Desde la aparición del conjunto de cuentos Los mundos que amo[1], allá por 1980, cuando aún cursaba la Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa (Universidad de La Habana), Daína Chaviano es una presencia significativa en la literatura cubana contemporánea.
Entre esa fecha iniciática y 1990, publicó en La Habana, su ciudad natal, cinco títulos de narrativa y un guión cinematográfico. En 2015, cuando ya llevaba muchos años avecindada en Miami, Ediciones La Luz, sello juvenil de la provincia de Holguín, sacó de sus prensas el poemario Confesiones eróticas y otros hechizos, una muestra valiosa y rara de la obra de nuestra autora, más bien parca en dar a conocer su producción lírica.
De la etapa habanera de Daína cabe relacionar casi toda su obra, pues posee un nivel de excelencia bastante parejo: Amoroso planeta (1983), Historias de hadas para adultos (1986) Fábulas de una abuela extraterrestre (1988) y El abrevadero de los dinosaurios (1990), volúmenes que debieron sus primeras ediciones a Letras Cubanas. Son estos los sólidos avances de una escritora que en treinta años no ha dejado de consolidarse y de sorprender con sus mundos alucinantes, para regocijo de los muchísimos lectores que la siguen.
Esta entrevista la pactamos meses atrás, cuando se conoció que la Universidad de La Florida le había conferido a Los hijos de la diosa Huracán la medalla de oro al mejor libro en lengua española dentro de los Florida Books Awards[2], una suerte de thriller con basamento histórico que ocurre entre La Habana y Miami.
Entonces el mundo comenzaba a alarmarse de forma creciente por la extensión de la epidemia de Covid-19, misma que aún nos tiene en vilo y consternados a todos. Así es que retomamos el proyecto convencidos ambos de que no podemos hacer más que mantenernos a buen recaudo retomando los hilos de los “trabajos y los días”, con la certeza de que más temprano que tarde volveremos a la normalidad. Aunque esta normalidad constituya una anormalidad de otro tipo, tal vez inédita.
¿Tus orígenes familiares (Francia, Asturias) tienen que ver con tu interés por el mundo celta?
Todo lo relacionado con el mundo celta me atrajo desde la infancia, incluso antes de conocer mis orígenes familiares. Me enteré de ellos después de haber publicado los primeros libros, cuando ya el elemento celta había aflorado en títulos como “La granja” (primer relato de Historias de hadas para adultos) y en la novela Fábulas de una abuela extraterrestre. Si tengo un vínculo con ese tema, proviene del subconsciente o de la memoria genética, no de un conocimiento sobre mis orígenes.
¿La aguzada percepción de lo mágico y esotérico es sólo una herramienta literaria? ¿Practicas alguna religión?
No practico ninguna religión porque no confío en las instituciones de ningún tipo. Tengo mi propia percepción de lo que es Dios y el plano espiritual. No necesito que otros seres humanos, con sus propias fallas, defectos y lastres, se presenten ante mí como sus intermediarios. Creo que la espiritualidad debe ser un asunto personal donde ningún otro individuo, secta o grupo debe intervenir.
Por otro lado, mi percepción de lo mágico y lo esotérico no es una actitud literaria, sino que forma parte de mi visión del mundo. Cuando escribo, lo hago moldeada por mis experiencias. Si llego a un sitio que nunca antes he visitado y soy capaz de percibir imágenes que me muestran lo que estuvo allí en el pasado, mi concepto del universo no puede ser igual al de una persona que no ha pasado por ese tipo de evento. Por eso mis textos, ya sean narraciones o poemas, incluyen vivencias paranormales y personajes con capacidades extrasensoriales.
A partir de la publicación de Los mundos que amo (1980) y hasta El abrevadero de los dinosaurios (1990) estuviste entre los autores más leídos en Cuba. ¿La salida del país en 1991 te ha hecho perder lectores en la isla?
Han pasado casi treinta años desde que me fui de Cuba. En esas tres décadas de ausencia, solo se han publicado allí el poemario Confesiones eróticas y otros hechizos, una reedición de Los mundos que amo, y algunos cuentos en antologías.
No sé cuántos lectores tenga ahora por allá, pero sé que siguen existiendo porque en todas mis presentaciones siempre hay personas que me piden que les dedique algún libro para enviarlo a familiares o amigos, a quienes los llevan de regalo o como parte de un encargo. Y a través de las redes sociales recibo muchos mensajes desde Cuba, incluso de jóvenes que no habían nacido cuando me fui.
Las estadísticas de mis redes sociales también muestran miles de visitantes cubanos. En mi blog, por ejemplo, dentro de una relación de 97 países, la isla ocupa el cuarto de lugar de visitas, después de Estados Unidos, México y España. Y en mi sitio web aparece en el quinto lugar; antes están Estados Unidos, España, Colombia y México, en un listado de 91 países.
En Cuba fundaste un taller literario con el nombre Oscar Hurtado. ¿Conociste personalmente a ese escritor?
No lo conocí por un margen de dos años. Hurtado murió en 1977 y yo gané el Premio David de Ciencia Ficción en 1979. Sospecho que, de haber estado vivo, hubiéramos coincidido de algún modo.
Tanto los lectores como los escritores del género tenemos una deuda incalculable con él. Como editor de la serie Dragón, contribuyó a la difusión y desarrollo posterior de la ciencia ficción, la fantasía y el terror, que durante varios años estuvieron considerados como géneros marginales por la política cultural de la isla. Y no hay que olvidar que compiló y prologó la mejor antología de ciencia ficción que se haya publicado nunca en Cuba: Cuentos de ciencia ficción (Biblioteca del Pueblo, 1969).
En términos generales, su papel como divulgador de los géneros fantásticos, sus artículos sobre ovnis y misterios arqueológicos, y su poemario de ciencia ficción La ciudad muerta de Korad, dejaron una huella que aún no ha sido totalmente valorada.
Las enciclopedias te señalan, junto con Angélica Gorodischer (Argentina) y Elia Barceló (España), como parte de la “trinidad femenina de la ciencia ficción en Hispanoamérica”. ¿Te sientes cómoda con esa compañía? ¿Qué otras escritoras, en el ámbito de la lengua, se destacan en el cultivo del género?
Siempre ha sido un honor aparecer en compañía de dos autoras a las que admiro desde hace tiempo. Las tres iniciamos nuestras carreras dentro de un género considerado tradicionalmente masculino, en un momento en el que ni siquiera había muchos hombres que lo cultivaran o se destacaran con él en Hispanoamérica.
La primera que se dio a conocer fue Angélica Gorodischer (1928). Sus cuentos comenzaron a incluirse en antologías y a ser apreciados por la crítica fuera de su país a partir de los años 70. Elia Barceló y yo nacimos en 1957. Yo publiqué mi primer libro en 1980 (Los mundos que amo). Elia sacó su opera prima (Sagrada) en 1989. Las dos continuamos trabajando con el género en años subsiguientes.
Aunque hace un buen rato que ninguna de las tres publicamos ciencia ficción pura, porque nuestra literatura ha evolucionado hacia otros rumbos —en mi caso, obras de carácter híbrido—, creo que los libros que escribimos en aquellos años marcaron o hicieron visible la irrupción femenina en Hispanoamérica.
En los últimos años se ha producido un boom de escritoras del género en el mundo castellano. Entre las más destacadas habría que mencionar a Lola Robles (España), Teresa Pilar Mira de Echeverría (Argentina), Felicidad Martínez (España), Mariana Enríquez (Argentina), Pilar Pedraza (España), Anabel Enríquez (Cuba; vive en Estados Unidos), Laura Ponce (Argentina), Tanya Tynjälä (Perú), Cristina Jurado (España), Sofía Rhei (España), Elaine Vilar Madruga (Cuba)… Y se me quedan muchas, por supuesto.
Los sellos editoriales dedicados a los géneros fantásticos, sobre todo en España, están apostando fuertemente por catálogos donde la presencia femenina es impresionante. Hay material suficiente para que la crítica, el ensayo y la academia en Hispanoamérica sigan los pasos de sus colegas anglófonos que estudian y analizan el canon femenino en la ciencia ficción de cada país.
¿Cuáles son los puntos de contacto más notables entre Extraños testimonios (2017) y Los hijos de la diosa Huracán (2019) más allá del ámbito geográfico?
Temática y formalmente no tienen mucho que ver. Extraños testimonios es un libro de cuentos que he clasificado como “gótico caribeño”, a falta de una definición mejor. Fue el último que escribí mientras vivía en Cuba, viajó conmigo al exilio y lo guardé un cuarto de siglo hasta que fue publicado por Ediciones Huso (Madrid, 2017).
Como libro de cuentos, tiene una estructura algo curiosa porque está dividido en dos secciones: “Sacrilegios nocturnos” (que agrupa los relatos con énfasis en lo gótico) y “Prosas ardientes” (donde se incluyen los que enfatizan lo erótico).
Son narraciones góticas que transcurren en un ambiente cubano o, al menos, caribeño. De ahí, su denominación.
Los hijos de la Diosa Huracán es un thriller histórico que gira en torno a la cultura taína. Transcurre en dos planos temporales que se desarrollan de forma paralela. El plano del thriller propone un futuro multipartidista para Cuba y el enigma de un legado misterioso, custodiado por una Hermandad secreta y antigua. El plano histórico ocurre durante los primeros años de la conquista española, cuando los blancos y los indígenas conviven (o tratan de convivir), y ya se producen episodios de esclavitud y altercados de rebelión. El punto de vista de los indocubanos —creencias, dioses, supersticiones— es primordial para esta parte del argumento. Reconstruir ese universo casi desde cero —porque lo que me enseñaban en la escuela sobre los indígenas era una soberana tontería— fue una tarea ardua que me llevó más de diez años.
Si algo pudieran tener en común esos dos libros sería la inclusión de elementos fantásticos y paranormales, aunque ambos ofrecen diferentes enfoques. Los cuentos parten de vivencias personales. De ahí el título Extraños testimonios. En la novela se reflejan el mundo mágico y las creencias que eran parte de la vida cotidiana de las culturas indígenas.
¿Qué lugar ocupa la creación poética en tu obra? ¿Puedes escribir simultáneamente poesía y narrativa?
No he escrito tanta poesía como quisiera. Hace años publiqué un poemario y tengo otro a medias que quisiera terminar algún día.
Nunca he tenido problemas para alternar prosa con poesía. Creo que ambas se estimulan y enriquecen entre sí. Es un patrón creativo que quisiera retomar.
En 2015 Ediciones La Luz publicó tu poemario Confesiones eróticas y otros hechizos. ¿Es posible que tus libros se sigan publicando en Cuba?
Siempre he estado abierta a esa posibilidad. Si se publican otros, dependerá de los editores cubanos y de verificar que mi agencia literaria libera ciertos derechos para la isla porque jamás he querido cobrar nada a las editoriales que me han publicado allá. Esas escasas ediciones han sido mi regalo a los lectores cubanos que me buscan por las redes y que siguen pidiendo mis libros.
¿Practicas una rutina creativa? ¿Puedes describirla brevemente? ¿Supersticiones, manías?
Solo una manía: nunca empiezo una novela o un cuento sin ponerle un título que jamás revelo hasta que el texto sale de la imprenta.
Fuera de eso, no tengo rituales especiales para escribir. No enciendo velas, ni hago conjuros, ni pongo flores de un color determinado, como hacen otros escritores. Simplemente desayuno y me voy directo al escritorio.
Me gusta escribir con música. En dependencia del tema o de la atmósfera del libro, escojo música clásica, celta, rock (especialmente sinfónico), jazz, y a veces otros géneros. Hay varios álbumes que no he dejado de oír lo largo de años. Tampoco bebo alcohol ni café mientras trabajo. Solo té.
Me detengo para almorzar, aunque no tengo hora fija. Puede ser entre 1 y 4 de la tarde, dependiendo del ritmo que mantenga. Después de comer, a veces continúo escribiendo. Si estoy muy agotada, lo dejo hasta el día siguiente.
Ya sabemos que la identidad se construye con una suma de pequeñas identidades. ¿Cómo llevas el hecho de ser cubana? ¿Tienes una aproximación al concepto de cubanía?
Para ser honesta, no tengo idea de cómo podría definir ahora ese concepto. Antes me parecía más claro, pero creo que ciertas cosas han cambiado tanto que necesitaría redefinirlo.
Si me siguen identificando como autora cubana, debe ser por mi país de origen o quizás por ciertos temas y ambientes en mis libros. Si acaso, soy una cubana bastante peculiar. Lo que suele considerarse superficialmente como arquetípico de la isla —beber café a toda hora, fumar tabaco, amar el ron y el béisbol, ser un bailador consumado— no tiene nada que ver conmigo.
En vez de café, prefiero el té a la manera asiática. En lugar del ron, me quedo con el vino. En mi casa se oye preferentemente rock, música clásica o celta. Aborrezco el béisbol y nunca he fumado.
Mis modelos literarios están lejos del Caribe e Hispanoamérica, a excepción de “raros” como Cortázar, María Luisa Bombal y Mujica Láinez. Casi todos los escritores que considero mis maestros son anglosajones.
Cierto que muchas de mis novelas se siguen desarrollando en Cuba, pero esas tramas se sitúan cada vez más en el pasado o el futuro. El presente que revelan los noticieros o los turistas pertenece a una realidad ajena. La Cuba que describo en mis libros contiene el mismo paisaje, la misma atmósfera, los mismos aromas y hasta los mismos sabores de la isla, pero es como si la mía existiera en otra dimensión.
Es inevitable referirse al tema que todo lo permea. ¿Pensaste alguna vez que te tocaría vivir una pandemia como la Plaga de Atenas (430 a. C.) o la Peste Negra (S. XIV)?
Quizás por el tipo de literatura que escribo, siempre estoy preparada para lo inimaginable. No es que alguna vez hubiera pensado específicamente que me tocaría vivir una pandemia, pero no es algo que me haya tomado por sorpresa, como tampoco me sorprenderán otros eventos —que supuestamente pertenecen al terreno de la ciencia ficción— que podrían ocurrir en cualquier momento.
Cuando empecé a leer las noticias sobre el nuevo virus en China, me encontraba en España y enseguida sospeché lo que se avecinaba. Mientras regresaba a Estados Unidos, viajé con mascarilla puesta, aunque todavía no se había dado la voz de alarma general. Poco después llegó la hecatombe.
Muchas personas parecen encontrarse en shock y no quieren creer que exista un peligro real. Otras siguen sin entender la gravedad del asunto y continúan exponiéndose a la muerte. Es algo que me frustra bastante porque no ha sido por falta de advertencias.
Todos estamos llenos de incertidumbres en este momento. ¿Cómo crees que quedarán las relaciones interpersonales una vez superado la Covid-19? ¿Avizoras un cambio en las relaciones entre países?
Soy bastante escéptica sobre los cambios en la naturaleza humana. Una vez que aparezca el antídoto, las relaciones interpersonales regresarán a lo acostumbrado. La gente volverá a sus rivalidades, a sus mezquindades y sus peleas de siempre, que continúan latentes en medio de este desastre biológico.
Las repercusiones económicas tendrán mayor impacto. Muchos países ya están pensando que dejar gran parte de su industria en manos extranjeras ha sido un grave error. Ya hay varios que han abierto fábricas en sus territorios para producir materiales antisépticos e higiénicos que dependían de la importación. Me imagino algunas industrias será relocalizadas para evitar escaseces similares, porque esta no será la última pandemia que veremos.
La próxima podría ser más letal aún, dada la acción invasiva de nuestra especie en el terreno de otras, donde hay millares de virus registrados hace décadas. Además de la actual Covid-19, ya ha habido otras pandemias provocadas por virus provenientes de otras especies, como la gripe española (cerdo), la peste bubónica (ratas), el sida o VIH-1 (chimpancé centroafricano), ébola (gorilas y chimpancés) y el SARS-CoV-1 (varias especies asiáticas). En cualquier momento aparecerá algún nuevo flagelo y tropezaremos con otra pandemia.
Creo que también habrá cambios en ciertos hábitos y tradiciones laborales. La pandemia ha mostrado que muchas profesiones pueden funcionar vía online desde el hogar. Preveo reajustes e innovaciones al respecto.
Pero lo más importante serán las secuelas emocionales, no solo por la pérdida de tantas vidas, sino porque se ha puesto en evidencia nuestra incapacidad para controlar el entorno. Pese a que la humanidad pronto contará con ocho mil millones de individuos, su modus operandi la hace muy vulnerable a cualquier catástrofe biológica.
Si salimos de esta, habrá sido por dos razones. Primero, porque la plaga no era muy letal. Y segundo, porque durante un corto período los gobiernos se vieron obligados —a regañadientes— a actuar de manera coordinada. Países enemigos han tenido que colaborar y compartir información, equipos médicos y medidas comunes, más allá de las ideologías que los dividen.
La lección final es simple: si no cooperamos para asegurar un hábitat económico y sanitario que nos beneficie a todos, la naturaleza podría borrarnos de un soplo y dejar el planeta a otras especies que quizás lo merezcan más.
Notas:
[1] Obtuvo el por entonces codiciado Premio David, para escritores noveles.
[2] Ya había recibido el mismo galardón en 2006, con La isla de los amores infinitos.
Siempre recuerdo mis lecturas de Daína. Empezando por la fotonovela de Los Mundos que amo. El Abrevadero de los Dinosaurios està entre lo màs querido, y Fàbulas…tambièn. Bueno que la hayan reeditado.