Durante estas semanas de batalla contra la pandemia de la COVID 19 he exhortado mediante las redes sociales a mis colegas, científicos sociales, a estar atentos a los fenómenos que están adquiriendo visibilidad en estas condiciones en las cuales vivimos desde el pasado mes de marzo.
No se trata de aristas sorprendentes ni novedosas, sino de realidades, difíciles, complejas o amargas, que, en las condiciones actuales, se nos colocan enfrente con toda su terquedad.
La primera y más general es el hacinamiento que padecen algunas familias, sobre todo en determinados municipios de la capital. Espacios de unos cuatro por seis o diez metros donde habitan ocho y más personas, de diversas generaciones, a quienes en situación de pandemia se les solicita mantenerse dentro de casa. La segunda, presente al nivel de varias comunidades, es el acceso a fuentes de agua potable, lo que se relaciona con el abasto de agua a la población, un tema marcado por la escasez en varias zonas de la geografía capitalina que se manifestaba con crudeza mucho antes del inicio de la pandemia. Por fortuna, el asunto de los recursos hidráulicos del país y su disponibilidad por parte de los residentes estaba sobre la mesa de las instancias de gobierno con antelación y era objeto de trabajos y esfuerzos que ahora recibieron la requerida intensificación, aunque en este asunto aún quede mucho por avanzar.
Luego se presentaron aspectos de otro cariz como es la constatación, por el personal sanitario, de estados de desnutrición en compatriotas de la tercera y cuarta edad -condiciones básicas de vulnerabilidad estas para enfrentar ciertas amenazas a la salud-, junto con la presencia de estos otros compatriotas a los cuales anteriormente alguien optó, amablemente, por denominar “deambulantes”, quizá en el esfuerzo por desmarcarse de los conocidos términos de “indigente” (voz usada, según el diccionario, para llamar a quienes carecen de medios para subsistir), o de la voz anglosajona de homeless. Estas dos últimas situaciones tienen una connotación particular que no dejan de lacerar el alma de cualquier cubano que pueda asumir la caracterización de tal que nos legó Martí desde el Liceo de Tampa: “Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros”. Y la implicación aumenta cuando pensamos, además, en el Socialismo.
La pandemia nos puso cara a cara con la precariedad de nuestra economía, en particular con la escasez de alimentos y volvimos a padecer, ahora en situaciones donde esos lujos de ineficiencia y de ausencia de creatividad no son permisibles, la pésima gestión de distribución de alimentos del organismo gubernamental encargado de ello. También sufrimos el comportamiento miserable de un sector que vive no solo entre nosotros sino “de nosotros”, que decidió “hacer su zafra” a partir de la fatal conjunción de escasez alimentaria y atroz ordenamiento, me refiero a “coleros”, revendedores, estafadores y toda la lacra acompañante.
Salieron a la palestra pública apenas las crestas del iceberg de la corruptela a partir del hallazgo de espacios de acaparamiento de alimentos y recursos (balones de gas refrigerante, de oxígeno hospitalario, cemento, entre otros), aunque queden pendientes de airearse otros extraños sucesos que tienen lugar en zonas de alta sensibilidad como la vinculada a los medicamentos y las redes de farmacias.
La marea también puso en evidencia bellezas y ternuras brindando lecciones indelebles a quien sea que insista en mirar con ojeriza las otras formas de producción que necesitan acompañar a la estatal. Fue el caso de pequeños emprendedores que donaron cifras significativas de sus ganancias y se sumaron al esfuerzo de llevar comidas diarias hasta las casas de la población de mayor edad, o el de los diseñadores con sus impresoras 3D que aportaron de inmediato una parte de los recursos de protección para el personal de salud de la línea roja, convirtiendo la necesidad del país en su primera tarea.
Útil resulta continuar caminando atentos junto a la fina línea que dibuja la presencia del mar que ya se retira.