Hasta marzo, Julio Álvarez tenía una decena de automóviles en movimiento, clásicos Chevrolet y Ford de antes de la revolución del 59 en los que los turistas recorrían el Malecón habanero por 30 dólares la hora y se tomaban fotografías. Ahora los carros están aparcados en su garaje, los visitantes han desaparecido y sus choferes permanecen en sus casas.
Hasta la llegada del nuevo coronavirus, en Cuba había unos 600.000 emprendedores –una cifra récord desde que el expresidente Raúl Castro aprobó unas limitadas reformas económicas en 2010–, de los cuales al menos 139.000 entregaron temporalmente sus licencias de manera voluntaria y otros miles cerraron por las medidas tomadas por las autoridades.
“Estamos en un impasse”, dijo Álvarez, copropietario de Nostalgicar, un negocio familiar surgido hace nueve años. “Contábamos con 16 trabajadores contratados. No los puedo mantener. Ellos ganaban su plata y están viviendo de sus ahorros”.
Como a muchos, a Álvarez le preocupa la situación del vulnerable sector privado de la Isla, donde las pequeñas y medianas empresas aún no tienen un estatus legal y los emprendedores se abrieron paso con dificultad tras seis décadas de un modelo estatal y centralizado.
En estos días es común ver el cartel de “Cerrado” en cafeterías, bares, restaurantes o casas de alojamiento y los taxis particulares –los clásicos como los de Álvarez para los turistas o los menos vistosos para la población– están paralizados.
Los tres primeros casos de la Covid-19 se confirmaron el 11 de marzo. El 24 las autoridades suspendieron las clases, cerraron los aeropuertos, confinaron a los extranjeros varados en la Isla en sus hoteles, suspendieron la renta de automóviles y todas las actividades de recreación.
Con ello cesó hasta nuevo aviso la licencia de unos 50.000 propietarios de taxis al tiempo que dejaron de circular los autobuses estatales urbanos e interprovinciales.
Todo se sumó a la crisis derivada del incremento de las sanciones de Estados Unidos que buscan asfixiar a la economía cubana para presionar por un cambio en el modelo político y a los propios obstáculos internos.
“El sector privado, especialmente los negocios más atractivos… venían ya sufriendo una contracción a partir del endurecimiento de la política de bloqueo (de Estados Unidos) hacia Cuba que incluía el cierre de cruceros… Después la cancelación de los vuelos a provincia, la limitación de las personas que llegaban”, explicó a AP el economista Omar Everleny Pérez.
El turismo –y en segundo lugar los servicios profesionales– constituye una de las principales fuentes de ingreso de la Isla. El sector deja unos 3.000 millones de dólares anuales al Estado y un monto similar a los particulares que rentan casas, preparan comidas u organizan visitas guiadas.
La relación entre el gobierno y los emprendedores de la Isla ha sido zigzagueante.
En 2010 Raúl Castro reconoció que ante una plantilla estatal sobredimensionada y la falta de productividad se imponía la apertura a los cuentapropistas, como se denomina a los emprendedores en Cuba.
El gobierno entregó miles de hectáreas de tierra ociosa a particulares y autorizó la compraventa de inmuebles y el crédito bancario pero mantuvo una lista estricta de un centenar de actividades autorizadas; no permitió la apertura de bufetes a profesionales como ingenieros, arquitectos o abogados ni abrió mercados mayoristas, entre otros.
Aunque el 70% de los cubanos trabaja para el Estado, más de medio millón de personas se embarcaron en diferentes emprendimientos: desde vendedores ambulantes y costureras hasta hostales lujosos y restaurantes donde un plato cuesta 20 dólares, la mitad de un salario estatal.
Quienes se dedicaron al trabajo independiente mejoraron sustancialmente sus ingresos. Los jóvenes mecánicos de Álvarez, por ejemplo, tienen contratos por unos 2.000 pesos cubanos mensuales como mínimo (80 dólares), mucho más de lo que obtendrían en un taller estatal.
La pandemia –que ha dejado a la fecha en la Isla unos 1.400 contagiados y más de 50 muertos– encontró a Cuba con un crecimiento del Producto Interno Bruto de apenas 0,5% en 2019, una población sometida a largas colas para poder comprar alimentos por la falta de liquidez del país para pagar a sus proveedores externos y desabastecimiento de combustible e insumos para medicamentos.
La semana pasada la Comisión Económica para América Latina (Cepal) estimó en un 3,7% la caída de la economía cubana para este año, mientras, expertos como Everleny Pérez estiman que podría llegar al 5%.
Pero el impacto económico no será igual para todos.
“No es lo mismo para el dueño de un negocio que pudo acumular ciertas reservas para contingencia que para un trabajador contratado que dependía de sus ingresos casi diarios. Es decir, un panorama muy desolador”, explicó el economista.
La contracción de las remesas también golpeará a la Isla pues muchas de las inversiones de los emprendedores se sustentan en los fondos que les envían sus familiares que viven en el exterior y los negocios obtienen ingresos del pequeño mercado interno que se alimenta de ese flujo.
El economista Emilio Morales, de Havana Consulting Group con sede en Miami, estimó en 3.600 millones de dólares el efectivo enviado por los cubanos a la Isla en 2018, a los que se suman otros 3.000 millones si se consideran las mercancías que los emigrados traen.
Los pocos emprendedores cubanos que no entregaron sus licencias están tratando de readaptarse. Los dueños de restaurantes han empezado a llevar comida a domicilio, los salones de belleza armaron asesorías en las redes sociales y las tiendas de indumentaria venden a través de páginas de internet.
Álvarez está pensando en adecuar el taller para restaurar coches de terceros y dueños de hostales evalúan dirigirse al turismo nacional.
El gobierno prometió rebajas impositivas, pero se desconoce si habrá una política sistemática y coherente para estimular al incipiente sector privado.
Varios emprendedores y expertos consultados por AP esperan, sin embargo, poder sacar algo bueno de la crisis del coronavirus: una profundización de las reformas económicas que, sin perder el sentido socialista, les permita consolidarse, ganar reconocimiento legal y ampliar los rubros de actividades autorizadas.
“Soy optimista”, manifestó a AP Gregory Biniowsky un consultor canadiense radicado en Cuba y cofundador del restaurante Nazdarovie, que ahora se encuentra cerrado. “Aunque vamos a recuperarnos lentamente”.
Biniowsky agregó que “esta crisis puede sacudir un poco al Estado y los tomadores de decisiones estar más abiertos a hacer los cambios dentro de Cuba que apoyen al emprendedor, como permitir que importemos insumos o precios mayoristas. Ellos no pueden permitirse el lujo de que el sector no estatal colapse”.