El espectáculo no podía ser más tétrico: el desnudo cadáver de la muchacha flotaba en una bañadera, ya en estado de putrefacción. Un golpe le había hundido el cráneo.
El hecho, como se verá, iba a plantear una tremenda incógnita a los médicos forenses y a los investigadores policiales.
Los antecedentes
Oscar Villaverde era el propietario del cabaret Tokio, en la habanera esquina de San Lázaro y Blanco. Pero también ejercía un desempeño que ni de lejos podría ser calificado como honroso: traía muchachas a la capital cubana, para que ejercieran lo que han llamado “la profesión más antigua de la historia”. Sí, las que han recibido el nombre de las cuatro letras, considerado infamante.
Un día Villaverde se apareció con una joya europea. La francesita Rachel Dekeirsgeiter, de treinta años. Era tan atractiva que, a su paso, los ojos varoniles se salían de las órbitas.
Recientemente se había dado a conocer la criolla-bolero “Una rosa de Francia”. El desaforado macherío cubano no dudó en dedicarle ese apodo a Rachel.
A menudo hubo broncas entre quienes se disputaban sus favores de alcoba.
Ella simultaneaba la prostitución con apariciones en el mundo de la farándula y el espectáculo. Villaverde la reconoció públicamente como su amante oficial. (Aunque algunos lengüilargos murmuraban que andaba también en jugueteos amorosos con el cantante y después periodista Alberto Jiménez Rebollar).
Los hechos
Un mal día, en diciembre de 1931, empezó a extrañarse la presencia de la linda francesita.
Hasta que, con la guía del olor a carne putrefacta, la policía encontró el cadáver de Rachel en su apartamento, ubicado en San Miguel, esquina a Amistad.
Así se planteó el primer enigma, que hasta hoy no han podido resolver forenses ni técnicos en policiología. El apartamento estaba en un tercer piso y la puerta tenía pasado el pestillo por dentro. ¿Cómo escapó el homicida?
Claro está que nuestra gente —deliciosamente sensiblera— se estremeció ante el hecho sangriento. Hasta hubo quien compuso una pieza musical, que fue popularísima, dedicada a la infeliz cabaretera.
En conclusión…
El cantante Jiménez Rebollar fue acusado del crimen, pero salió absuelto, gracias a la brillante defensa de todo un personaje, el abogado criminalista Carlos Manuel Palma, Palmita, quien era también editor de una revista farandulera.
Sin lugar a dudas, se produjo lo que llaman un crimen perfecto.
Oscar Villaverde, el amante “oficial”, la enterró en un panteón de su propiedad, ubicado en el cementerio de Calabazar, un pueblo de la periferia habanera.
Años más tarde, también él ocuparía aquel sitio como residencia definitiva. Lo que había iniciado en una cama, terminaría rubricándose en un lóbrego recinto sepulcral.