Este será un fin de semana triste para Miami. La ciudad despide a uno de los suyos que sentó pautas éticas, solidarias y una profunda preocupación por las debilidades del sistema escolar a punto de ser considerado el padre del transporte escolar del sur de Florida.
El cubano-americano Julio Balsera, murió a los 80 años, en su casa de Flagami, una modesta barriada de gente sencilla y trabajadora, después de toda una vida dedicada a la comunidad que lo rodeó. Hace unos años, su hijo Freddy Balsera recordaba al padre como alguien bastante inquieto. “El viejo no paraba nunca, si no eran los autobuses, era la política, los problemas de la gente”, explicó.
Es que Balsera padre, hijo de españoles que emigraron a Cuba al inicio de los años 1920, cuando llegó al sur de Florida notó rápidamente que el crecimiento de la población escolar arrastraría un problema que las autoridades locales no estaban en capacidad de resolver. Si los padres estaban trabajando del amanecer hasta la noche intentando a abrirse camino no tenían tiempo de llevarlos y traerlos de la escuela. Además, los pocos transportes escolares que existían estaban dedicados a llevar y traer a los alumnos que vivían lejos de sus casas.
Fue cuando se le ocurrió desmontar una pequeña camioneta, sacarle dos filas de asientos traseros, colocar unos bancos largos de madera, comenzar a recoger a los muchachos y llevarlos a las escuela. Había nacido Balsera School Service. El negocio se desarrolló, prosperó y muchos otros comenzaron a imitarlo y hoy día al amanecer una flota de autobuses amarillos inunda la ciudad y despeja la algarabía infantil en escuelas y colegios.
Pero los años en que Julio Balsera comenzaba su empresa coincidían con la época en que la comunidad cubano-americana de Miami comenzaba a permear la política local. Balsera aprovechó su contacto directo con las familias para hacer llegar el mensaje de los políticos que le parecían más afines a las necesidades de sus coterráneos.
“Los padres de los niños que yo transportaba no conocían a los candidatos que aspiraban, pero me conocían a mí y confiaban cuando les recomendaba por quien votar”, recordó hace unos años en una entrevista.
Fue cuando los autobuses Balsera se hicieron populares. Sin nunca tener un accidente ni “perder” a un estudiante, la flota fue creciendo y Balsera se transformó en un creador de puestos de trabajo. Si la población se incrementaba había más alumnos que llevar a las escuelas.
“Había cosas que el viejo no delegaba, él mismo despachaba los autobuses por la mañana y no descansaba hasta que al final del día todo estuviera bien”, habría de recordar el hijo Freddy.
Como expone su amigo el ex congresista federal demócrata, Joe García, Balsera conquistó a los suyos con dedicación. “La gente le confiaba sus hijos, que es lo más precioso que hay, y el desempeñó su carrera profesional con una profunda integridad dejando así un legado insoslayable entre nosotros”, dijo.
Balsera también ponía a disposición su flota de buses al servicio de las campañas políticas y movimientos cívicos para movilizar a la gente. En 1977, a medida que fue desarrollándose la industria de transporte escolar privada con otras nuevas empresas, Balsera creó la Asociación de Transportistas Independientes para consolidar los recursos de estas empresas y defenderse de las amenazas estatales que comenzaban a surgir y estaban en desacuerdo con los autobuses privados. Su participación en política tuvo más hincapié en las campañas y movilizaciones de los candidatos y políticos demócratas, porque como se recuerda en Miami, Balsera fue también un hombre de preocupaciones sociales.
“Julio era un rostro viviente de esta comunidad que vino de Cuba y que no era ni batistiano, ni derechista. Fue un hombre honesto, humilde, que formó su compañía y siempre que contribuyó a esta sociedad nunca dejó de pensar en Cuba y sin odio”, enfatiza García.
Tanto es así, que cuando se produjo el puente marítimos de El Mariel en el verano de 1980 y los refugiados comenzaron a llegar a Cayo Hueso, Balsera se dio cuenta que las autoridades militares que los acogieron no tenían suficientes recursos para transportarlos hacia Miami. En esos días pagó horas extra a los chóferes de los autobuses y diariamente, después del trabajo con los niños en las escuelas, viajaban hacia el cayo más al sur de Estados Unidos y regresaban cargados de ‘marielitos’ que eran depositados en las casas de sus familiares o dejados en los campamentos que había en la ciudad. Todo esto gratuitamente.
Su salida de Cuba se dio en 1960 cuando comenzó a rechazar el giro del proceso revolucionario cubano y el viaje clandestino hacia Venezuela fue rocambolesco: se escondió dentro de los gabinetes de la cocina de un mercante que zarpó rumbo al puerto de la Guaira, el norte de Caracas. Allí permaneció durante tres años hasta que logró viajar a Miami.
A principio de este siglo, Balsera vendió su empresa después de 40 años y se dedicó a la vida cívica. Su principal preocupación se centró en las mentiras y engaños que los políticos locales propinaban a la comunidad, a punto de colocarse al frente de un grupo que se desplazó dos veces a Tallahassee, la capital de Florida, a protestar por los desmanes y falsas promesas del entonces gobernador demócrata, el ahora congresista federal Charlie Crist.
Su preocupación por los aumentos de impuestos desmedidos a nivel local lo llevaron a lanzarse a la calle, recoger más de 100 mil votos y lograr así la destitución del entonces alcalde el condado Miami Dade, Carlos Álvarez, en medio de una pequeña e única revolución político popular en el sur de Florida.