“Conozca a Cuba primero” es una guaracha/son compuesta por el cubano Eduardo Saborit en la década de los años 50 y popularizada en la voz del gran Ramón Veloz.
Ha formado parte de muchas antologías de la música popular cubana. Una notoria versión, por ejemplo, la encontramos en el disco Cuba: un viaje musical, grabado en 2017 con el sello Apolo Music, donde juntan sus voces Albita Rodríguez, Rey Ruiz y Donato Poveda. También es distintiva la interpretación de Sixto “El Indio” Llorente, en su fonograma Somos el Punto Cubano, publicado en 2019 bajo el sello Egrem.
El estribillo del famoso tema, “conozca a Cuba primero y al extranjero después”, se convirtió con el tiempo en una especie de adagio popular en la Isla. Incluso resalta un grado de cubanidad.
Pero conocer nuestro país (así sea que recorrieras desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí) o vivir físicamente dentro de la Isla no nos hace ni más ni menos cubanos.
“La cubanidad para el individuo no está en la sangre, ni en el papel ni en la habitación”, escribió el erudito antropólogo cubano Fernando Ortiz quien, entre otros estudios, ahondó como nadie en las raíces histórico-culturales afrocubanas.
En un texto titulado “Cubanidad y cubanía”, publicado en el número II de la revista Isla, en 1964, quien también es considerado el tercer descubridor de Cuba, expone que “la cubanidad es, principalmente la peculiar calidad de una cultura, la de Cuba. Dicho en términos corrientes, la cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. Pero todavía hay una cubanidad más plena, diríase que sale de la entraña patria y nos envuelve y penetra como el vaho de creación que brota de nuestra Madre Tierra después de fecundada por la lluvia que le manda el Padre Sol; algo que nos languidece al amor de nuestras brisas y nos arrebata al vértigo de nuestros huracanes; algo que nos atrae y nos enamora como hembra que es para nosotros a la vez una y trina: madre, esposa e hija. Misterio de trinidad cubana, que de ella nacimos, a ella nos damos, a ella poseemos y en ella hemos de sobrevivir”.
Entonces, si la ritualidad de conocer a Cuba primero y luego al extranjero, como reza la popular canción, se acatara incluso a la inversa o directamente no se cumpliera, en el “algoritmo” binario de la tierra nacional y la tierra internacional, el orden de los elementos no alteraría los sentimientos.
El cubano José Lezama Lima (1910-1976), uno los más grande escritores de literatura hispanoamericana y, quizás, el más cosmopolita de nuestros autores, apenas salió de su casa de Trocadero 162, en Centro Habana. Fuera de Cuba solo dio unos saltos breves a España, México y Jamaica en toda su vida.
Nadie puede dudar de la particular visión del mundo del autor de la monumental novela Paradiso, quien se autodenominaba un “peregrino inmóvil”. Lezama, que gustaba del tabaco y el café, que casi conoció brevemente al extranjero antes que la Cuba fuera de las inmediaciones de su barrio en La Habana, que fue venerado por escritores universales de la talla del poeta español Juan Ramón Jiménez y del escritor argentino Julio Cortázar, forma parte de la columna vertebral identitaria de Cuba.
“La mar violeta añora el nacimiento de los dioses, / ya que nacer es aquí una fiesta innombrable”, escribió Lezama en su poema “Noche insular: jardines invisibles”. Quiso el poeta que ese fuera su epitafio. Y así, cumplida su voluntad, están en una tarja de bronce con letras doradas, en una tumba sencilla de la necrópolis de Colón, en La Habana, donde descansan sus restos.
Yo también tengo escritos esos versos. Con carbón, a mano alzada y en letras cursivas se pueden leer en la pared más grande de mi hogar. Presiden esas palabras una gigantografía que tapiza la pared contigua a la puerta por donde salgo cada día a mis rutinas y entro al final del día para descansar del mundo.
La foto es un pedazo del malecón de La Habana, en un atardecer huracanado y de olas furiosas. Ese verso de Lezama, quien casi nada había recorrido de Cuba y otro muy poco del extranjero, escrito sobre la pared de mi morada que alberga la foto del popular muro donde empieza y acaba todo, está en otro país, a 7000 kilómetros de la Isla. Aquí vivo desde hace una década, y cada día confirmo que sigo en Cuba.
“Conozca a Cuba primero y al extranjero después”, vuelvo a escuchar y muevo mis pies al compás, mientras escribo. Definitivamente, la invitación a conocer va más allá del sitio geográfico donde nacimos. No tiene mayor o menor trascendencia el lugar en sí, sino en qué medida el entorno, sus contextos y sus protagonistas nos transforman como personas.