Como el resto de los bares y restaurantes del país, El Floridita ha cerrado sus puertas hasta que pase la pandemia del Covid-19. Hemingway -en su versión estatua de bronce- está más solo que de costumbre, acodado como siempre en una esquina de la larga barra tras la que el catalán Constantino Ribailagua, “Constante”, ideó el famoso cóctel a base de azúcar, jugo de limón, ron, hielo frapeado y unas gotas de marrasquino.
En el salón, silencioso ahora, no retumban las notas juguetonas del son cubano y las batidoras tampoco zumban frenéticamente mezclando daiquirís para los turistas que llegan sedientos, a los que Cuba cerró la entrada a finales de marzo.
Pero, El Floridita, ese restaurante-bar tan emblemático de La Habana, no ve pender sobre su barra y taburetes la espada de Damocles como sí ocurre en otros lugares icónicos de la región debido a la crisis generadas por el nuevo coronavirus.
Cuna del célebre Daiquiri y parroquia preferida del escritor Ernest Hemingway durante los años en que vivió en Cuba, el establecimiento es uno de los muchos locales de restauración y ocio que gestiona el Estado cubano.
Esa peculiar circunstancia es la que previsiblemente salvará al afamado Floridita, local que en 1953 la revista Esquire calificara como uno de los siete mejores bares del mundo.
Al ser de gestión estatal ahora, parada obligatoria para los turistas en La Habana y, por tanto, fuente segura de recaudación de divisas, las posibilidades de que cierre son casi nulas, en especial porque la isla atraviesa una grave crisis económica y necesita más que nunca de esta moneda fuerte que regresará a ritmo de coctelera.
El local recibe cada año a unos 250 mil clientes y, aunque el autor de Por quién doblan las campanas sea el más célebre, la lista de visitantes ilustres no acaba en el Nobel estadounidense.
Por el sitio, ubicado en Obispo y Monserrate, han pasado escritores como Tennessee Williams o Graham Greene, el expresidente de EE.UU, Barack Obama; estrellas del celuloide como Gary Cooper y Marlene Dietrich, futbolistas, estrellas del béisbol, músicos como Joaquín Sabina.
Aunque la supervivencia del Floridita parezca asegurada, las autoridades cubanas no han explicado si limitarán el aforo o qué medidas aplicarán para garantizar la distancia entre una clientela deseosa de dejarse llevar con despreocupación por el ritmo cubano en la meca de uno de los cócteles más famosos del mundo.
EFE/OnCuba