En pista cubierta nadie en el mundo se ha elevado más alto, con el propio poder de su cuerpo, que el cubano Javier Sotomayor. Hoy exactamente se cumplen 25 años de aquella hazaña, de aquel memorable momento que ha quedado incrustado en los anales de la historia universal del atletismo.
Corría el Mundial bajo techo de Budapest 1989. El nacido en Limonar, Matanzas, arrancó tibio en su secuencia de saltos, en aquel transcurso nada presagiaba lo que sucedería después. En su primer intentó alcanzó los 2, 25 metros, en el segundo se estiró hasta los 2, 31 metros. Al tercero cometió foul sobre la marca de 2, 35 metros, todo indicaba una jornada ordinaria de resultados. Después del inaudito falló, se colocó nuevamente en el fondo de la pista, arropado en su interior, hablándose asimismo en alta voz, cruzó la pistilla sintética y sobrepasó la varilla con fáciles.
En la próxima ronda, el listón ya andaba por los 2,37 metros, altura respetada para el resto de los atletas de entonces. Hasta allí solo había llegado él, ya era campeón del mundo bajo techo, en los 2, 35 habían quedado sus más cercanos perseguidores, el alemán Dietmar Moegenburg y el sueco Patrick Sjoeberg. A la primera, con una limpieza absoluta, irguiéndose en el aire en un movimiento compacto de torso y plexo, sin tocar la barra metálica, quedo en solitario en la competencia.
Mando a los jueces a subir la altura, de los 2, 37 metros a los 2, 43 metros, le tiraría al récord mundial. Expectación total. Era 4 de marzo de 1989 y Javier Sotomayor en Budapest, Hungría, intentaba inscribirse en la historia como el hombre que más cerca ha estado de las estrellas con el propio impulso de su cuerpo.
Regresó al fondo de la pista, junto a los primeros asientos de una grada enardecida, atenta a los sucesos. El Soto, esta vez, en su diálogo interior pidió más fervor, con palmadas de a dos solicitaba a los presentes un poco de algarabía, cuando algunos prefieren el silencio sepulcral de los instantes definitivos, hay otros que eligen el clamor del aliento como impulso. Unas palabras balbuceo, las lanzó al aire tras sendos manotazos en la cara. Arrancó, con esa zancada elegante,, tomando fuerza mientras doblaba la curva sintética y avizoraba los 2, 43 metros. Uno, dos y tres, tres pasos finales casi al unísono, corticos y potentes, y se elevó para sobrepasar aquella altura.
25 años después, Javier Sotomayor, aún presume de su récord. A sus 45 años admite que si una vez alguna de sus marcas es sobrepasada, la vida cambiaría. “Con toda seguridad no me voy a sentir bien, no lo voy a disfrutar, esa es la verdad. Pero pasarán los días y volveré a aceptar que los récords están para batirse”, explicitó a la agencia EFE.
Sotomayor lo consiguió todo en el mundillo atlético: seis títulos mundiales, uno olímpico y tres récords del mundo y fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes en el año 1993.