La calle Tejadillo no es la más célebre de La Habana, tampoco la de más glamour. Y, sin embargo, siglos después de su trazado original, sigue siendo una importante arteria del centro histórico habanero, parte indisoluble de la memoria de la capital cubana.
Testigo de la evolución citadina desde los tiempos de la ciudad colonial intramuros, Tejadillo se extiende desde la esquina de San Ignacio, frente al pórtico del Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio hasta el Museo Nacional de Bellas Artes, en la calle Monserrate, allí donde antes estuvieron los paredones de la muralla y luego el Mercado de Colón, popularmente conocido por Plaza del Polvorín.
Su nombre, según se cuenta, se debe a un tejadillo que existía en el lugar en el siglo XVII, el único entre todas las casas de la zona, que por entonces eran de guano. Por ello pasó a ser conocida como “Calle del Tejadillo”.
Luego, tendría otras denominaciones, como “Calle del Conde de Ibáñez”, quien vivió en la segunda mitad del siglo XIX en la casa que hace esquina a la calle Cuba, y ya en 1928 el Ayuntamiento la llamaría “Lola Tió”, en homenaje a la poetisa homónima. Sin embargo, los años y la tradición se encargarían de restituirle su nombre actual.
Aunque en sus primeros tiempos Tejadillo fue habitada por gente pobre, su privilegiada ubicación la convertiría después una reconocida arteria de la ciudad, con grandes residencias e importantes edificios, y con vecinos tan ilustres como el notable educador José de la Luz y Caballero, el doctor Tomás Romay y el primer historiador de la ciudad, Emilio Roig de Leuchsenring. También en ella el abogado, y luego líder revolucionario Fidel Castro, tendría su primer bufete.
Hoy, Tejadillo no es ciertamente lo que era. El tiempo ha dejado su huella en su entorno y arquitectura, y muchas de sus antiguas y elegantes casas son ahora residencias multifamiliares con serios problemas construcctivos y de otra índole, como sus redes hidráulicas y el abasto de agua, una dificultad crónica para muchos de sus vecinos.
Aun cuando está cerca de edificaciones patrimoniales y el circuito turístico, Tejadillo muestra un rostro humilde, popular, y su banda sonora es, aun en medio de la pandemia, la propia del trasiego diario, los pregones de los vendedores ambulantes, la música de moda a todo volumen, el golpe sobre la mesa de las fichas del dominó.
Así transita esta emblemática calle el año 21 del siglo XXI, como vivo reflejo de La Habana histórica y, a la vez, profunda; de sus grandezas y sus dolores, de sus memorias y su supervivencia cotidiana. De lo que fue y lo que es.
No se ha cuidado nuestro patrimonio como es debido. El único artífice lo fue Leal, el resto,, en general, mediocre y sin mucha cultura y sensibilidad. Duele mucho, pero se debe aprender de errores. Ojalá así sea