Muchos dirán que los filipinos son adictos al baloncesto o al boxeo, y es verdad, hay canchas por todos lados donde juegan personas de todas las edades. Y por nada del mundo se pierden una pelea de su ídolo Manny Pacquiao, el actual súper campeón Wélter de la Asociación Mundial de Boxeo. Pero yo diría sin temor a equivocarme que aquí el deporte nacional es la siesta.
Los filipinos se duermen a cualquier hora, se acomodan donde sea y caen rendidos al instante. Suelen colgar hamacas en los camiones de carga, grúas o carros de bomberos y echan su sueñito durante el viaje. En el transporte público, sea por tierra, mar o aire, se apagan en cuanto suben y no se activan hasta que llegan a su destino.
Son increíbles, aprovechan cada minuto para recuperar energías. Yo que soy siestero, pero hogareño, les envidio esa capacidad de dormitar en cualquier parte.
Lo más común es ver a los “kuyas” (hombres) roncando a pata suelta sobre las motos o triciclos, en las posiciones más increíbles, como contorsionistas de circo. Reconozco haberlo intentado en algún momento de ocio y me resulta imposible extender el esqueleto en una moto sin terminar en el piso.
Es verdad que en este país muchas personas, millones, viven en casas diminutas, tan minúsculas que a veces duermen por turnos en la única cama. También es cierto que, siendo Metro Manila una metrópolis gigantesca, muchas personas se levantan de madrugada y viajan 2 o 3 horas para llegar a sus lugares de trabajo, y luego el mismo tiempo de vuelta a casa. Es lógico que aprovechen cada minuto para dar una cabezada.
Pero no solo los de abajo disfrutan de las siestas. Aquí todos, ricos o pobres, niños, jóvenes o viejos, practican a full el deporte nacional. En una cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, en noviembre de 2018, el mismísimo presidente Rodrigo Duterte no se presentó a varias de las sesiones presidenciales. Su portavoz, a modo de justificación, dijo que el mandatario estaba “durmiendo siestas para recargar las pilas”. Más filipino imposible.
Algo que me llama la atención es que la siesta parece ser privilegio masculino. Al menos en público. He visto muy pocas “ates”, como llaman aquí a las mujeres, echándose un sueñito por ahí. Supongo que, dadas las dinámicas de vida filipina, bastante machista por cierto, estarán ocupándose de la casa, la comida o de los muchos hijos y nietos, sin tiempo para caer en brazos de Morfeo.