El estreno de Alfredo Rodríguez en Argentina junto a su coterráneo Pedrito Martínez y al camerunés Richard Bona, sucedido el pasado 9 de diciembre en el Teatro Vorterix de Buenos Aires, lo resumo así: naturalidad, coraje, desenvoltura; todo eso bien sonado. Dos horas de energía electrizante que en verdad fueron tres, porque antes protagonizaron una clase magistral a pocos metros de allí, en el bar cervecero Berlina Vorterix, situado en la zona de Colegiales.
El sitio está preparado para que sucedan cosas como esta de que mientras usted se bebe una jarra de cerveza negra Pedrito Martínez voltee una silla y demuestre cómo logra sacarle sonidos ancestrales a la madera que fue árbol antes de ser silla. “Está dura cantidad”, se lamenta. Se suma el piano de Rodríguez, el bajo de Bona, pero… ¡aguarden que el concierto será después! Antes, el público presente había escuchado a los cubanos, que hablaron más y explicaron de qué iba este proyecto.
Tocar juntos fue una genial idea reciente, tan reciente que en el póster de las columnas delanteras del teatro podía leerse que, en lugar de Pedrito Martínez, otro instrumentista, apenas identificado como TPQ sería el acompañante. TPQ significa en verdad The Pocket Queen y se trata de la joven Taylor Gordon, una talentosa chica de diecinueve años nacida en New Orleans que es ya una estrella del jazz ejecutando sus baterías. Al fin, por alguna razón que desconozco, Gordon no llegó a la Buenos Aires y en su lugar descubrimos a Martínez.
Pedrito Martínez es un percusionista de 46 años que ha vivido los últimos 22 en Nueva York. Integró la banda Yerba Buena, ha participado en varios festivales de jazz y apareció en aquel famoso documental de Fernando Trueba de 2000, Calle 54, junto a maestros de la música cubana radicados en el exilio como Cachao, Paquito D´Rivera o Bebo Valdés.
Por algún tiempo, Pedrito solía presentarse con frecuencia en escenarios de Japón, pero Los Estados Unidos y, en especial, Nueva York ha sido la ciudad a la cual debe los más altos niveles de una carrera que comenzó en el barrio habanero de Cayo Hueso. Allá, en toques de santo, aprendió a comunicarse mediante el tambor batá, a encontrar el ritmo de las calles en las congas, después de las cuales prestaba asistencia a los músicos populares, sus maestros. En se ambiente comprendió el rigor que implica entregarse a la música.
En 2012 Martínez y Alfredo Rodríguez trabajaron juntos por primera vez en una presentación del disco Sounds Of Space, el primer material que Rodríguez grabó con la productora Mack Avenue Records luego de haberse establecido con 22 años en Los Ángeles. Hasta ese país lo llevó su fascinación por el jazz y los elogios del genial productor Quincy Jones, quien ha sido su tutor desde que lo conociera en el año 2006 durante el Festival de Jazz de Montreaux.
Para entonces, Rodríguez era solo una nueva joya del jazz cubano, puntera de una generación de talentosísimos músicos como Gastón Joya o Ernesto Vega, e hijo de uno de los cantantes más populares de los años ochenta en Cuba: Alfredito Rodríguez. Junto a este se le había visto en la televisión cubana y aprovechando una gira por México el joven pianista, hoy reconocido músico de 34 años y nominado a los Grammy en 2015 por su arreglo de Guantanamera, decidió dar el salto cruzando la frontera de Estados Unidos para impulsar su carrera.
Así como ha logrado metas que ni siquiera soñó, Alfredo Rodríguez vive uno los principales retos que asume todo emigrado: continuar desde otro lugar la cultura del país donde naciste, cultura que te ha dado el reconocimiento por el cual te distingues. Semejante le ha sucedido a Martínez. “Por eso a veces meto un grito o suelto una frase en una canción; es lo que soy”, dice, y agrega: “Aprendí de forma onomatopéyica. Hay muchos movimientos fantasmas que no pueden ser expresados en una partitura. En la música los hechos son los que cuentan”.
Por su parte, Rodríguez está convencido de que existe una cultura cubana dentro y otra fuera de la isla. Allí siguen pasando cosas que se pierde quien está lejos, pero en tanto el de afuera va incorporando elementos del mundo que desconoce quien no sale de su ambiente. Es el dilema y la prueba del artista para sostenerse. “Yo me fui porque necesitaba vivir algo diferente, necesitaba equivocarme de otra manera. Todo lo que estaba escuchando se parecía mucho. La música cambia. Las palabras con las que hablo hoy no son las mismas con las que hablaba hace diez años”.
Todos estos saberes, esa necesidad de continuar cultivándose en otros mundos, de “mezclar humildemente lo que he aprendido, porque todos tenemos algo para dar”, tal cual lo manifiesta Rodríguez, puede sentirse cuando se juntan en el escenario, cuando interpretan, por ejemplo, Yo volveré, un tema emotivo que pertenece al disco Duologue, el trabajo de los dos llegado al mercado este año.
“Básicamente hicimos el disco por teléfono. Alfredito me enviaba melodías y yo le iba respondiendo. Tampoco podría tocar los tambores en mi departamento, así que muchos sonidos se los enviaba con mi voz.” apunta Pedrito.
En Duologue pueden encontrarse once temas, propios y versiones de clásicos como el famoso Punto cubano, de Celina González y Reutilio Domínguez, o el Thriller que elevó al parnaso de la música pop a Michael Jackson. Quincy Jones les propuso incluirlo en su disco, al final Thriller sigue siendo la canción que le da nombre a uno de los discos más vendidos de la historia y cuyo productor fue precisamente Jones.
En 2013, Pedrito Martínez sacó su primer trabajo discográfico en solitario: The Pedrito Martínez Group. “Yo hice todos los instrumentos. Sonaba muy mal porque lo grabé con dos micrófonos, pero mi esencia está ahí”, dice. Un año después, por su lado Rodríguez sacaba The Invasion Parade, al que siguió en 2016 Tocororo, un increíble material para el cual contó con la colaboración de artistas como las mellizas Lisa-Kaindé y Naomi Díaz, Ibeyi; Ibrahim Maalouf o el propio Richard Bona, que aunque silencioso durante la clase magistral demostró en el escenario que es un músico de increíble virtuosismo.
Richard Bona tiene 52 años y comenzó a destellar en los ambientes jazzísticos parisinos de los años noventa. Había llegado después de abandonar Camerún con 22 años luego de la muerte de su padre. La década terminó para él en Nueva York, ciudad en la cual se había establecido desde 1995.
Su personalidad discreta, mansa, no deja de serlo cuando con el bajo eléctrico interpreta sus propias creaciones o las de otros; entonces el espíritu de la música se adueña de su cuerpo y es lo que predomina. Lo demostró en melodías de su autoría y en versiones de clásicos como la de Alfonsina y el mar o Ay, Mamá Inés; esta última se puede escuchar en el disco Tocororo.
Contraste perfecto el de estos tres: manera electrizante y juguetona de Alfredo Rodríguez, pujanza de rabia callejera detrás de los tambores en Martínez, suavidad de brisa fresca la de Bona. Bona, Martínez y Rodríguez logran una mezcla perfecta de ritmos cuya base está en el continente del cual provenimos hasta los ojiazules: ¡África, cómo te debemos cosas!