Cuando Robertlandy Simón abre los brazos, parece que todo un reino puede ser protegido bajo su gigantesca sombra. Desde la cima de sus 2.08 metros de estatura, el astro del voleibol cubano vigila las tierras hasta el horizonte, nada escapa de su fulminante influencia.
Su alcance es tal, que casi abraza y aprieta a un equipo de voleibol en pleno. No es de extrañar entonces que sus palabras provoquen revuelo y expectación, que atraviesen como un puñal las fronteras continentales para ser noticia en los puntos más insospechados del planeta.
“Yo sigo ahí (en Cuba) con ellos, trato de darles una mano y espero que en un futuro se clasifiquen para los Juegos Olímpicos.” Esa es una sentencia simple, que no tendría mayor trascendencia si no fuera por el hecho de que viene desde el corazón de un genio del voleibol que se resiste a entregar las armas.
Robertlandy Simón tiene 32 años. Algunos dicen que ha entrado en la recta final de su carrera, en ese incómodo descenso tras un salto brutal que roza las nubes. Pero no, consciente de todo lo que puede aportar, el capitalino no se baja del barco y así lo reafirman sus palabras.
Simón lleva un montón de temporadas curtiéndose en los circuitos profesionales, creciendo como jugador y como persona. En Italia, en Brasil, en Corea, ha triunfado en todos los lugares donde ha llevado su magia, y eso le ha permitido ganarse el respeto y la admiración en la comunidad mundial del voleibol.
¿Qué viene para el voleibol cubano tras perderse Tokio 2020?
La única espina en su hoja de servicios es haber estado tanto tiempo lejos de los torneos internacionales, sin representar a ninguna federación. Con Cuba, la bandera que siempre defendió, regresó a estos escenarios en el 2019, tras un largo y complejo camino, plagado de incomprensiones y pensamientos retrógrados.
Todos esos obstáculos los burló Simón en pos de luchar por un objetivo: la clasificación olímpica a Tokio.
Desafortunadamente, sus esfuerzos y los de la nueva generación de voleibolistas antillanos quedaron enterrados por un pelo hace cuatro meses. En la fría Vancouver, Canadá remontó una desventaja de dos sets en la discusión del boleto a la cita estival japonesa y propinó una mortal estocada al voleibol de la Isla.
Ese es el tipo de circunstancias que conducen a la frustración, al abandono. Ese es el tipo de circunstancias que, digamos, podrían haber precipitado el fin de ciclo de Simón en el equipo nacional, algo que todos hubiéramos tenido que respetar mientras nos levantábamos a despedirlo como una de las más grandes estrellas en la historia del voleibol mundial.
Pero ya sabemos que la historia no tomó ese cauce. Robertlandy Simón decidió poner su experiencia al servicio de Cuba y ser una fuente de inspiración para jugadores y fanáticos, ávidos de disfrutar con el virtuosismo del central.
La prolongación de sus vínculos con la escuadra nacional implica que, además de rematar y bloquear como un coloso, también aportará en otros sentidos. De su mano pueden beber atletas, entrenadores y federativos, necesitados todos de una referencia con largo recorrido y un amplísimo abanico de conocimientos.
La continuidad de Simón favorece, de entrada, a la Federación Cubana. Criticada durante años por su inmovilidad y las negativas a jugadores que pretendían regresar a vestir la casaca de las cuatro letras, ahora el ente rector del deporte de la malla alta en la Isla se encuentra en una mejor posición, teniendo en cuenta que ha gestionado la inserción de jóvenes exponentes en el mercado profesional europeo y en equipos de alto nivel en Sudamérica.
Sin embargo, queda la sensación de que los federativos pueden hacer un poco más por rescatar los bríos del voleibol masculino cubano. Todavía tienen pendiente, por ejemplo, flexibilizar posturas y apostar por restablecer relaciones con atletas de la diáspora que hoy se desempeñan en plazas internacionales.
Eso incluye salir de la zona de confort, de la sala de espera, y mirar a un futuro más promisorio sobre la base de la unidad, el diálogo, el acercamiento y el respeto. Actitud conciliadora ante todo.
Vital en ese cambio de postura sería mirar hacia el pasado reciente, específicamente a la reinserción en el equipo nacional de Robertlandy Simón. Escuchar las insatisfacciones que le quedaron al propio jugador, eliminar las trabas burocráticas y tratar de hacer más sencillo el proceso, tendría un efecto positivo que, quizás, atraiga en el futuro a más deportistas ya curtidos en escenarios profesionales.
Pero el mensaje de Simón también puede viajar en sentido inverso, directo a los jugadores. Si yo toqué las puertas de la Federación y me interesé por regresar, a sabiendas de todo lo que ello implicaba, ¿por qué no lo pueden hacer otros voleibolistas?. Esa idea muchos podrían valorarla, aparcando viejas rencillas y pensando en defender Cuba, el país donde nacieron.
Por supuesto, la incidencia de Simón también va a ser determinante en el campo de juego, incluso si baja su nivel en el futuro y es desplazado por otros hombres. Su experiencia en los más fuertes circuitos profesionales, sus cientos de batallas ganadas y la maestría adquirida le permitirán aportar en todo momento.
Los más nuevos tendrán a mano un exquisito libro de consejos sobre cuestiones técnicas y tácticas del voleibol, sobre cómo manejar la presión en diversas situaciones de los partidos y sobre cómo debe comportarse un profesional, tanto dentro como fuera de la cancha.
Igualmente, los entrenadores y preparadores podrán apoyarse en Simón para dar pasos de avance, enriquecer su arsenal técnico, estratégico y los métodos de entrenamiento, así como para asumir las pautas modernas del deporte.
“En Cuba lo que falta es la experiencia de trabajo, cómo integrarse en el voleibol moderno”, decía Simón en una entrevista con el portal especializado Somos Voley. Esas palabras, claras y directas, ofrecen una luz, porque el jugador insignia de la selección, ese que no renuncia a nada, ha identificado parte de los problemas y hará lo imposible por ayudar a solucionarlos.
Ahora falta que todos hagan el esfuerzo por mantenerse bajo la alargada sombra y liderazgo de Robertlandy Simón. El futuro dirá.