Alina Troyano es una actriz cubana inevitablemente asociada a Carmelita Tropicana, personaje y artefacto identitario inspirado en Carmen Miranda, es decir, en una representación grotesca de lo latino a la manera de Hollywood, pero que todavía saca su turbante entre la gente con más frecuencia de la que se supone.
En Alina Troyano el dualismo y la polisemia son parte constitutiva de su manera, y el nombre también remite al mestizaje e incluso al “peligro carmelita”, un código blanco, anglosajón y protestante empleado para denotar la pérdida de la identidad y del llamado credo fundacional estadounidense ante la creciente avalancha de emigrantes provenientes de la frontera sur, sobre todo de México, el objetivo predilecto de la pandemia antinmigrante que hoy recorre oficinas y pasillos del poder ejecutivo.
La Troyano es una sujeto bicultural, a medio camino entre su génesis y la asimilación al medio sociocultural donde fue trasplantada. Esta es la naturaleza de su dualidad, de ese carácter transicional que, según algunos, a la larga está llamado a disolverse en el melting pot, como ha ocurrido históricamente con irlandeses, italianos, alemanes y otros grupos nacionales que han ingresado a los Estados Unidos.
Su labor teatral comenzó allá por los años 80 en WOW (Womens’ One World), en el Lower East Side de Nueva York, y desde entonces sus solo performances –acaso la forma más original e innovadora del teatro protagonizado por mujeres latinas en los Estados Unidos– han marcado pautas en el gremio, entre otras cosas por la desacralización que los caracteriza.
Si se comparara a la Troyano con un instrumento musical, no sería ciertamente una tuba, o un violoncello, sino esa flautilla que se oye al fondo de “Penny Lane”. Esto significa que lo paródico, el humor, el pastiche, lo sardónico y la impostura constituyen en ella las herramientas para la deconstrucción y la des-identidad, lo cual resulta aplicable tanto a la Cuba de la conciencia exílica tradicional como a cierta zona de esas “memorias prestadas” que caracterizan a cierta literatura cubano-americana.
La autora, que se autodefine como una thespian feminist, toma sus referentes y los cuela por la tradición del choteo cubano, ese descongestionador eficientísimo que distinguía desde temprano Jorge Mañach en un ya clásico ensayo. En efecto, la Troyano descongestiona, subvierte, desacraliza, batuquea a la manera de Elías Miguel Muñoz o Roberto Fernández, pero lo hace (¿superándolos?) desde su triple condición de cubana, neoyorkina y lesbiana, tres estatutos identitarios que en la artista son tan inseparables como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La sola mención de dos de sus obras resulta inequívoca: With What Ass Does de Cockroach Sit y Milk of Amnesia: la primera remite, mediante una trasliteración del todo inintelegible en inglés –a menos que lo cubano se conozca de antemano– a un clásico refrán que denota carencia para lograr un fin o propósito por falta de condiciones o medios; lo segundo a un producto farmacéutico muy popular en la Cuba pre-revolucionaria (la Leche de Magnesia), pero léxicamente distorsionado para abordar el problema del olvido y la memoria.
Lo que tienen en común sus performances consiste en moverles el piso a las nociones identitarias convencionales, al paternalismo, al sexismo y al machismo dondequiera que emerjan, en el entendido de que se trata de problemas no reductibles a una sola cultura y por consiguiente universales. Este es el punto de arranque de una desafiante iconoclastia que la conduce a reemplazar a los tres boteros de la Virgen de la Caridad del Cobre por tres mujeres –dos lesbianas y una espía alemana. O de un personaje como Pingalito Betancourt, un chofer de un M 15 que se mueve en códigos distintos, pero con un lastre homofóbico todavía actuante a ambos lados del Estrecho.
Su actividad teatral, por lo pronto, es una confirmación adicional de que las fronteras entre las llamadas “alta” y “baja” cultura son siempre movedizas. Este es uno de sus mayores atractivos. Pero también, y sobre todo, reafirma que la identidad cubano-americana no puede limitarse a modelos congelados en el pre-Mariel, ni a formulaciones esencialistas, ni a un músico y actor santiaguero que siempre se movió en medio de una cultura que, en el fondo, nunca lo aceptó sino como otro. Las etiquetas de la etnicidad son fuertes, y halan desde lo profundo del alma, no importa que se sea argentino y hasta de ojos claros.
El espejo cóncavo es una manera de mirar por dentro, y tal vez de llegar un poco más lejos.
Excelente presentation!