Recorrer Cuba por la casi siempre recta Autopista Nacional y luego conectar con la serpenteante, estrecha y peligrosa Carretera Central, es como hacer un viaje en el tiempo.
Comienzas manejando a una velocidad de hasta 120 km por hora, por un ancho de carriles de 3.75 metros. Luego se estrecha la ruta y ya es obligatorio bajar la velocidad.
Emprendes una cruzada con decenas de personas que andan en carretones, a caballo o en bicicleta. De alguna forma sientes que transitas por el antiguo Camino Real, que empataba a lo largo la Isla en el siglo XIX.
Un diamante de 24 quilates, en el centro mismo del Capitolio Nacional, marca el kilómetro cero la Carretera Central, que comenzó a construirse el 20 de mayo de 1927 y se concluyó el 24 de febrero de 1931. Desde ese punto la principal arteria vial de la Isla se bifurca hasta Occidente y Oriente.
La Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción determinó que esta obra es una de las siete maravillas de la Ingeniería Civil cubana.
Tiene atributos para ostentar tal título si tenemos en cuenta el impacto social de su construcción, la complejidad de su ejecución y las soluciones técnicas aplicadas.
Pero con el desarrollo social y urbanístico esa carretera que desde Pinar del Río y hasta Santiago de Cuba marcan 1,139 km, quedó chica y angosta.
Por ello comenzó a construirse en 1978 la Autopista Nacional. Pero con la llegada del Periodo Especial, a inicios de la década de 1990, este megaproyecto que atravesaría todo el país, se paralizó.
Entre todos los tramos (La Habana Pinar del Río; La Habana-Sancti Spíritus y Santiago de Cuba-Guantánamo) llegaron a hacerse 597 km.
No quedó otra solución, entonces, que acoplar la nueva e inconclusa autopista a la vieja Carretera Central.