Con un seno al descubierto, imponentes curvas amulatadas, una fina túnica griega cubriéndole parte del cuerpo y una trompeta en las manos se presenta La Fama, símbolo de la ciudad de Guantánamo, ante quienes visitan la provincia más oriental de Cuba. A veces, de tanto proponerse desde la cúspide del Palacio Salcines, pareciera que seduce al transeúnte.
Siempre me ha parecido una estatuilla provocadora y sin grandes semejanzas con La Giraldilla, esa otra tan conocida en Cuba y cuya leyenda se circunscribe a La Habana. De hecho, si no fuera porque la segunda lleva la falda recogida sobre el muslo derecho en una pose tan sensual como La Fama misma, estaría claro que a ambas los extremos las desigualan: una es de Oriente y la otra de Occidente, una casi desvestida y la otra con las ropas del Renacimiento español, una diosa y la otra mortal. Dos versiones diferentes de la belleza femenina trastocada en símbolo.
Estas son sus historias
La guantanamera fue situada, desde 1922, por el ingeniero José Lecticio Salcines Morlote en la cima de la que se convertiría en la construcción de estilo ecléctico más emblemática de la arquitectura local: su propia casa. Un escultor italiano, Américo J. Chini, la pulió.
La Giraldilla, por su parte, está en la atalaya del Castillo de la Real Fuerza y tiene más de cinco siglos de haber sido fundida en bronce por Gerónimo Martín Pinzón, un artista habanero de origen canario que la trabajó a petición de don Juan Bitrián Viamonte, quien bautizó la pequeña veleta como Giraldilla, en recuerdo de la Giralda de Sevilla, en España.
Ambas fueron enclavadas en la cima de los hogares de sus dueños, pero con diferente intención. La Fama, por ejemplo, representa a la diosa mensajera de Zeus, la que propaga las buenas y malas noticias, los rumores… y siempre provoca desórdenes y malentendidos entre los mortales.
Algunas revistas digitales la catalogan como hija de Afrodita, la deidad del amor, otras fuentes señalan que es la última descendiente de Gea, la diosa de la tierra, y los romanos dicen que es la “Voz pública”. Pero nadie parece tener la verdad en la mano.
El poeta latino Virgilio, que vivió en el año 70 a. n. e, en su obra Eneida asume que La Fama habita en el centro del mundo y reside en un palacio sonoro (con mil aberturas para que entren las voces del pueblo y las deidades), se rodea de la credulidad, el error, la falsa alegría, el terror, los chismes y personifica el demoníaco poder de la publicidad y el rumor.
La Giraldilla por el contrario, lejos de representar lo etéreo y subjetivo, simboliza la presencia en lo alto del castillo de doña Isabel de Bobadilla, esposa del séptimo gobernador español en Cuba, Hernando de Soto, que en 1539 fue enviado a afianzar el poder colonial en La Florida y a al cual esperó ella, como Penélope, durante largos años.
Su historia es una de las tantas con final infeliz: ella esperó, él nunca regresó. La muerte, atraída por las altísimas fiebres que padeció el Adelantado, lo atrapó a orillas del río Missisipi.
Años después Bitrián Viamonte, gobernador de la ciudad de La Habana entre 1630 y 1634, mandó a colocar la estatuilla de 110 centímetros de alto en la atalaya de la fortaleza bajo la condición de que se moviera con los soplidos del viento. En el pecho de la figurilla pusieron un medallón con el nombre del autor, tiene una corona en la cabeza, el tronco de palma que sostiene representa la Victoria y el asta de la Real Cruz de Calatrava que porta en su mano izquierda es símbolo de la orden de la cual era caballero Bitrián.
Pero el tiempo, brusco, no ha sido clemente con ninguna de las dos estatuillas. Hoy, para acceder a La Fama hay que subir por una escalera de caracol de madera carcomida. Al edificio donde está, que además de casa fue Departamento de Correos en 1938, se le dañaron algunas puertas y ventanas en el 2012 con el huracán Sandy. Actualmente esa emblemática edificación comparte entre las oficinas del Centro Provincial de Patrimonio y una Galería de arte.
Con La Giraldilla ha sido peor: el ciclón del 20 de octubre de 1926 la arrancó de su pedestal y la tiró al patio. Luego, para prevenir daños mayores, el Gobierno de la isla estimó ubicar una réplica en la cima de la Real Fuerza y dejar la original a buen resguardo en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, un museo.
Dos mujeres hermosas custodian con su belleza y sus leyendas dos ciudades cubanas. La Fama y La Giraldilla, tan desiguales y unidas a la vez por su simbolismo, han quedado para siempre en la memoria cultural de este país. El arte las ha hecho perpetuas.