodo y orgulloso del trabajo.
En mis composiciones yo trato no de esconder, sino embellecer la manera de decirle las cosas a la gente. Con amor se logra todo y no me aferro a ningún tipo de filosofía exacta.
En estos nueve años de “ausencia”, ¿qué pasó?
Había algo que yo no quería hacer más: entrar en un estudio y grabar un disco en 15 días. Por eso me costó tiempo producir este disco a mi aire, a mi ritmo. Yo soy el productor, el arreglista, el compositor.
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En Trece con magia Vivanco comparte con otros músicos de prestigio como David Torrens, Israel Rojas o el grandioso Jesús Cruz, Jesusín. Ya suenan por la radio algunos números como su versión de “La Cocainómana”, de Miguel Matamoros o “Bailarina”, inspirada en algunos versos del poema “La bailarina española”, de José Martí.
«Martí me mejora el día y me reconforta el alma», afirma el trovador.
¿Hay que esperar nueve años más para que hagas otro disco?
¡No! Ya se me despertó el bichito del productor, tengo como tres discos que podría hacer ahora mismo, sólo que me hace falta la «estilla.»