Hace rato quería entrevistarla. Nos conocemos desde la adolescencia en Altahabana hasta vernos juntos en la Facultad de Artes y Letras, convertida una vez en Facultad de Filología por obra y gracia de los expertos. Después coincidimos en varios foros, y siempre tratábamos de buscar un aparte para compartir vivencias y preocupaciones o, sencillamente, para actualizarnos mutuamente.
Magda González Grau es una de las realizadoras cubanas más importantes. Lo ha conseguido no solo por su talento, sino también por su constancia, persistencia y sabiduría para encarar adversidades y desafíos que ha asumido de manera muy natural, como el aire que se respira. Y, sobre todo, desplegando una capacidad de autosuperación, sentido crítico y honestidad fuera de toda duda, rasgos que ya tenía durante aquellos cinco años en el edificio de Zapata y G.
OnCuba la abordó en medio de sus innumerables trajines. Gracias a su generosidad, podemos compartir con nuestros lectores algunos de los momentos más relevantes de su vida y trayectoria.
Empezaste en el Departamento de Doblajes de la TV cubana, en 1980, junto a otras graduadas de Filología, y terminaste como guionista y directora. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Qué te impulsó a hacerlo?
Lo primero que tengo que contarte es que yo quería ser maestra de Español y Literatura. Entro a estudiar Filología y no Pedagogía cuando me gradúo del Preuniversitario porque la Doctora Graziella Pogolotti, muy amiga de mi familia, le dice a mi mamá que en ese momento el claustro de Filología era mejor que el de Pedagogía y que iba a estar mejor preparada para la docencia. De hecho, estuve dando clases como alumna ayudante durante varios años de la carrera y mi ilusión era quedarme en la Facultad de Filología dando clases.
Por razones ajenas a mi voluntad, y que ahora no vienen al caso, eso fue imposible y me ubicaron como asesora en una Casa de Cultura de un municipio que ni recuerdo. Esa ubicación no me gustaba nada, pero, por suerte, antes de que tuviera que presentarme se abre el Departamento de Subtitulaje de la Televisión Cubana y gracias a Griselda Ortiz, una amiga y compañera de clases que me recomienda, me presento y me contratan.
Aprendí mucho allí. Tenía que ver con lingüística y con gramática porque había que saber algo de idiomas y conocer muy bien la lengua española para escribir los subtítulos y sintetizar en un tiempo de lectura para el espectador toda la información que se decía y que, al mismo tiempo, resultara fluida. Pero también empecé a ver con ojos diferentes a los de una simple espectadora, los encuadres, la iluminación, la dirección de arte, la calidad de las actuaciones de los materiales que tenía que subtitular.
Pero quizás lo que me convenció de que había decidido bien fue cuando nos encargaron hacer el doblaje de una película para poder entrar en el sector artístico y ganar mejor, porque a pesar de ser graduados universitarios, cobrábamos solo138 pesos.
A mí me tocó una película húngara que se titulaba La venganza, una adaptación de la novela de Dostoievski Memorias del subsuelo, que yo sabía era el precedente de Crimen y castigo. Se trataba de un monólogo a cámara de un Raskólnikov atormentado y frustrado, nada menos y nada más que en húngaro.
Escogí a Rudy Mora (padre) para interpretarlo y tuve que bordar un ajuste de diálogos donde el sincronismo tenía que convencer al espectador de que ese hombre sufría, lloraba e insultaba en español.
Luego trabajé mucho con Rudy. Aprendí lo que era construir un personaje. Supe de cadencias, comas altas, cierres de frases, buena dicción, cómo transmitir emociones en español, a pesar de estar detrás de un micrófono, en un estudio frío, escuchando una referencia en húngaro.
Creo que nos salió bastante bien, pues el Tribunal de Evaluación del ICAIC, presidido por Tomás Gutiérrez Alea, me dio la puntuación anterior al primer nivel y no la mínima, como me correspondía por mi poco currículum.
En ese momento supe que dirigir actores era algo extraordinariamente disfrutable y decidí que era lo que más me gustaba en el mundo.
Pero para hacerlo tienes que saber de realización audiovisual en general. Me puse a estudiar fotografía, edición, sonido y producción por mi cuenta, pero solo en teoría. Faltaba la práctica.
Así que cuando me propusieron irme de Asistente de Dirección en la telenovela El año que viene, acepté sin dudarlo. Allí iba a estar Héctor Quintero, del que podía aprender mucho de puesta en escena, y Yaki Ortega y Cheíto González, viejos camarógrafos y ya directores, de los que podía aprender todo lo demás.
¿Cómo caracterizarías, vista desde ahora mismo, tu trayectoria como realizadora?
Sería falso decirte que me fue difícil llegar hasta aquí. Es cierto que en el momento que yo empecé, en los años 80, no era fácil a las mujeres entrar en este mundo de la televisión y el cine, que siempre han sido predios muy machistas, pero siempre he pensado que lo que tú te ganas con trabajo, esfuerzo y valentía es difícil que te lo puedan quitar.
Una vez mis padres me dijeron que escogiera lo que quisiera ser, pero que tratara de ser siempre buena en lo que fuera, que eso nadie me lo iba a regalar. Nunca he olvidado el consejo y he trabajado duro y con responsabilidad en cada obra o tarea que emprendo. Me enorgullezco de eso porque si algo no me ha salido bien, no ha sido por no intentarlo.
No me arrepiento de nada de lo que he hecho porque en cada trabajo he aprendido mucho, y lo mejor, siempre miro con ojo crítico lo que hago, sea mi obra o mi proceder en algún momento de la vida, lo cual me ayuda a madurar.
Examinado tu obra, se ve una relación sostenida con la literatura, es decir, te has dedicado a trasladar –por así decirlo– códigos literarios a los de la TV, muy distintos entre sí. Se suele estar de acuerdo en que se trata de una relación conflictiva. ¿Cómo la enfrentas/resuelves en lo que haces?
La literatura es una excelente fuente para el cine y la televisión. En otras latitudes siempre ves que las obras tienen un antecedente literario; en Cuba, no. Hubo una época en la que a alguien se le ocurrió decir que las adaptaciones y las versiones de una obra literaria eran más fáciles de hacer que una obra original, y que los adaptadores debían cobrar menos. Eso desestimuló a los guionistas que solían hacer adaptaciones.
Un gran error porque, como dices, se trata de trasladar una historia de un lenguaje a otro, y es muy difícil. Por un lado, puedes sentirte tentado a ser demasiado fiel y eso lastra el texto audiovisual; por otro, tratando de separarte a ultranza puedes traicionar los presupuestos conceptuales y estéticos de la obra pre existente.
Por ejemplo, una vez le escuché decir a Ernesto Daranas que había tenido que rechazar la propuesta de adaptar las novelas de Leonardo Padura por lo difícil que podía resultar que las reflexiones de Mario Conde, que es un hombre solitario, no se resolvieran solo en monólogos. Como ves, a él, que es un excelente guionista, le resulta más fácil inventar todo un universo que el riesgo de traicionar los objetivos de otro escritor.
Debo confesar que aunque soy una gran lectora desde niña, llegué a muchos clásicos a través de espacios televisivos como El Cuento, Grandes Novelas, Teatro ICR y otros.
Me gustaba encontrar el alma de los personajes literarios en actores de carne y hueso. Mi primera gitana Esmeralda, de Nuestra Señora de París, fue Marta Del Río, y mi primera Blanche Dubois de Un tranvía llamado Deseo fue Raquel Revuelta, y así otros personajes memorables. También en esa época había adaptadores de excelencia como María Bachs y podías encontrar el alma de los autores en las adaptaciones.
En realidad, yo he tenido mucha libertad para llevar obras literarias al audiovisual. Primero, me gusta trabajar con los guionistas y también con los escritores de las obras precedentes, si están vivos. Incluso si ya están muertos, pero son cubanos, me acerco a los que lo conocieron para tratar de desentrañar qué querían con este o aquel personaje. Así hice con el protagonista de “La rueda de la fortuna”, mi ópera prima en unitarios de ficción. Cuca, la viuda de Onelio Jorge Cardoso, me contó quién había sido el inspirador de ese fanático del cine que confunde la realidad con la ficción de las películas y efectivamente, no era un tonto, pero sí un ingenuo que coincidía con Onelio en la parada de la guagua, y que siempre estaba tratando de huir de las “lipideces” de su mundo.
Creo firmemente que en la prefilmación puede haber una rescritura donde cualquier opinión puede ser importante, la de los autores de la obra literaria, la de los guionistas, la de los actores que defienden sus personajes e inclusive la de algún miembro del equipo de realización. Es la etapa que más disfruto porque es la más creativa, y además la decisiva para tener un buen rodaje.
Modelos, paradigmas. ¿De quién partes? ¿Qué directores, bien de TV o de cine, han dejado su marca en tu trabajo como directora?
Creo que todos me han aportado algo, sean cubanos o no, colegas míos o gente que no conozco personalmente. Trato de ver mucho cine y hay películas que hubiera querido hacer yo y otras que nunca haría.
Pero tengo que distinguir a mi esposo, Charlie Medina. Nunca trabajamos juntos. Él llegó a esto antes que yo y al inicio corría el riesgo de que lo que hiciera yo bien o mal, se lo adjudicaran a él, pero además, tenemos formas de organizar y dirigir nuestro trabajo muy diferentes. Sin embargo, es uno de los directores que más admiro. Sus obras tienen una visualidad muy particular y siempre se está renovando. Sus estudios fueron de actuación y he aprendido de él a acercarme a los actores y saber cuándo algo suena falso. Su trabajo con los espacios, con la luz, siempre me sorprende y trato de igualarme a él en eso.
¿Qué lugar le das a los actores? ¿A partir de qué parámetros los seleccionas? ¿Los haces seguir indefectiblemente lo que dice el guion o les concedes un margen de improvisación? ¿Tienes actores predilectos o tratas de cambiarlos de una obra a otra?
Para mí los actores son una raza muy especial. Admiro y respeto profundamente la cualidad que tienen de encarnar diferentes personajes, y luego poder ser ellos mismos. Cuando los veo llorar, desgarrarse, creerse en la piel de personajes en situaciones terribles o forzarse a hacer reír cuando tienen graves problemas personales, los reverencio.
Los selecciono a partir de su calidad. Cuando escogí a Susana Pérez para interpretar a María Callas, asumí el reto de que no se parecía en nada al personaje real. Tratamos de acercarla con lentes oscuros, ampliando su frente y con maquillaje, pero estaba segura de que la ganancia estaría en el desempeño actoral y en una actitud ante la vida que pude descubrir en Susana en medio del Período Especial.
Habían venido unos franceses a hacer casting para una película y pagaban en moneda dura. Todos los actores estaban locos por estar en la película, pues significaba un respiro en medio de tantos problemas. Pues Susana no se presentó, y cuando le preguntaron por qué, dijo que había bastante material grabado de ella para que ellos decidieran si la querían o no.
Me di cuenta de que Susana se sabe “diva” y se comporta como tal y no le iba a ser difícil entender las contradicciones de la Callas, pero además es muy seria para su trabajo y llegó a saber de la historia de su personaje tanto como yo.
Esa es otra cualidad sine qua non: la seriedad y la responsabilidad ante el trabajo. Un actor que no quiera esforzarse o que subestime los ensayos o las pruebas de vestuario o maquillaje no entra en mis elencos.
Quizás por eso repito con algunos actores. Por ejemplo, cuando llamo a Patricio Wood o a Omar Alí, sé que voy a tener que dedicarle sesiones de trabajo a escuchar sus sugerencias sobre los personajes y que tendré que convencerlos de que hagan lo que quiero si no coincide con la idea que traen, pero eso me encanta. Me ayuda a estar segura de lo que hago.
Con las actrices es lo mismo, pero me es más fácil porque la intuición femenina nos ayuda a buscar y encontrar gestos, palabras, tonos en conjunto. Me encanta trabajar con Luisa María Jiménez, Edith Masola, Yasmín Gómez, Amarylis Núñez, Camila Arteche, Daysi Quintana, actrices que han mostrado su profesionalidad en múltiples personajes y trato de buscar aristas nuevas para que sientan el trabajo como algo fresco y creativo. Pero también me encanta trabajar con las de nuevas generaciones que agradecen el rigor que a veces extrañan y que se disponen al riesgo con más facilidad.
Como ya te dije, el guión es un punto de partida en el trabajo de montaje de la puesta. Hay un momento inicial en la prefilmación donde los actores hacen sus propuestas, las discutimos democráticamente y llegamos a un acuerdo. Luego de eso, se acabó la democracia, porque no me gusta ir a improvisar en el set de grabación, entonces trabajamos con mucho rigor hasta lograr lo que pactamos y así garantizar que se repita en la grabación.
Ya te digo, dirigir actores es lo que más me gusta en el mundo y cada obra es como irse en un barco a una aventura misteriosa. Por eso tienes que escoger muy bien quiénes van contigo.
¿Qué no harías nunca como guionista y/o y directora?
Dice un refrán: “Nunca digas nunca” porque la vida es más fuerte que cualquier pronóstico y quizás necesite espiritualmente en algún momento de lo que me queda de vida profesional, hacer algo que no hubiera pensado.
Pero sí puedo decir que nunca haría una obra que esté en contra de mis ideas o que denigre a los seres humanos o los haga sentir que la vida no vale la pena.
Siempre apelo a la emoción porque la mejor manera de llegar al cerebro es a través del corazón, pero a la emoción positiva, la que te lleva a una reflexión para ser mejor ser humano.
Nunca haría nada que llevara a lo contrario.
¿Cuándo y por qué te empiezas a interesar por los problemas de las mujeres en Cuba? ¿Qué lugar le confieres en ese proceso a tu filme ¿Por qué lloran mis amigas? (2018), multipremiado tanto dentro como fuera de la Isla?
Siempre estuve interesada porque soy mujer y no puedo estar ajena a los problemas de las mujeres en Cuba y el mundo, pero si te refieres a una especie de militancia femenina, ya he dicho en otras ocasiones que negaba el feminismo porque lo conocía desde posiciones fundamentalistas. No soporto la actitud de autovictimización de algunas mujeres y menos la negación de los hombres. En realidad, rechazo visceralmente cualquier extremismo.
Pues tuve que aprender que el verdadero feminismo no es así y gracias a unas excelentes amigas como Lirians Gordillo, Helen Hernández Hornilla y Danae Diéguez entendí que yo misma era feminista por mi obra y mi vida.
Pero esa militancia presupone un aprendizaje constante porque uno puede caer en los extremos con mucha facilidad y eso no me lo perdonaría.
¿Por qué lloran mis amigas? fue un hito porque eran cuatro mujeres protagonistas y eso llamó la atención, pero si miras toda mi obra, hay una tendencia a tratar asuntos de mujeres y es natural, porque es de lo que más sé.
A mí me asombró que mi película gustara tanto a mujeres como hombres. Eso me alegró mucho.
Acabas de estrenar en la TV cubana “Me faltabas tú”, basado en el cuento “Little Woman in Blue Jeans”. ¿Por qué, específicamente, ese texto de Mylene Fernández Pintado que Ediciones Unión publicó en el año 2008?
Entro en contacto con Mylene porque me gusta mucho su novela La esquina del mundo y quiero adaptarla, igual que el cuento “La otra vida” de su libro Agua dura, pero esta historia me llega a través de un guión que había escrito Virgen Tabares y que ella me ofrece para dirigirlo.
Me gustaba mucho el tono. Trata de un tema trilladísimo, que es la infidelidad, pero me parece original la perspectiva femenina de la historia y el autocrecimiento de la protagonista.
Mira, el otro día, esperando un transporte para regresar a casa, me encontré a una mujer de 54 años de edad y me contó lo que ella había hecho cuando supo que su marido le era infiel. Como mi protagonista, se había aparecido en casa de la amante, le desbarató la bicicleta al marido, había roto platos y adornos y, por último, le puso un cuchillo en el cuello al “muy cabrón”. Ella me decía que ahora pensaba que había hecho el ridículo y que ojalá hubiera visto el cuento antes de eso, porque habría escogido una variante más digna.
Esas son las cosas que me ratifican en la selección de los caminos en las historias.
Guionista de Hurón Azul, profesora auxiliar de la Universidad de las Artes, directora de TV y cine, labores de dirección en la UNEAC… Descontando la “doble jornada”, esa madre y trabajadora al mismo tiempo, ¿cómo has logrado compatibilizar todas esas facetas sin afectar la creación artística?
Te faltó decir que estuve durante cinco años al frente de la Redacción de Dramatizados de la Televisión Cubana. Y lo acentúo porque ahí sí tuve que luchar fuerte para que el burocratismo cotidiano e inevitable de tener que ocuparme de presupuestos, proyectos ajenos y reuniones de todo tipo no me alejaran de mi vocación de creadora.
Me preocupan mi país y la sociedad en la que vivo. Entonces no puedo estar ajena a los problemas que hay en los ámbitos donde me muevo. Eso puede parecer una desgracia porque hay colegas que pueden desentenderse de todo y dedicarse a su propia obra. Los admiro, pero yo no soy así. Si me llaman a una tarea, no puedo negarme y cuando la acepto, trato de hacerla bien, lo cual me roba un tiempo que quizás debería dedicarle a mi obra. Pero, por otra parte, trato de que todo lo que hago tribute a ella. Incluso las tareas más aparentemente áridas pueden darme experiencia para contar ciertas historias y caracterizar personajes que debo conocer por obligación.
En el ámbito doméstico, dice mi marido que soy “hacendosa” porque sé cocinar, limpiar, lavar, planchar y coser. Eso me da gracia, pero hemos organizado nuestra vida para que las prioridades estén claras, y si estoy trabajando, todo lo demás puede esperar.
Tengo claro cada vez más que me queda poco tiempo útil para hacer todo lo que quiero hacer y todo lo que quisiera alcanzar, no solo en mi obra, sino como ciudadana activa de este país. Por eso planifico bien mi tiempo y cada día me levanto con ganas de hacer cosas. Me cuesta tomar vacaciones y quisiera creer que ese espíritu me mantiene joven, al menos de mente, porque el tiempo pasa implacablemente y cada minuto que vives es único e irrepetible.
Mis respetos para Magda. Admiro su carácter para enfrentar la vida. Ando en conspiraciones profesionales con ella porque creo firmemente en el poder de su talento para bien de la producción de programas radiales en Cuba.