Contra realidades hostiles Mafu, a lo largo de sus 31 años de vida, ha chocado y choca. Ha peleado y pelea. Se ha levantado y se levanta. Su trinchera está en defender y luchar por la libertad de elegir quién quiere ser. Es un camino que partió a recorrer de manera individual pero que, con el tiempo, se transformó en una fuerza colectiva. Y esa fortaleza habita hoy en Mafu.
En esa necedad de lo que siempre resulta necio —parafraseando al trovador— una elección de Mafu incomoda al pensamiento dominante. Lo padeció desde su infancia, en barrios humildes del cono urbano bonaerense, en Argentina, donde su madre la crió sola y con la solidaridad de muchas personas que las ayudaron nunca les faltó un plato de comida ni un techo donde cobijarse.
Lo sintió en carne propia cuando, desde los cuatro años, Mafu comenzó a vestirse con la ropa y los colores de su agrado, aunque esas prendas eran etiquetadas como “de varones”; cuando entró al secundario y comenzó a militar en el campo popular; cuando se tatuó en su antebrazo un verso de la banda Callejeros que dice: “Que no se quede mi pueblo dormido”; cuando marchó por el boleto estudiantil, por el reclamo salarial de los docentes, por la pensión de los jubilados, por tierra, pan y trabajo para los “ninguneados”, contra los desalojos de quienes no tenían un techo, contra los genocidas de la última dictadura cívico-militar, cuando el Estado intentó beneficiarlos con rebajar sus condenas; cuando se negó a disfrazarse de chica sexy para asistir a una entrevista de trabajo ante una junta patriarcal decidiría si calificaba o no para el puesto, entre otras cosas, por su “porte y aspecto”; cuando hizo suya la consigna Ni una menos para luchar contra la violencia machista en todas sus formas; cuando estuvo frente al Congreso de la Nación, sin importar la lluvia o el frío, hasta que fue ley la interrupción voluntaria del embarazo; cuando manifestó con orgullo que era lesbiana y alzó la bandera del arcoíris por los derechos de la comunidad LGBTIQ+.
Desde hace tres meses, Mafu experimenta una nueva revolución personal que, de cierta forma, también es colectiva. Se mira al espejo y ya no siente angustia como antaño. Gusta de lo que ve y sonríe. Como nunca antes, siente comodidad con su cuerpo.
El pasado 25 de febrero se sometió a una cirugía donde le extirparon el tejido mamario. Es una intervención segura, sencilla y de rápida recuperación. “Del deseo un derecho”, había escrito en su muro de Instagram semanas antes de entrar al quirófano.
“A medida que iba creciendo y se iban desarrollando mis senos sentía que me molestaban”, dice, en la sala de su casa mientras Tupa, su gato, merodea entre hojas, libros, el ordenador, el termo y el mate.
Con la pandemia del coronavirus, su casa ha devenido oficina.
Mafu trabaja para el Ministerio de Educación, donde es referente para la provincia de Buenos Aires del Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia, desde el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), sancionada en 2006.
Mafu confiesa que, aunque el deseo de operarse estaba, no dejaban de rondarla dudas y miedos.
“Tuve que parar un mes mi vida para dedicarme exclusivamente a hacer realidad esta decisión. Era inevitable preguntarme si estaba bien o mal dar este paso. Sobre todo por la posibilidad real de un arrepentimiento cuando ya no existiera vuelta atrás”.
Otras interrogantes venían por el lado de la identidad. Mafu fue activa militante por la Ley de Identidad de Género de Argentina, aprobada en 2012 y que, desde entonces, permite que las personas trans sean tratadas de acuerdo a su identidad autopercibida, e inscritas en sus documentos personales con el nombre y el género vivenciado. Además, esa legislación ordena que todos los tratamientos médicos de adecuación a la expresión de género sean incluidos en el Programa Médico Obligatorio.
Hasta ahora, Mafu no se autopercibe como una persona trans, aunque en parte sí. Por ello, antes de operarse, se cuestionaba si tendría que cambiar su identidad o justificar su proceso quirúrgico sencillamente por sentir que no quería más sus tetas. Todo eso y más fue desmenuzando en su cabeza.
“Al compartir el espacio de militancia por la Ley de Identidad de Género con compañeras y compañeros trans, sentí en un momento que esa ley no me incluía. Que no tenía derecho a ella. Entonces fue todo un proceso desarmar esos pensamientos para entender que, justamente, esa ley, una de las mejores del mundo, sí me incluía, porque se refiere a las identidades autopercibidas. Eso incluye los derechos que tenemos con la salud, las obras sociales y la readecuación de nuestros cuerpos. Es parte de mis derechos poder desarmarme y armarme yo misma”.
Desde antes de ese complejo proceso Mafu viene estudiando y vivenciando experiencias sobre género e identidades. “Las herramientas teóricas que más me sirvieron fueron las que elaboraron travestis como Lohana Berkins y Marlene Wayar, que comparten mucho sus vivencias. También me sirvió mucho hablar con otras personas, lesbianas trans y no binaries sobre nuestras identidades y sentires”, comenta sobre su formación.
Todo lo anterior le permitió a Mafu pertrecharse de herramientas teóricas, prácticas y hasta filosóficas para encontrar sus propias respuestas.
“Hay un revisionismo constante de las identidades. Personas que no se sienten mujer o varón en los términos en que los impone el Estado y la sociedad. Yo siento que más que ser mujer o varón, soy lesbiana”.
¿Lo del lesbianismo y lo no binario es de esas cosas que te cuestionas?
Sí. Todo el tiempo. Me pregunto si solo soy lesbiana porque me gustan las mujeres. Hay algo en mi identidad, en lo constitutivo de los procesos, que fui viviendo. Yo me fui de mi casa a los 17 años y tuve que buscar trabajo. En ese momento choqué con una realidad social y discriminatoria por el simple hecho de ser lesbiana. No fue fácil encontrar un puesto. Para ir a una entrevista laboral tenía que disfrazarme y acomodarme a los patrones femeninos del mundo laboral.
Y yo siempre fui una lesbiana con una expresión muy masculina y visible. Ser lesbiana me ha definido en mi construcción e identidad histórica. Pensando que también en mi identidad me define ser trabajadora entre otras más que puede haber. De ahí que pienso la identidad lesbiana como parte de las identidades trans y no binarias.
Capaz hubiese sido distinta mi historia si desde pequeña hubiese tenido la posibilidad de vivir la sexualidad y la identidad de manera verdaderamente libre, natural, sin prejuicios ni imposiciones sociales.
Hoy, por suerte, todo eso está cambiando en la sociedad.
“No creo que sea por suerte sino por muchas batallas que hemos dado y ganado”.
Mafu señala que es complejo detenerse a pensar en todo esto en un contexto social de opresión y pobreza. Esa es una realidad por la que atraviesan la mayoría de las personas que sienten angustia debido a una diferencia entre el género experimentado o expresado y el género asignado biopolíticamente al nacer.
“En el día a día donde tienes que sobrevivir no puedes pensar muchos aspectos de cómo quieres vivir. Milité en los sectores populares, en los lugares más pobres y en ese estrato social es difícil ponerse a pensar algunas cosas, porque el problema diario y urgente es comer. Cada día la preocupación radica en sobrevivir. Imagínate, entonces, en ese contexto, una persona con una orientación o identidad sexual diferente a la establecida. Las opciones de vida se achican. Por suerte, para revertir esa situación, hoy tenemos una cantidad de compañeras y compañeros trans, travestis y lesbianas generando programas y teorías al respecto”.
¿La operación fue tan compleja como te habías figurado?
No. Todo lo contrario. Un mes antes de que me operaran tuve varios intercambios vía WhatsApp con el cirujano, el doctor Emmanuel Manavela, que me ayudaron a sentir seguridad. El día antes de entrar al quirófano fue que nos vimos cara a cara. Y ahí me dio más seguridad. Es un cirujano estético que normalmente trabaja con espacios de varones trans. Lo hizo con tremendo amor y dedicación. Para él mi eterno agradecimiento.
¿Cómo fue al despertar, cuando te viste por primera vez como anhelabas?
“La operación duró alrededor de tres horas. Desperté de la anestesia y estaba con todas las vendas. El médico me dijo que había salido todo perfecto y preguntó si quería ver fotos de cómo había quedado. Aunque enseguida me sentí muy bien físicamente y feliz, desistí de ello porque necesitaba procesarlo. Con los días, a medida que me iban sacando las gasas (porque hay gasas que no se remueven hasta pasados los días), me fui mirando. Era lo que quería. No sentía que me faltaba nada. Después de un par de semanas, cuando me vi frente al espejo, aunque me impresionaron un poco las cicatrices (son 20 cm de cada lado) sentí seguridad y felicidad por verme al fin como quería ser. Luego, cuando pude ponerme mi ropa y ver cómo me quedaba, me encantó aún más”.
Mafu tiene entre su madre, su compañera y sus amigas una legión de personas que la quieren, la contienen y apoyan. Quizás por eso, para gritar al mundo de su decisión, publicó una foto inundada de sonrisas. En la imagen, entres sus compañeras, sentada, vendada y con los ojos chinos de felicidad, está Mafu. Sobre la instantánea escribió en su muro de Instagram:
“Me cuidan mis amigas, mis amoras. Me cuidan siempre. Me cuidan con amor. Con mucho amor. Me cuidan vulnerable, me dan de comer en la boca, me levantan, me acuestan, me bajan y suben la ropa para ir al baño. Me curan, me peinan. Hacen 300 km para venir a cuidarme. Me leen. Me cocinan rico. Me hacen reír. Me agradecen por dejarme cuidar. Yo les agradezco la vida entera por hacer de este momento tan deseado para mí un momento tan hermoso y lleno de amor. Las amo infinitamente”.
Tiempo después, cuando se miró por primera vez al espejo sin ningún vendaje, sin los puntos, su pareja fotografió ese trascendental momento. Casualmente, era 31 de marzo, día Internacional de la Visibilidad Transgénero y, particularmente en Argentina, había desparecido Tehuel de la Torre, un joven trans de 21 años. En esta oportunidad, sobre esa foto, Tehuel y la conmemoración, Mafu escribió:
“Hace poco más de un mes que estoy viviendo algunas cosas como si fueran por primera vez, aunque no sea así, aunque ya hace muchos años que camino por ahí. Hoy es el día de la visibilidad trans trava no binarie e identidades no cis (acá entra mi ser lesbiano parece, o en alguna de las anteriores, también) y lo vivo un poco así. Me resulta imposible no pensar, no pensarme, atravesarme, entre la alegría y el agradecimiento por tanta lucha a tantxs compañerxs por la Ley de Identidad de Género que me permitió siendo monotributista social acceder con mi —precaria— obra social a operarme y sentirme más cerca de quien soy, e incluso de quien también fui de niñe.
Pero también con mucha tristeza y bronca de que nos falta Tehuel y todo lo que significa que hoy nos falta unx más que salió por laburo y no volvió, que siempre nos falta unx más. Pero otra vez, somos tan pocxs cuando se trata de nosotres, Trans, Travestis, No Binaries Lesbianxs, Maricas. Estamos hartxs de que nuestras vidas no importan, ni para lxs nuestrxs.
Trabajo, vivienda, salud y educación. Derechos y vida digna para nosotres también!”.
A veces Mafu se refiere a ella misma en femenino. Otras en masculino o en un lenguaje inclusivo, como escribe sus posts en las redes sociales. También, hace tiempo, dejó de llamarse Mafalda, como figura en su documento de identidad. Ahora es Mafu Sánchez.
Por ahora no le molestan los pronombres femeninos. “Luego de la operación hay personas que, con muy buenas intenciones, no saben cómo referirse a mí. Si como chico o chica. O qué pronombre usar. Está buenísimo que, ante la duda, me pregunten y no lo den por hecho”, cuenta.
O sea, ¿la preocupación por definir un pronombre es de los demás y no tuya propia?
En parte yo tampoco cierro ese círculo de cómo denominarme. Siempre pasé por algo no binario. Que me percibieran como mujer me molestaba. Del mismo modo, a lo largo de mi vida he sentido incomodidad personal con la expresión de género femenino, con las estructuras sociales en relación a lo femenino, y así un montón de cuestiones. Es un proceso constante.
¿Habría una obligación social a definirnos con una orientación e identidad sexual específica?.
Cuando salió en Argentina la Ley de Matrimonio Igualitario, en 2010, y luego la Ley de Identidad de Género, en 2012, yo militaba dentro de esos espacios. Eso hizo que reflexionara todo el tiempo sobre mi identidad. También tenía compañeras y compañeros transiccionando, que me preguntaban si me gustaría ser varón, porque soy una lesbiana con rasgos muy masculinos. Y yo, la verdad, no lo sentía así. Sí sentía que, por ejemplo, las tetas me molestaban y que, de no tenerlas, quizás me sentiría mejor. Entonces yo tenía apenas 19 años y muy pocas herramientas sobre el tema. Conocía a tres o cuatro varones transexuales. No había todas las opciones y el empoderamiento que hoy tenemos.
Esa cicatrices se resignifican. Son como las huellas de la libertad de poder elegir ser tú misma. Es resiliencia. En esa reorientación y en tu vida ¿cuánto influyó el feminismo?
Yo los denomino como “los feminismos”. Varios de esos feminismos me han contenido y hasta cambiado la vida. Por un lado, tengo una militancia dentro de los feminismos más disidentes en términos de las disidencias sexuales. Y, por otro, también vengo de algo más amplio, como una militancia dentro del campo del feminismo popular que, muchas veces, es bastante binario. Esos donde la centralidad no está puesta en las disidencias sexuales.
Aunque nunca deje de lado mi identidad lesbiana y toque el tema, la problemática que nos junta y por la que militamos es por ser mujer y pobres. Ahora entendemos que no somos todas lo mismo y que no hay que abandonar esas luchas. Siento que cada vez confío más en esos espacios feministas para transformar el mundo.
¿Qué ves cuando te ves?, como dice la canción.
Me veo como siempre quise ser. Feliz. Es la sensación física que siempre imaginé. Ahora me despierto y siento orgullo personal por la decisión que tomé.
Si te dijeran: pide un deseo.
Que llegue el verano para ir a la playa. El mar es mi paisaje favorito. Y ahora ya no tengo que ponerme más bikinis.
Ojalá sea en Cuba
Ay, sería un sueño cumplido.