En “Elpidio Valdés se casa” (Juan Padrón, Tulio Raggi y Mario Rivas, 1991) el coronel mambí y la capitana María Silvia requieren del prefecto González para contraer matrimonio. El acto queda certificado tras ser superada una cadena de adversidades y de cumplirse una serie minuciosa de requisitos legales, justo antes de caer fuego enemigo sobre Tocororo Macho.
Es extraordinaria la profundidad de la investigación histórica que hiciera Juan Padrón (1947-2020) para concebir la serie de Elpidio Valdés, un relato ya mítico de la cultura cubana. Este episodio reconoce una clave de la cultura de la independencia cubana: la centralidad otorgada en ella a la ley y al Derecho.
¿Militarismo vs civilismo?
A solo seis meses de iniciada la contienda de 1868, en medio de graves conflictos internos y con Oriente encarando ya la brutal Creciente de Valmaseda, el campo insurgente se dotó en Guáimaro de su primera Constitución (10 de abril de 1869).
A ese texto lo recorre un conflicto que ha sido codificado como “militarismo vs civilismo”. La opción de Carlos Manuel de Céspedes a favor de formas organizativas centralizadas para el manejo de la guerra representaría el militarismo. La civilista sería la apuesta de Ignacio Agramonte por la limitación del poder unipersonal y a favor de las formas parlamentarias.
Al inicio de la contienda Céspedes se autoproclamó “Capitán General”. El ejercicio de su mando despertó críticas en líderes orientales como Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Donato Mármol. Este último, en un acto rápidamente corregido, pretendió declararse dictador y establecer tienda aparte a Céspedes.
Pero también, siendo aún Capitán General, Céspedes fue vitoreado patrióticamente durante los sucesos del Teatro Villanueva.[1] Luego, al aprobarse la Constitución de Guáimaro, desprendió de su traje esa insignia de jefe militar y la puso a disposición de la Cámara.
No obstante, para sus críticos la acusación de “autoritario” definió todo el recorrido del líder. Por su parte, la prensa colonialista explotó largamente esa acusación.
El civilismo, a examen
Las evidencias confirman el civilismo de Agramonte. José Luciano Franco ha explicado su “credo republicano democrático” que defendía “entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión; la descentralización administrativa dentro de la unidad de intereses, ideas y sentimientos, en un Estado que ha de fundarse en la verdad y la justicia.”[2]
En Guáimaro no se configuró un parlamentarismo “puro”, como “puros” han sido presentados los principios del “civilismo” defendidos entonces. Al Legislativo se le atribuyeron facultades propias del Ejecutivo, como el nombramiento y destitución del Jefe del Ejército.
Tampoco fue “pura” la regulación de los poderes del presidente, que además de hacerle “prisionero” de la Cámara, fue privado de atribuciones habituales de un ejecutivo, como el de conceder indultos. Para Céspedes, la clemencia era “el más bello de los atributos del poder”. La Asamblea negó ese derecho, incluso para la Cámara.
Tampoco era muy “parlamentarista” que el Camagüey, con una población de entre 26 y 27% de la de Oriente, y cerca del 5 % de toda la población cubana —como ha señalado Ramiro Guerra—, tuviese la misma representación de delegados que Oriente en la Asamblea Constituyente de Guáimaro.
El resultado fue un régimen institucional que produjo que Máximo Gómez “casi siempre” no supiera siquiera dónde se encontraba el gobierno. Menos aún podría recibir órdenes de él.
El militarismo, a examen
Cuando fue electo primer presidente de la República de Cuba (en armas), Céspedes proclamó: “Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia ó perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana”. [3]
El líder oriental era favorable también al régimen parlamentario. Fue suya la sugerencia de que los secretarios del despacho quedasen sometidos a la aprobación de la Cámara.
Desde el propio 1868 Céspedes aseguraba que con el levantamiento ya “podemos gozar de uno de los más grandes bienes de que gozan los pueblos libres; de la libertad de la prensa”. Consideraba ese derecho como el “broquel de los pueblos indefensos”.[4]
Tal atención a los derechos no era solo declarativa. La prensa mambisa recoge muchas posiciones diferentes entre sí. En nombre de esa libertad, “Anita” Betancourt y Agramonte presentó su célebre alegato por los derechos de las mujeres ante la asamblea en Guáimaro.[5]
Céspedes anunciaba que “queremos la libertad en todas las esferas; la libertad política la concebimos como el coronamiento del edificio, apoyándose por lo tanto la libertad civil, en su base (…)” Esos principios, decía el hombre de La Demajagua, “son a nuestro modo de ver, el fundamento de la libertad pública”.[6]
El revolucionario defendió ese conjunto de derechos también en la práctica. Quemó por su mano sus propiedades —un hecho singular en la historia de cualquier país—, liberó a quienes tenía esclavizados — ciertamente , un acto de propietario, ha precisado Rebecca Scott, pero que significaba un terremoto para la economía esclavista— y se arruinó a conciencia.
Para 1871 la presencia de los exesclavizados en la guerra había generado ya el carácter antiesclavista definitivo de esa contienda, proceso incomprensible sin el impulso del bayamés.
Céspedes polemizó con Salvador Cisneros Betancourt en torno a la práctica concreta del derecho de libre locomoción.
Cisneros exigía no salir “en absoluto” del territorio en armas. Céspedes ripostó que el derecho de libre tránsito era “inalienable e imprescriptible”, que solo se podía coartar “en nombre de exigencias extraordinarias y de superior trascendencia”. Concluyó que negarlo de modo general equivaldría al ejercicio de un “verdadero despotismo”. [7]
En uno de sus informes de rendición de cuentas a la Cámara, Céspedes reconoció la importancia del funcionamiento de ese órgano y criticó la descentralización militar exagerada, que podía dar lugar a “bastardas ambiciones que pudieran presentarse”.[8]
Además, reclamaba la atención de la Cámara sobre los Consejos de Guerra y sobre las condiciones para suspender el habeas corpus. Se proponía evitar la creación de una “omnipotencia del poder militar casi dictatorial”, que consideraba un contrasentido con las “tendencias absolutamente democráticas de nuestro código fundamental”.[9]
Nada de esto parece un lenguaje ni práctica antiderechos.
Una etiqueta cierta, pero omisa
Una línea historiográfica ha avanzado más allá de la dicotomía de “militarismo vs civilismo”. Según Tirso Clemente, “Guáimaro no fue escenario de encendidos debates entre civilistas y militaristas, demócratas y cultores del despotismo. Allí no se discutió sobre un sistema ideal de gobierno; allí se llevó una fórmula aceptada por las partes.”[10]
Antes, Ramiro Guerra y Sánchez aseguraba: “En Guáimaro la gente joven hizo política, ´realista´, muy ajustada a los objetivos corrientes de los partidos políticos en condiciones similares: lograr posiciones, obtener ventajas, hacer prevalecer criterios, ganar adeptos, asegurarse mayoría y asumir la mayor suma posible de poder.”[11]
Los conflictos de poder regional —la idea de “patria chica” era en la fecha muy relevante—, y en torno al control del proceso de la revolución son claves cruciales para entender Guáimaro.
Entre los estudiosos actuales, Rafael Acosta de Arriba ha dado un paso decisivo para pensar más allá de esa dicotomía. Ha argumentado que Céspedes poseía “una clara proyección republicana y democrática”. Lo mismo sea dicho sobre Agramonte.
Se trata de un sistema de ideas que incluía, también en Céspedes, “el sufragio universal, gobierno decidido por el pueblo, soberanía e integración nacional, todo lo cual ha sido prácticamente escamoteado de su pensamiento político.” [12]
Todavía pesa la etiqueta “civilismo vs militarismo”, que expone la desunión de las fuerzas patrióticas que llevó al traste a la guerra del 68.
La explicación es cierta, pero pierde de vista contenidos que “civilistas” y “militaristas” compartían y que produjeron el milagro de Guáimaro y, sobre todo, el hecho extraordinario de sostener la guerra diez larguísimos años en medio de indecibles penurias.
Uno de esos pisos, común en Céspedes y en Agramonte, es la idea de la patria constitucional, que suponía la devoción por la República y el respeto a sus leyes.
El debate sobre la bandera lo ejemplifica. La defensa del pabellón de Narciso López —el “nacional” en tanto usado y reconocido en la fecha en varias regiones de Cuba— sobre la enseña de Céspedes —la “regional” específicamente de Oriente— terminó con la primera aceptada por todos, en tanto la bandera “de la República”.
En la época, cuando la nación estaba justo al inicio de su proceso de construcción, eran comunes arengas como “Arriba Oriente” o referencias a los “hijos típicos del Camagüey”. Es necesario advertir cómo el grito de ¡Viva Cuba Libre! era así profundamente unificador.[13] Tanto como lo fue la aprobación de una Constitución —negociación mediante— por todas las tendencias regionales.
El prefecto González, el Derecho y la democracia cubana
La Ley de Organización administrativa (7 de agosto de 1869) creó una estructura político territorial que incluía prefecturas y subprefecturas. El personaje del prefecto González, del episodio de Elpidio Valdés, tiene como base esa historia.
Como sucede en cualquier contexto, hubo denuncias sobre algunos prefectos. Uno de Maraguán (Camagüey), fue señalado por devolver los libertos a los antiguos amos. Pero, también “algunos libertos veían a los prefectos revolucionarios como sus defensores potenciales, de modo que cuando eran maltratados recurrían a ellos en busca de justicia.”[14]
La Cámara de Representantes aprobó —todo un suceso global— la ley sobre el matrimonio civil (1869) a la que estaban “obligados” Elpidio y María Silvia. También acordó el divorcio vincular —otro suceso— entre cuyas causales estaba el “mutuo disenso”.[15]
Céspedes vetó la ley de matrimonio civil con criterios conservadores y el laicismo no fue una apuesta suya, sino del Camagüey. Ahora bien, el Prefecto González cumplía —en la ficción— la ley legítima con el mismo celo que lo hizo Céspedes en la realidad.
Al hombre de la Demajagua se le considera el “padre de la patria” por aceptar el sacrificio de su hijo Oscar antes que negociar un trato para su salvación.[16] También debe ser considerado compadre de esa creación colectiva —y conflictiva— que es la democracia en Cuba.
Notas:
[1] Album histórico fotográfico de la Guerra de Cuba desde su principio hasta el reinado de Amadeo I. (1872), Imprenta “La Antilla”, p. 21
[2] José Luciano Franco (2009) “La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro”, En Guáimaro. Alborada en la historia constitucional cubana…p. 107
[3] Antonio Pirala (Historia de la guerra de Cuba, editor Felipe González Rojas, Madrid, tomo I, 1895) transcribe esta última frase como “el de ser república” (p. 476). La copio según creo leerla en el manuscrito original, según documento disponible en la Biblioteca Nacional de España.
[4] El cubano libre. Año 1. Núm. 3, 25 de octubre de 1868.
[5] En José Luciano Franco (2009), “La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro”… p.112
[6] El cubano libre. Año 1. Núm. 3, 25 de octubre de 1868
[7] “De Carlos Manuel de Céspedes a Salvador Cisneros Betancourt” (1919) En Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente y primera Cámara de Representantes de Cuba, por Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia, Habana: Imprenta Seoane y Fernández, pp. 145-149
[8] “Del Presidente de la República a la Cámara de Representantes” (1919) En Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente…pp. 191-197
[9] Ibid.
[10] Tirso Clemente Díaz (2009). “La labor constituyentista de Ignacio Agramonte”, En Guáimaro. Alborada en la historia constitucional cubana (Comp.s Andry Matilla Correa y Carlos Manuel Villabella Armengol), Camagüey: Ediciones Universidad de Camagüey, p. 161
[11] Historia de la nación cubana. (1952) (Ramiro guerra y otros), tomo V, La Habana: Editorial Historia de la nación cubana, S. A., p. 82
[12] Rafael Acosta de Arriba, (2019) “El angustioso y difícil camino hacia Guáimaro en 1869”, en Cuando la luz del mundo crece, Camagüey: Editorial El Lugareño.
[13] Un testigo ocular español contaría: “El levantamiento del Departamento Oriental (…) fué franco y desde luego sin máscara: se alzó la bandera de la independencia á la voz de ¡Viva Cuba libre! También los insurrectos del Departamento Central dijeron ¡Viva Cuba libre!” En Album histórico fotográfico de la Guerra de …p. 43
[14] Rebecca Scott (2001) La emancipación de los esclavos en Cuba, La Habana: Editorial Caminos, p. 81
[15] Julio Fernández Bulté (2005). Historia del Estado y el Derecho en Cuba, La Habana, Editorial Félix Varela, p. 124
[16] “Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueran por nuestras libertades patrias”. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. (1982), (Comp.Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo), Tomo II, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, p. 74
Muy bueno, solido, perfecto (hasta donde cabe la perfección humana)