Hace algunos meses conversaba con Javier Rodríguez, de Extraño Corazón, sobre el nuevo disco de la banda, la escena del rock cubano y la historia de su ya histórica alineación. En su casa, colindante con el Malecón, que servía de refugio a la bohemia habanera de los 90, Javier me compartió decenas de anécdotas bañadas en alcohol, rock and roll y madrugadas.
En ese arsenal de memorias, el guitarrista y compositor guarda una noche llena de magia, cuando cantó junto a Manuel Camejo en un apagón en medio de los años más crudos del Período Especial: “No se me olvida cuando Manuel Camejo estaba cantando nuestro tema “Cristal al caer” en medio de un apagón. Fue impresionante. Son cosas que no olvido. He pensado comunicarme con Camejo para hacer algo a piano y rememorar esa etapa tan hermosa para todos. Ese fue el inicio de Extraño Corazón”.
Javier nunca llegó a comunicarse con Camejo para volver a vivir esa época. La llamada, sin embargo, la tenía pendiente con la seguridad de que su amigo estaría ahí siempre del otro lado del teléfono. El músico tenía unos apuntes en un viejo block de notas que le recordaban a cada rato comunicarse con su colega.
Ya ambos no podrán reencontrarse. Manuel Camejo acaba de morir en Miami por COVID-19, en uno de esos giros de la naturaleza y de la vida que nadie espera. Su muerte a los 54 años ha descolado a la escena cubana de rock y a la música en general. Los amigos, seguidores y especialistas se han unido en cualquier parte del mundo, por encima de cualquier diferencia, en el pesar y la sorpresa por la partida de un artista que llevó el rock cubano a una dimensión que se desconocía.
Camejo ingresó al rock cubano por la puerta que dejó abierta la Nueva Trova. Durante los años 90 se sumó a las filas de Arte Vivo y después fundó el dúo Pulsos, con el músico Ricardo Álvarez. Grabaron “un muy buen disco”, según consideraciones del crítico Joaquín Borges Triana, pero el fonograma nunca llegó a editarse. Luego se fueron a Alemania y armaron Frecuencia Mod, hasta que Camejo decidió radicarse en Miami, donde se mantuvo en el mundo de la música grabando y colaborando con decenas de artistas de distintas manifestaciones.
De Manuel Camejo se ha escrito muy poco en los medios cubanos. No obstante, especialistas como Joaquín Borges Triana y Humberto Manduley sí han logrado sortear las barreras para publicar durante diferentes etapas de sus vidas profesionales textos que han puesto en valor el relevante legado de Camejo y de esa escudería histórica de la música cubana —por sus aportes sonoros y letras—, que fue Arte Vivo.
En los últimos tiempos hemos sido testigos, con pena y dolor, de pérdidas irreparables para la música y la cultura en general de la Isla. Pero hay dos músicos que, tras su partida, han suscitado ese poderoso sentimiento que une a todos los cubanos, aunque sea en la fugacidad de un momento. El primero de ellos fue Santiago Feliú, y ahora Manuel Camejo. Al menos esa es la sensación que me embarga tras leer decenas de mensajes en las redes sociales de muchos cubanos radicados en Cuba, Estados Unidos, España o en cualquier otro país.
He leído incluso que artistas que no se hablaban hace años se han vuelto a comunicar tras ver recuerdos compartidos en Facebook por algún amigo en común con Manuel Camejo. Es imposible mencionar los nombres de todos los que han pasado revista a sus memorias junto al cantante y compositor, quien es uno de los más grandes de la escena del rock de Cuba. En su obra, Camejo dejó varias canciones de ribetes autobiográficos. No se pueden leer de otra manera, por ejemplo, temas como “Espíritu Libre”, que compuso con toda esa libertad que le imprimía a la música y que la música le devolvía. Se entregaba de tal forma que la música parecía ser el único territorio en el que durante varios años pudo ser realmente libre.
La gran mayoría de los cubanos no conoce a Manuel Camejo o nunca ha escuchado hablar de su carrera, sin embargo, en una época lo tuvieron muy cerca cada día durante la trasmisión de la famosa aventura televisiva “Shiralad”, todo un clásico en Cuba. Con la interpretación del tema “Dueño de la luz” compuesto por Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán, logró situarse en el refugio emocional de la memoria de varias generaciones de adolescentes y jóvenes cubanos. Quizá casi ninguno supo que la banda sonora estaba definida por la personalidad de Camejo, pero hoy pueden ponerle rostro y nombre a aquellos recuerdos que conforman nuestros fragmentos como generación.
La obra de Camejo no puede circunscribirse, no obstante, a una etapa o momento específico, porque abarcó varias épocas y se extendió a distintas ramas del arte. Fue un músico completo, un artista que no tuvo fronteras y que entendía su carrera en la música como un destino totalmente en expansión: como un destino en busca de la luz.