Lea la primera parte de este artículo.
La sensación que tienen los menores de 40 años, de que muchísimos de sus amigos se han ido, la tuvieron antes los cincuentones cuando la crisis de los balseros reabriera de súbito la salida, en el ápice del Período Especial; y aun antes, los sesentones, cuando, en el repunte de prosperidad de 1980, vieron a sus amigos cruzar inesperadamente a la otra acera; ni qué decir los que, en camino o en la cima de sus 80, vieron partir a sus compañeros de aula o de juegos en el oleaje de los épicos y no siempre prodigiosos años 60s.
La tronada del Mariel, cuyo aniversario redondo se acerca, retumbó bajo un cielo aparentemente despejado. Su causa no puede atribuirse a un formidable conflicto político con guerra civil y aislamiento internacional incluidos (como en los 60), o a un derrumbe de la economía (como 14 años después). Tuvo lugar en medio del crecimiento económico, la estabilidad y el deshielo internacional de los 70, si bien en una coyuntura de agravamiento de tensiones con Estados Unidos.
Se suele afirmar que fueron las expectativas abiertas por el diálogo con la emigración, y el consumismo alborotado por los 130 mil “comunitarios” que visitaron la isla con la apertura, las que causaron el Mariel. Ciertamente, aquel cambio hizo palpable la posibilidad de salir, contando con un regreso que hasta entonces había permanecido clausurado, y hacerlo cargado de videocaseteras y pomos de chocolates MM para la familia. Entonces, ¿por qué no hacerlo?
Aunque esta hipótesis resulta consistente con las circunstancias, las “visitas” fueron solo un factor, y quizás apenas un detonante. En el Mariel concurrieron otras variables.
La primera fue que, al dar por terminado el acuerdo migratorio en 1973, el gobierno de Estados Unidos había cerrado la puerta, y dejado a numerosos cubanos sin una vía directa de salida. Cada vez que ocurriera algo parecido, en 1962, en 1973 y en 1984 (cuando se concertó un mal acuerdo, administrado luego con cuentagotas), el resultado provocaría una acumulación migratoria.
La segunda variable, fue lo inesperado, vertiginoso y emocional de la situación, desencadenada por los sucesos de la embajada del Perú, y su veloz escalada. Muchos que no habían pensado nunca, o no habían considerado seriamente partir, de pronto se enfrentaron a la opción de hacerlo: “te manda a decir tu primo que si te quieres ir, tienes un asiento en un bote que está ahora mismo esperándote; tienes tres horas para decidirte.” El contagio emocional que estudian los sociólogos había disparado la entrada masiva en la embajada del Perú y acelerado la espiral del Mariel, lo que facilitó reacciones adversas igualmente intensas.
Como conjunto, los que se fueron por el Mariel se parecían más a la sociedad cubana que ninguna emigración anterior. Entre ellos ya no había grandes propietarios ni clase media alta, y aunque la proporción de profesionales y campesinos era muy inferior a la del país, y la de desocupados alcanzaba casi una cuarta parte del flujo total, 3 de cada 5 de los ocupados eran obreros. La proporción de negros y mestizos y de hombres solos era muy superior a todos los flujos anteriores; casi la mitad no tenía parientes en Estados Unidos; y la inmensa mayoría no hablaba inglés. Naturalmente, su perfil socioeconómico y cultural, y su educación y apariencia no eran las del exilio histórico, el que los rechazó porque “no parecían cubanos,” y los bautizó despectivamente como marielitos. Aunque entre ellos solo el 15% tenía antecedentes penales, en Cuba, se les llamó simplemente escoria.[1]
Para el tema que nos ocupa, ese doble rechazo sufrido por los migrantes del Mariel dejó una huella imborrable. La acritud de los actos de repudio, multiplicada luego en el espejo de la literatura, el teatro y el cine, prevalece en la memoria, por encima de otras dimensiones de aquel intenso episodio. Del lado de acá, sin embargo, para muchos jóvenes cubanos revolucionarios, las marchas ante la embajada del Perú, prólogo del Mariel, fueron vividas entonces como su primera experiencia política real.
El gobierno de Perú se había prestado a una operación manejada desde Washington, por aquellos que en la administración Carter habían forcejeado desde el principio contra el acercamiento.
El trauma del Mariel alimentaría de manera contradictoria la cultura del exilio. Conocí a una pareja de humildes trabajadores que salieron a través de la embajada del Perú, y que aún viven en un barrio obrero de Lima. El me declaró que no regresaría a Cuba nunca más. Ella visita con frecuencia, organiza grupos de emigrados cubanos y hasta colabora con la embajada cubana. Los dos tienen sus razones para hacerlo.
A la postre, las investigaciones demuestran que, con el Mariel, se inició una etapa nueva de la emigración cubana, caracterizada por el vínculo permanente con la sociedad cubana. Son ellos, los que salieron a partir de 1980, quienes han nutrido la mayor parte de los vuelos y las remesas en años posteriores, especialmente a partir de la crisis de los 90.
Los balseros del Periodo Especial no serían despedidos con actos de repudio, sino con gestos de solidaridad y fraternidad, abrazos y oraciones. La sociedad cubana había cambiado; y la política también. En lo adelante, la emigración iba a significar cada vez más parte de una estrategia de sobrevivencia familiar. En esa lógica, nunca dejarían de mirar atrás ni romperían con su vida anterior –incluso sin contar todavía con la ayuda de Facebook ni Whatsapp, ni con los vuelos regulares de las aerolíneas comerciales.
Sin embargo, los que emigraron hasta enero de 2013, no importa si a causa de la situación económica o la reunificación familiar, siguieron cayendo en el hueco negro del exilio, porque perdían su residencia permanente en Cuba, junto a sus demás derechos ciudadanos. Esta era la condición prevaleciente, aunque no hubieran partido realmente como exiliados.
Por ejemplo, la mayoría de los intelectuales y artistas que salieron bajo el maltiempo de los 90, y decidieron quedarse de manera “definitiva,” en vez de optar por el privilegio concedido al gremio y a otros profesionales (mediante las instituciones en que trabajaban o con las que se vinculaban), para adquirir un PRE (permiso de residencia en el exterior), optaron por dejar que la puerta se cerrara detrás de ellos. Casi ninguno habría podido documentar que su salida respondía a miedo ante la represión por motivos políticos o religiosos que, según la ONU, avala la categoría de refugiado.
La mayoría de ellos tramitó su permiso de salida: a una beca; a una estancia de trabajo; a una estancia por motivos personales (visitar parientes, matrimonio con extranjero). Incluso los que solicitaron visa de inmigrante para Estados Unidos o Europa o cualquier parte, o la recibieron inesperadamente, porque su cónyuge o miembro del núcleo familiar se había ganado sorpresivamente “el bombo” (una visa norteamericana de inmigrante obtenida mediante sorteo) no eran considerados en esos países, bajo ningún concepto, refugiados políticos. Entonces, ¿cómo rayos se convirtieron en “exiliados”?
La autopercepción de los cubanos y su cierto orgullo nacional no son ajenos a esta actitud. En la medida en que la condición de exiliado soslaya razones económicas o familiares, identificarse como simple inmigrante los aproxima a mexicanos, centroamericanos, dominicanos, jamaicanos, peruanos, ecuatorianos –a menudo gente de abajo. Por otra parte, también implica posicionarse como neutral respecto a la política cubana. Ambas actitudes resultan extrañas a un código cultural predominante en la emigración cubana, que reniega de ser “hispanic” o “latino” en Estados Unidos; “sudaca” en España; o “Caribbean” en el resto de Europa. Nada de eso responde al anticastrismo, ideológico o cultural, sino a sentirse diferentes. Los demás latinoamericanos y caribeños se dan cuenta.
Por otro lado, bajo la sombrilla aparentemente coherente de una cultura anticastrista predominante habita un conjunto muy variado. Esta heterogeneidad no responde solo a las sucesivas oleadas y sus muy diferentes grupos sociales, valores e intereses políticos; sino a la naturaleza del “pegamento” que las junta.
En un sentido estrictamente ideológico e intelectual, la cultura del anticastrismo carece de un centro gestor orgánico. Las organizaciones del exilio han sido siempre variopintas, desde antiguos batistianos y guerrilleros del Ejército Rebelde, hasta comunistas y jefes de Brigadas de Respuesta Rápida convertidos en opositores.
A la cabeza de ninguna de ellas suele haber intelectuales orgánicos. Los que en la emigración adoptaron la condición de exiliados y trabajan como académicos, escritores o periodistas, no acostumbran dirigir ninguna. Los años en que los profesores Enrique Baloyra y José Ignacio Rasco, y el periodista y empresario editorial Carlos Alberto Montaner, representaban aquella Plataforma Democrática, donde se acoplaban tres de las numerosísimas organizaciones del exilio, son cosa del pasado.
Al cabo de este vuelo de pájaro sobre un problema tan intrincado, ¿cuál es la naturaleza del anticastrismo clásico? ¿Se trata de una “ideología”, la del exilio histórico? ¿O más bien una carga psicológica hecha de rencor, furia enquistada, catarsis ante la impotencia y el duelo por lo dejado atrás y perdido –como dice un amigo mío–, por “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”?
Cualquiera que sea la respuesta a estas preguntas, se mantiene en pie la cuestión de cómo ese sentimiento se reproduce hoy en el seno de una población muy mezclada por las sucesivas oleadas migratorias, cuya mayoría no perdió propiedades, ni un modo de vida privilegiado, pues más de la mitad llegó después de la crisis de los 90.
¿Será porque así encuentran la clave de su asimilación al entorno? ¿O también responde, como me sugieren otros, a sus frustraciones personales respecto a las dinámicas en la Isla, a un rencor otro ante un pasado que sigue ahí, sin cambio ni solución visible, según lo siguen viendo en las redes, a través de los ojos de sus amigos en Facebook que permanecen aquí?
Parafraseando a Marial Iglesias, ¿será un patrón que reproduce “las metáforas del no cambio”, allá y aquí?
No es posible abordar a fondo estás cuestiones sin profundizar en la naturaleza de los cambios reales, incluidas las conductas y las maneras de pensar, en las dos orillas.
Nota:
[1] Rafael Hernández y Redi Gómis. “Retrato del Mariel: el ángulo socioeconómico” (Cuadernos de Nuestra América, # 5, enero-julio de 1986.)
Lea la primera parte de este artículo.
Cómo siempre Rafael muy interesante tu análisis, Claro es un enfoque académico que no está al nivel de todos y por ello algunos justifican el que no se le dé luz en los medios más masivos. A parte de tus reuniones de jueves de temas, en que foro tu debates estas ideas?
Sds.,
luisman
Luisma, aprendamos a no hacer eufemismos con “mala poesía”. Todavía espero los referentes analíticos y conceptuales de Rafael Hernández para decir que estos textos son un análisis académico.El español se perdió en la isla, los contenidos semánticos de las palabras son usados alegremente contrarios o diferentes a los que define la Real Academia Española.El pensamiento se produce como exabrupto propagandístico. y lo peor , el mundo al revés, el autor nos regaña a todos los emigrados: “tuvimos que habernos ido de otra manera” según él, y suelta supuestas maneras de pensar no justificadas que salen de nadie o es algo así como “eso que anda”.Por los títulos ¿qué se propuso el autor? ¿analizar la ideología de los emigrados?, no, ¿la política pública del gobierno cubano? no, ¿los sentimientos y las conductas de los emigrados? Vaya disparate sin ninguna fundamentación, no sé adónde está la cualidad académica en este reguero impreciso de opiniones sobre los ¿sentimientos? de la emigración.Seamos serios, no pongamos la política migratoria cubana y sus consecuencias como unos sentimientos irracionales de los emigrados. Eso dicen los violadores, las mujeres violadas se lo buscaron porque tenían un gran escote o la falda muy corta. No sirve ni para un cuento infantil de horror.
Los dos artículos me parecen muy sesgados a favor de demonizar y denigrar a la emigración cubana, porque no se toca la política del gobierno cubano con relación a los que han emigrado en las sucesivas décadas desde el 1959, hasta hoy.La política de exclusión de los derechos de los emigrados por el gobierno cubano hasta hoy, es lo que ha producido los más fuertes enconos políticos e ideológicos. En los sesentas y setentas los que decidían irse además de confiscarles todos sus bienes, incluidos los tenedores, sábanas, vajilla, toallas, muebles equipos, autos, se les obligaba a trabajar cinco años en la agricultura para tener el permiso de salida. Hasta el 2013,el permiso de salida costaba 150 dólares. Los pasaportes y las prórrogas siguen siendo los más caros del mundo.Esta política ha sido errática y totalitaria. No hay ningún país latinoamericano ni europeo que haya aplicado una política de control totalitario, primero de no dejar salir a sus ciudadanos del país, luego obligarlos a pedir permiso y pagar por ello, y luego a administrar el derecho a la movilidad territorial, por interés público o seguridad del estado desde el 2013.La emigración cubana ha sufrido, desde la humillación a los que decidían irse, hasta la compra de la libertad con el permiso de residencia en el exterior, para no perder el derecho a entrar y salir de Cuba. En el 2000 ese permiso costaba 900 euros para los que emigramos a Europa.Sólo en el 2013 la política cubana permitió salir por dos años y regresar obligatoriamente para no perder los bienes de la familia, antes de esa fecha los bienes eran confiscados. Sin contar esta historia, los dos artículos de Rafael Hernández son propaganda antiexilio pero nada más.Hoy los emigrados no podemos votar en el exterior, invertir ha sido hasta ayer sólo para los grandes capitales de más de un millón de dólares, y todos tenemos que bajar la cerviz ante el PCC que impone la agenda y selecciona a los emigrados con los cuales está dispuesto a encontrarse en los tres encuentros con emigrantes convocados por el PCC. Si criticamos las leyes las políticas públicas y las instituciones del gobierno cubano, si discrepamos de manera pública, no podemos entrar ni salir de Cuba. Con este comentario, me pregunto ¿De qué habla Rafael Hernández?
Es como si esa lista de medidas totalitarias, fueran más numerosas que las que nos han impuesto a nosotros los no emigrados, rafael habla , de que hay que dejarse de seguir listando medidas entre los 2, basta ya de tanta jodedera, Somos cubanos!!!!!
Impecable!
“…3 de cada 5 de los ocupados eran obreros. La proporción de negros y mestizos y de hombres solos era muy superior a todos los flujos anteriores; casi la mitad no tenía parientes en Estados Unidos; y la inmensa mayoría no hablaba inglés…” En este comentario, el autor olvida olímpicamente las centenas de presos comunes y pacientes psiquiátricos que fueron enviados a EEUU por obra y gracia de Castro I. No aparece una cita para la objetable afirmación de que “solo el 15 % tenía antecedentes penales”. Esta era una buena razón para llamarle “escoria”.
NO ENTENDISTE NADA
Aburrido.
Genial
Envié un segundo comentario explicando por qué este enfoque de Rafael Hernández no es académico y cómo su discurso es un exabrupto propagandístico demonizando a los emigrados. Si Oncuba me envía sus artículos, debería ser consecuente con no censurarme siempre que cumpla con las reglas de los comentarios.Espero publique el segundo comentario censurado y le pido si no lo publica deje de enviarme sus entradas.
De hecho borraron un comentario mío. Oncuba tiene dos administradores: Uno comunista y otros mas tolerante.
Creo que los dos trabajos de Rafael Hernández son excelentes pues abordan en su casi totalidad los muy variados y heterógenios componentes, y su enorme complejidad. No creo que son “anti-exilio” ni anti-nada; las críticas explícitas e implicitas al proceso revolucionario están ahí para el que sepa leer con mente abierta, incluyendo las implicaciones de las modificaciones en la composición social, y de clase, de las cambiantes oleadas y diferentes motivos y frustraciones que las han animado hasta hoy. Rafael Hernández con estos trabajos, con su revista TEMAS y sus Jueves de cada mes han abierto senderos, sembrado ideas y creado precedentes importantes en el terreno de la indagación rigurosa sin atavismos ni prejuicios de ntera validez para ambas orillas.
No creo que todo sobre el exilio pueda ser tratado en un solo artículo, de todas formas, se agradece que se escriban cosas así, necesitamos que nazca una nueva tendencia con respecto a todos estos temas, no podemos seguir de blanco o negro… eso está claro, por una simple razón: llevamos años así y nada o casi nada (que no es lo mismo pero es igual) ha cambiado. Me parece altamente preocupante que una buena parte del exilio anticastrista levante consignas contra el mismo pueblo del que partieron, en más de uno ocasión he sido víctima de frases tales como: no hables más, si estás alla adentro y no “haces nada” cállate y jódete”; si no eres parte de “la solución” eres parte del problema…. Me parece risible que alguien que se va luego no haga nada más que expresar impunemente improperios contra todo lo que se le ocurra, necesitamos a la emigración, como históricamente ha sido, pero no de esta manera, muchos tenemos actualmente alternativas políticas diferentes a las promulgadas por la archifamosa política de “las dos orillas”. Marlene, concuerdo contigo en que necesitamos voto libre de la emigración, para empezar… ah, y que se invite al doctor Mesa Lago a la conferencia.