Hay huesos y huesos. Los huesos de quien encarnada fue una de las mujeres más soñadas del siglo XX yacen en el Pierce Brothers Westwood Village Memorial Park and Mortuary, en el centro de Los Ángeles. Incluso en los huesos su magnetismo resulta asombroso. Richard F. Poncher —quien hoy sería un farandulero de éxito— compró a Joe Di Maggio el nicho que está justo encima de Marilyn. Y estas son las horas en que “The man who gave everything and more. Who was one in a million” descansa allí sonriente y bocabajo. Norma Jean atrajo además a Natalie Wood, Truman Capote, Roy Orbison, Dean Martin, Billy Wilder, Jack Lemmon, Kirk Douglas y Farrah Fawcett. Y justo a su lado, imagino que algo mohíno, reposa Hugh Hefner, el editor de Playboy.
¡Cuánto hueso imantado en todos lados!. Porque los esqueletos constituyen el soporte de los tejidos blandos de todo lo vivo. Los que permiten andar de un lado para otro. Porque son firmes y a la vez articulados. Porque están conformados por sales de calcio, carbonatos y fosfatos. Y como minerales perduran. Las osamentas son las evidencias que necesitan los incrédulos para no ser considerados personajes de ficción. Habladurías. Porque no hay mayor certeza sobre la vida que su propia muerte. Nuestro restos serán amor coagulado.
Hace ya un par de meses pasé por delante del Palacio de la Rumba de Centro Habana. El palacio es hoy lo que todos los otros menos alguno. Una ruina descarnada. Nada en la fachada nos induce a notar que allí se baila rumba. El logo tan lamentable como lo demás. Como casi todo lo que se amasa con ingredientes baratos, cojea desde el concepto. La combinación de una tipografía Bodoni —con un interletrado insufrible— con una de display —de las que solo utilizan quienes descreen de las llamas eternas del Averno— sostiene una cabecita real semejante a la que usan las conservas para insinuar que su atún es del bueno. Más de lo mismo.
Pero los rumberos albinos sí que me impresionaron en su desnudez. Rumba sorda, muda, despojada, solemne. Aquí cayó dormida la vida asfixiada por los vapores turbios de la historia. Un conjunto casi gótico que resulta en la mejor metáfora de todo lo contrario. Ni siquiera la pantomima de los bailarines aporta calor. Esperan los cuervos. Es la osamenta congelada del placer. Y debe interpretarse no sólo como símbolo del atropello del tiempo, sino de la desolación que provoca la miseria humana. El fin de toda existencia es la muerte. Muere todo: el palacio, la rumba, los rumberos. También al baile y la alegría. Solo hay algo peor, la muerte prematura y sin sentido que hiela lo que queda vivo.
Gracias, me encantan sus artículos, nos ayuda a mirar la ciudad y entender lo q sentimos desde un punto de vista profesional. Cómo necesitamos los diseñadores y arquitectos!!
Genial, como todos!!! Y triste, como la ciudad!!!