Por mi columna de la semana pasada una joven historiadora intentaba hacerme notar algo que, de alguna manera, ya conocía: la historia de Cuba no es la historia de una estación, pero una estación, en este caso el verano, ha determinado muchos rasgos de nuestra historia. Estoy casi convencido, aunque no manejaba ninguna tesis seria en aquel texto.
Apenas quería hacer pensar, y recordar que muchas fechas importantes para la cultura cubana coinciden con esta época. Entre las que argumenté a ella y repito hoy están dos que suceden en el mes de agosto, ese momento del año cuando todo es luz y calor. Ambas tienen que ver con escritores: el nacimiento de Virgilio Piñera (el 4) y la muerte de José Lezama Lima (el 9).
Ambos escritores, como se sabe, están unidos por la poesía, la escritura, la cultura y el hecho fundacional de varias revistas literarias; algunas de ellas verdaderos hitos en la historia cultural de Cuba, tal cual sucede con Orígenes. Parece haber sido una amistad como cualquiera; con altos y bajos, con idas y vueltas, con desencuentros que marcaba el carácter humano de los dos. Pese a eso, algo más potente y raigal los mantuvo unidos hasta el final de sus vidas.
Esa compenetración puede apreciarse en su obra, en momentos de sus vidas y es posible rastrearla en cartas. Miraba un libro de correspondencia y volvía a reparar en la relación entre los dos. Se trata de Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta, publicado por Unión en 2011. El libro es una compilación de cartas escritas entre 1932 y 1978, justo un año antes de la muerte del dramaturgo, nacido en Cárdenas en 1912, autor de obras capitales como Electra Garrigó o Aire Frío.
Lezama (La Habana, 19 de diciembre de 1910) había fallecido en 1976 y sobre su deceso con 65 años cuenta Piñera por carta a su amigo Humberto Rodríguez Tomeu, que vive en Buenos Aires, ciudad donde él mismo radicó tantos años, donde tantas alegrías y tristezas tuvo porque muchas veces la circunstancia le pegaba fuerte. Escribe:
“Todo comenzó con una trivial cistitis y unas décimas de fiebre; al día siguiente la fiebre había aumentado, pero cesó con el consiguiente tratamiento, así como la cistitis. Pero el médico ordenó su traslado al pabellón Borges del Calixto García, para allí hacer todas las investigaciones médicas. Entonces sobrevino una neumonía, un paro cardiaco y Lezama falleció sobre las dos de la madrugada del 8 al 9 de agosto. Se hizo todo lo humanamente —y mucho más— por salvarlo, pero no fue posible.”
También él iba camino a los 65, estaba bastante bien de salud, pero sumamente cansado. Escribía sobre una vieja máquina de escribir, en un departamento frente al teatro América, vivía de las traducciones, del dinero que le deja la publicación de alguna de sus obras, reitera: “He luchado mucho y estoy cansado de luchar”.
Treinta años antes, Piñera le escribía a Lezama desde Buenos Aires después de haber llegado por primera vez a la ciudad. Atrás quedaba el periodo turbulento, el enfrentamiento público, una disputa legendaria. Piñera recuerda sus “clásicas oposiciones”, mas se impone la amistad.
Le hablaba de Orígenes, de Buenos Aires, de la situación cultural que aquí le parecía, al contrario de lo que sucedía en La Habana, con una vida cultural organizada, con “política intelectual” y “editoriales”, donde existe la “profesión de escritor”. Virgilio quiere que Lezama le cuente de él, de su obra, de La habana y se despide enviando siempre “su inalterable cariño”.
Recomienda libros, anota observaciones sobre este o aquel escritor, advierte detalles meteorológicos como si fuera un infante: “Nosotros comenzamos ahora el calor y ustedes el frío”; realiza apuntes existencialistas como que se escribe para morir, pero también para comer.
No se incluyen las cartas de Lezama en esta compilación publicada en Cuba para el centenario de Piñera, pero se pueden advertir algunos detalles de la conexión del dramaturgo con su entorno, y que, en palabras de Roberto Pérez León en el prólogo, “con Lezama la glotonería por la mágica interrogación de los actos encuentra ganancias para ciclos de creación”.
Acosado por las carencias; del agua que faltaba, que debía cargar en recipientes; de productos tan simples como un pijama o un cepillo de dientes, cuyo regalo desde el extranjero le hacen tener verdaderos brotes de entusiasmo, Piñera recuerda que “a todo ser humano pueden faltarle virtudes, que serían compensadas por otras que poseyera. Pero la virtud de ser agradecido, esa tiene que poseerla”.
Agradecimiento habría en los versos que dedica a Lezama después de saberlo muerto; y, más que eso, encuentra uno la admiración por aquel igual, compañero que al acrecentar su talento, obligaba a todos a propulsar el suyo no en una competencia, sino en lo que fuera un momento de alta claridad: Por un plazo que no pude señalar/ me llevas la ventaja de tu muerte:/ lo mismo que en la vida, fue tu suerte/ llegar primero. Yo, en segundo lugar.
“Piensa en el estado en el que me ha sumido esa muerte, que además de ser un aviso —no al lector, sino al escritor— es todo un desgarramiento”, escribió Virgilio Piñera a su amigo Humberto Rodríguez Tomeu, a propósito de la muerte del otro.
Cuando los escritores viven, pocos son los que comprenden el significado de sus vidas, lo que representan para la sociedad y la cultura de su época. Nadie -salvo excepciones- las entiende. O si las entiende las rechaza, porque las obras que escriben son vistas con recelo, criticadas y hasta censuradas. Será así porque uno de los vicios más arraigados del ser humano es el de juzgar sin llegar a entender. Esas vidas están condenadas a desaparecer para que podamos descubrir, poco a poco, su significado, y todo lo que un país pierde, desde el punto de vista cultural y humano, con su partida. No hace mucho leí una edición póstuma de los cuentos inéditos de Piñera, “Muecas para escribientes” , y me admiró el talento narrativo mostrado por este escritor a una edad en que otros comienzan a perderlo. Hay mucha calidad y diversidad en esa colección, pero destaco uno de los cuentos más hermosos del volumen, titulado “El talismán”, que me trajo a la memoria el film “Stalker” de Tarkovsky. Digo que me lo recordó, no que Piñera se inspirara en el tema del film. Piñera muere en 1979, el mismo año en que el soviético terminó el rodaje de su película, que Virgilio no conoció. Resulta evidente que el genio literario de Piñera se adelantó al genio cinematográfico al de Takovski, como se adelantó al teatro del absurdo con obras como “Electra Garrigó”.