Desde hace más de dos meses, el coronavirus dejó casi en absoluto silencio el Centro de Preparación Olímpica “Bruno Zauli”, en Formia, Italia. Allí, últimamente, la calma solo se quiebra a ratos, con las aisladas sesiones de entrenamiento autorizadas a los atletas que se preparan rumbo a los Juegos de Tokio.
Hasta finales de marzo, el vallista británico Andrew Pozzi era uno de esos pocos que, bajo estrictas medidas de distanciamiento, podía ir a alterar la paz en las instalaciones de Formia, pequeño paraíso costero ubicado al centro-oeste de la península.
Pozzi es campeón mundial bajo techo (Birmingham 2018) y ganó también la lid europea indoor de 2017, pero no se sentía complacido con su rendimiento en competencias al aire libre. Ese detalle, en gran medida, forzó su salto desde Loughborough hasta Formia, una mudanza de 1.200 millas.
Pero la verdadera razón que empujó al velocista de 26 años a cambiar toda su vida en el Reino Unido por una experiencia totalmente novedosa en un país desconocido, fue una revelación que llegó a sus oídos casi de casualidad: el preparador de dos de los últimos cinco campeones olímpicos en los 110 metros con vallas estaba disponible para entrenarlo.
“Pensaba que la oportunidad de trabajar con él había pasado”, dijo Pozzi a Sky Sports. “Sabía sobre él, ¡pero pensaba que se había retirado oficialmente hacía cinco años!”
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Santiago Antúnez Contreras (Ranchuelo, 1947) es un tipo apegado a las costumbres, a su familia, a su idioma, a su comida… Sin embargo, desde hace mucho tiempo, Santiago Antúnez Contreras se ha convertido en un forastero.
Con muchas canas y escondido tras el peinado ochentero que patenta su imagen, el villaclareño ha pernoctado en Brasil e Italia durante los últimos siete veranos, evadiendo una y otra vez la jubilación que se planteó primero en el 2010 y que consumó luego en el 2013.
A Sudamérica llegó, justamente, después de colgar los guantes en Cuba. Allí permaneció tres años, hasta los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, para partir entonces rumbo a Formia, al otro lado del Atlántico, con una nueva oferta de trabajo.
Del portugués al italiano, de la feijoada y el churrasco a las pastas… Esa constante itinerancia ha marcado los episodios más recientes de la vida de Antúnez, a quien muchos no reconocen fuera de las pistas, pese a ser nombrado en el 2010 como mejor entrenador del mundo para la extinta IAAF.
Quizás ese premio quede demasiado distante para el cubano, quien busca reinventarse y superarse a los 73 años, edad en la que comúnmente cuesta cambiar la mentalidad y las rutinas.
“Después de tantos años de experiencia, hemos tenido que adentrarnos en una nueva escuela y seguir aprendiendo, porque no es lo mismo entrenar a un cubano que a un europeo”, cuenta a OnCuba el preparador, quien hoy trabaja con vallistas Italianos, franceses, suizos, alemanes y británicos, entre ellos Andrew Pozzi.
“La diferencia es abismal, entrenar a un cubano da gusto, da deseo, es un privilegio, pero con los extranjeros me ha costado más que capten el trabajo de un alto nivel para una Olimpiada o un Mundial. Los cubanos, no sé si es porque están preparándose desde muy pequeños, aprenden mejor lo que les enseñamos”
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El 25 de septiembre del 2000, en el Stadium Australia de Sydney, Anier García corrió en 13 segundos exactos rumbo a la gloria olímpica, sorteando 10 vallas en el camino.
“Le dije que si arrancaba bien yo daba la espalda y me iba a celebrar. Así mismo fue, estaba en una forma excepcional”, recuerda Antúnez, quien se resiste a creer que ese fue el primer gran título de las vallas cubanas.
De hecho, cuando el entrenador habla de la historia de las carreras con obstáculos en la Isla, menciona nombres que los veinteañeros solo conocen a través de fotos o videos vintages. Alejandro Casañas, Emilio Valle, Aliuska López, Erick Batte, Odalys Adams, todos ellos le dieron un empujón a Anier en Sydney, precisamente porque triunfaron antes que él.
“Casañas, por supuesto, marca un punto de inflexión con su plata olímpica en Moscú 80, pero realmente cinco o seis años después de esa medalla es que se ven los frutos de lo que hoy llamamos la escuela cubana de vallas”, explica Antúnez, catedrático y celoso en sus recuentos, incluso en los más insospechados detalles.
Su memoria está segmentada en etapas muy bien definidas, entre ellas un ciclo muy largo que comenzó a principios de los 80 en los campos de entrenamiento de la ESPA nacional. Allí moldeó durante varios cursos a atletas juveniles que en Atenas, año 1986, mostraron al mundo el trabajo que se realizaba en la Isla.
“En el primer Campeonato Mundial Juvenil de atletismo, Emilio Valle ganó oro en los 400 con vallas y bronce en 110, y Aliuska López fue plata en los 100 con vallas. Yo digo que ahí se empezó a perfeccionar la escuela cubana, comenzamos a entender lo que necesitaba un atleta para rendir al máximo nivel y eso condujo después a la superación de los resultados”, rememora Antúnez.
Títulos en torneos de relieve, medallas en distintos niveles competitivos y finalistas olímpicos fueron aval suficiente para que la escuela cubana de vallas comenzara a ser respetada en el mundo, aunque la esencia de la misma no está en los grandes éxitos, sino en el trabajo y la compenetración entre todos sus integrantes, desde los preparadores en categorías inferiores hasta las grandes estrellas.
“La mayor fortaleza del proceso era la formación en la base. No sé cómo se está desarrollando la cosa ahora, pero en nuestros tiempos había una comunicación total y un gran acercamiento entre los preparadores de la base y los de la selección nacional. Impartíamos conferencias, hacíamos conversatorios y siempre había un intercambio de conocimientos.
“Los atletas más jóvenes llegaban al equipo nacional y yo no tenía que perder tiempo enseñándole fundamentos y cuestiones básicas por la formación tan correcta que traían desde abajo. Eso te da la medida de que existía una escuela con ideas muy claras, muchas de ellas instauradas por Heriberto Fernández Arroyo, quien es nuestro formador”, asegura Antúnez.
“Desde los juveniles y mayores había una compenetración muy grande entre los atletas. La rivalidad no mellaba la unidad, porque el problema no era ganarse uno a los otros aquí en Cuba, la cuestión era salir y ganarle a los extranjeros.”
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Andrew Pozzi se sorprendió pasando sobre las vallas al ritmo de salsa, bailando, moviendo las caderas. En pleno invierno italiano, la música caribeña “calentó” las pistas en Formia, una estrategia de Santiago Antúnez para romper el esquematismo europeo.
“Él dijo que, desde su perspectiva, en Europa hay demasiada precipitación por hacerlo todo cuantificable: tienes que correr súper rápido en la pista, tienes que elevar más y más peso en el gimnasio. Pero él cree que se pasan por alto aspectos como la coordinación, la movilidad y la técnica”, reveló Pozzi a Athletics Weekly.
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Todas estas innovaciones forman parte de la perenne búsqueda de la perfección y la fluidez, dos aspectos que Antúnez considera imprescindibles para el máximo rendimiento de los vallistas, quienes en ocasiones parecen robots mientras pasan y chocan con los obstáculos.
Sin embargo, la verdadera clave de éxito de Antúnez como entrenador es su capacidad para definir los perfiles psicológicos de los atletas y saber exactamente qué pautas debe seguir con cada uno. A priori, es una filosofía de libro, quizás algo simplista, pero implementarla resulta bastante complicado.
“Yo recuerdo que una vez Emilio Valle se me acercó y me preguntó por qué yo no lo entrenaba a él de la misma forma que a Anier García. Ciertamente, los métodos eran muy diferentes, pero eso tenía que ver solo con sus características individuales, no con preferencias por uno u otro, como se ha comentado en algunos círculos”, explica el preparador, quien no hacía coincidir los planes de ninguno de sus discípulos.
Todos trabajaban según sus estilos. Valle y Anier no seguían las mismas pautas, lo mismo que Erik Batte o Yoel Hernández. No obstante, ellos sí tienen en común un detalle: en diversos momentos de sus carreras lograron resultados relevantes.
Batte, por ejemplo, llegó a la final olímpica de Atlanta y también se incluyó entre los ocho mejores del Mundial de Gothenburg, Suecia, en 1995. Yoel, por su parte, ganó el título del orbe juvenil en Sydney 1996, y fue tres veces (Sevilla 1999, Edmonton 2001 y París 2003) finalista mundial.
Esto da la medida de la eficiencia de los métodos de Antúnez, cuyo mayor triunfo fue, sin dudas, explotar el hambre voraz de Anier García y depurar la técnica exquisita de Dayron Robles, los dos hombres que llevaron las vallas cubanas a otra dimensión.
“En el caso de Anier y Dayron tenían muchas cosas en común, pero también otras diametralmente opuestas. Anier era fogoso, temperamental, nunca daba nada por perdido y antes de salir a correr parecía un león enjaulado. Dayron tenía igual mucha potencia, mucha fuerza, pero era más calmado, más flemático.
“Esas características personales hay que tenerlas muy en cuenta a la hora de entrenarlos, no te puedes dirigir a ellos de la misma manera, no puedes decirle lo mismo. Hay que conocer bien los perfiles psicológicos de los atletas para conseguir el máximo de su rendimiento.”
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Títulos olímpicos y mundiales. Récord del orbe. Un santuario de trofeos. Es impresionante el palmarés dorado de Santiago Antúnez, quien, no obstante, asegura que el premio más grande de su carrera fue una medalla de bronce.
“Lógicamente, los oros olímpicos de Anier y Dayron, junto con el 12.87 (récord mundial) de Dayron, son momentos excepcionales, el sueño cumplido de cualquier entrenador. De todas maneras, yo siempre he dicho que la medalla más sangrienta, la más luchada, la que más sudor nos costó, fue el bronce de Anier en las Olimpiadas de Atenas 2004.
“A un mes y medio, él no estaba bien, estaba pasado de peso y era francamente arriesgado apostar por él. No solo nadie pensaba que pudiera defender su corona, tampoco nadie creía que obtuviera un resultado decoroso.
“Nosotros no nos rendimos, pero veía improbable que saliéramos airosos, por eso cuando lo vi entrar en tercer lugar fue la felicidad más grande de mi vida”, recuerda Antúnez.
Lo curioso es que el entrenador piensa que su carrera se sustenta tanto en los grandes triunfos como en las experiencias negativas, las cuales le han dado la posibilidad de aprender y crecer.
“Emilio Valle era medalla en Atlanta, pero la fogosidad, esos deseos tan grandes de competir, lo traicionaron”, asegura Antúnez, golpeado también por lesiones y descalificaciones de sus discípulos, como aquella amarga historia de Dayron Robles en el Mundial de Daegu 2011.
“De eso se ha hablado mucho. Esa carrera es una de las que más se ha utilizado para reflejar los problemas de los 110 con vallas, pero hay otros muchos ejemplos que no se usan. David Oliver cometió errores similares sin castigo, a Anier García le dieron por el pecho una vez, es decir, esos encontronazos no son algo extraordinario como quisieron hacer ver con lo de Dayron”, precisa el entrenador villaclareño.
No obstante, ni ese momento en Corea del Sur ni ninguna otra experiencia negativa marcó tanto a Antúnez como la historia del propio Dayron Robles en Londres 2012. El guantanamero llegaba a la cita estival en la capital británica como campeón defensor y recordista del mundo, pero arrastraba molestias meses antes de los Juegos.
“A Dayron siempre lo golpearon mucho sus problemas de mal formación en los pies. Eso habitualmente le provocaba dolores y limitaba su tiempo de entrenamiento, tenía que hacer grandes esfuerzos. En ese caso, nosotros lo tratamos con los fisios, se recuperó y decidimos ir a la Olimpiada”, recuenta Antúnez, quien tiene frescos los episodios de Londres.
“En la semifinal, Dayron no compitió en el sentido estricto de la palabra. Solo salió a correr, a dejarse llevar, pero hizo 13.10, con lo que se podía aspirar a medallas en la final. De hecho, con ese tiempo hubiera sido bronce.
“Recuerdo que después de esa carrera me dijo: «yo me sentía en forma, pero no sabía que estaba tan bien». Entonces pensamos que todo se había resuelto, que había posibilidades en la final, pero la otra pierna, que no le había dado problema en el año, en ese momento lo traicionó. Fue una decepción muy grande.”
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Los forasteros, a veces, regresan a casa, toman un poco de aire, cargan las pilas y regresan a la carretera. Santiago Antúnez es uno de esos que siempre tiene que buscar refugio ocasional, no solo al lado de su familia, sino en el recinto que fue su hogar durante décadas: el estadio Panamericano.
Verlo allí provoca cierta nostalgia, porque en esas pistas forjó a los mejores vallistas cubanos que se recuerden. En sus visitas más recientes, Antúnez ofreció algunos consejos y ejerció como maestro, otra vez, de Anier García, quien ha dejado de correr para transmitirle su ímpetu y conocimientos a los nuevos atletas.
“Cuando yo salí del equipo nacional en el 2013, ya teníamos a Yordan O’Farril, campeón mundial juvenil en Barcelona 2012, y a Roger Iribarne, dos grandes portentos, quizás con tanto potencial como Dayron o Anier. Sin embargo, en todo este tiempo, ellos no han progresado”, asegura Antúnez.
Golpeado en la cara por la brisa salada, la misma que carcome sin piedad las paredes del estadio Panamericano, Antúnez los observa y piensa que, para sacarles un poco más, hay que llevarlos al límite de sus posibilidades, exprimirlos.
“Una cosa es entrenar por entrenar, y otra cosa es entregarse a entrenar, y saber por qué hago las cosas. Cuando uno realiza una actividad física monótona, sin interés, no analiza lo que está pasando con el cuerpo durante la preparación, no disfruta lo que hace y los resultados son pésimos. Eso es lo que veo que pasa con los muchachos de ahora”, explica.
Antúnez es enemigo de esa inercia, un mal que no facilita el progreso diario. El entrenamiento de hoy tiene que superar al de ayer, y así todos los días. Hay que pedirle al organismo un poco más y no conformarse.
Justamente eso es lo que le transmite a Anier ahora que lleva las riendas de los vallistas del equipo nacional.
“Pienso que logren dar un salto y explotar esas condiciones que tienen. Anier sabe muy bien lo que debe exigirles y cómo hacerlo, porque durante años estuvo expuesto a rutinas que sacaron lo mejor de él. Nosotros entrenábamos para ser campeones del mundo, todos. Yo les decía que no quería atletas para Juegos Centroamericanos o Panamericanos, yo quería atletas olímpicos, con una mentalidad indestructible.”
A algunos le provocará escalofríos una filosofía tan ambiciosa, pero Santiago Antúnez se siente orgulloso y satisfecho por su línea de trabajo, la cual rindió innumerables frutos para Cuba.
“Yo no cambiaría la forma en que he hecho las cosas. Hay que ponerse metas altas para alcanzar la cima. Es mi manera de pensar. Eso sí, no creo que hubiera conseguido nada sin el apoyo y la dedicación de los entrenadores de base que siempre contribuyeron con ideas y con un estilo de trabajo único”, afirma.
Santiago Antúnez recuerda en su camino, una y otra vez, a Heriberto Fernández Arroyo, su formador desde que estaba en la secundaria, y también la retroalimentación que ha vivido en los últimos años con sus hijos, quienes igualmente son preparadores en la actualidad. Pero si de algo se enorgullece el villaclareño es de los corredores que moldeó.
“Haciendo un balance, lo mejor de mi carrera han sido los atletas que he dirigido. Disciplinados y sacrificados, ellos tenían plena confianza en el entrenador. Yo les decía boca abajo todo el mundo y ahí estaban cumpliendo. Por eso llegamos a ser grandes volando sobre las vallas.”
Excelente articulo que destaca lo mucho que hay que venerar de la escuela cubana de las carreras con vallas y de sus dos grandes maestros, Heriberto el iniciador y Santiago, el mago.
Aliet, quisiera hacerle una consulta sobre una foto a Ricardo López Hevia. Puedes pasarle mi correo electrònico, o pasarme el suyo, por favor.
Muchas Gracias.