Proviene de una familia santiaguera vivamente interesada en el arte y las humanidades. Su padre, Horacio Maggi, fue pintor, diseñador de muebles y de interiores, caricaturista, docente en “San Alejandro” y en la Escuela Nacional de Diseño.
Por parte de madre, Rosalía Hollands, abundan los músicos y los catedráticos en diferentes especialidades.
Es sobrina de la reconocida profesora Beatriz Maggi y prima de la diseñadora Maggie Holand. Por sólo dar algunos detalles.
Horacio, su padre, estudiaba Ingeniería en Minas en Estados Unidos. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial se alistó, junto a sus condiscípulos, en el ejército americano. Pasó la conflagración en Europa, en una unidad de zapadores. Durante un permiso, viajó a Santiago de Cuba, y allí lo sorprendió el fin de la contienda y el amor, pues conoció a Rosalía, quien sería madre de sus seis hijos.
La pareja se radicó en Nueva York, pues Horacio pensaba que era la ciudad ideal para comenzar su carrera como artista. También en la “gran manzana” nació Jacqueline, artista notable por su versatilidad y por el equilibrio que presentan sus obras, entre la densidad del concepto y el empaque visual.
Con ella conversamos.
¿Cuándo viajaste a La Habana por primera vez?
Si bien nací en New York, en 1948, Cuba es mía, como lo es de todos los cubanos. No recuerdo nada de aquellos días neoyorquinos, solo quedan historias y fotos. En aquel apartamentico de Chelsea convivimos mi padre, mi madre y yo con el estudio y los materiales de arte con que mi padre trabajaba como diseñador arquitectónico y de interiores. Algo se me debió impregnar que no me dejaría nunca. Hogar y estudio siempre han estado juntos en lo adelante, y donde quiera que he vivido, y hasta el día de hoy, no los he podido separar. Tenía yo poco más de dos años cuando la familia decidió regresar a La Habana, así que mis primeras memorias son las de La Habana de los años 1950, siempre cerca del mar.
Soy cubana porque el lugar y las circunstancias de un nacimiento son hechos fortuitos. Nadie o casi nadie en la comunidad artística cubana e internacional sabe que nací en Chelsea, todos me reconocen como cubana, no como “yuma”.
Aquí (en Cuba) estudiaste y luego fuiste docente, te integraste a la vida cultural del país. ¿Cómo fue la experiencia de aprendizaje?
Mi padre fue mi primer maestro: técnicas, trabajo y pasión. Y en su estudio pasé muchos de los mejores momentos de mi infancia y juventud. Mientras crecía, tuve sueños de ser arquitecta, diseñadora de interiores e ilustradora de libros infantiles. Terminé el preuniversitario y fui directo a la Escuela Nacional de Diseño (que precedió al ISDI) para cursar la especialidad de Gráfica. Me gradué en 1972 y empecé a trabajar de ilustradora en la Editorial Pueblo y Educación. Pero en 1976 se creó el ISA, y se inició otra etapa. Me matriculé en 1977 en el curso para trabajadores, en la especialidad de Grabado, de la que no sabía nada y aprendí mucho.
Fueron años intensos, en que hacía malabares: matrimonio, maternidad; trabajando en la editorial y corriendo al Instituto Superior de Arte (ISA), al Taller Experimental de Gráfica, aprendiendo otra vez, nuevos colegas, en el hervidero que era aquel espacio tan inspirador. Fueron los tiempos de integrarme a la dinámica de las Artes Plásticas, de participar en muchas exposiciones nacionales e internacionales y de ganar premios.
Y entonces, otro ciclo empieza. Decidí dejar la ilustración y empezar la docencia en la Escuela Nacional de Arte (ENA). Nunca en mis propósitos estuvo enseñar, pero la docencia ha llegado a ocupar gran parte de mi vida, hasta hoy. Estuve enseñando grabado en la ENA por 10 años, de 1982 a 1992, y lo disfruté, sobre todo por los intercambios con aquella juventud que venía con grandes ilusiones y deseos de aprender, de discutir ideas y transformar al país desde el arte. Tratábamos de hacer de todo en medio de muchas escaseces.
En mi aula, de la puerta hacia adentro, lo menos que enseñaba era grabado, porque yo misma me cuestionaba los límites entre las manifestaciones y la necesidad de superarlos. Hablábamos de literatura, de los temas que les interesaban a los estudiantes, de lo que veíamos, de transgredir manifestaciones… De esos años son justamente mis primeras instalaciones, donde convierto a las matrices de mis grabados en esculturas y espacios tridimensionales. Algunos críticos han dicho que fui pionera en ello, no sé. Estoy feliz de seguir a muchos de mis alumnos, como Alexandre Arrechea, Dagoberto y Fernandito Rodríguez. Me alegra saber de sus vidas, celebro sus triunfos. Sigo junto a ellos en muchos sentidos.
Toda mi vida se vincula a Cuba, mi formación, mis compañeros de estudio, colegas artistas, mi familia, relaciones amorosas, y esto es lo que ha marcado mi identidad.
¿Mantienes vínculos con Cuba?
Mantengo todo tipo de vínculo con Cuba: con los de mi generación que han ido quedando allá (cada vez son menos), con mis familiares, con muchos jóvenes artistas que viven en la Isla y que se mueven por el mundo produciendo desde cualquier latitud; con colegas de la comunidad intelectual que igualmente viven allí y viajan por todas partes; con el arte que se produce en la Isla o fuera de ella; con los espacios netamente cubanos y con el mar que, lejos de separarnos como Isla, nos une con el mundo. Voy a La Habana a menudo, tanto como puedo. Aunque nunca me he ido, porque Cuba no es una latitud geográfica sino un estado de ánimo. El que no entienda eso seguirá viviendo en un gueto cultural y, penosamente, en una sola dimensión ideológica.
¿Cómo fue tu inserción en la sociedad estadounidense?
Gradual, progresiva. Partí de cero. Tenía la ventaja de ser estadounidense, pero con la desventaja del déficit de algo que no se enseñaba en las escuelas de artes en Cuba: cómo lidiar, ubicarse y sobrevivir en la vorágine del mercado del arte.
Este proceso comenzó en 1993. Lo peor fue dejar por un tiempo a mi hija, nietos y familia en Cuba. Pero estuve alternando aquí y allá, lo que hacía mi existencia menos dolorosa. Tenía muchos familiares en New York, y Jadite Gallery, de NY, comenzó a exponer mi obra por varios años. Pero, a mediados de los años 90 otro nuevo momento sobrevino: hice mi última exposición personal en Galería Habana, en 1999, y me instalé en Washington, D.C. Las cuatro estaciones te enseñan las virtudes y la necesidad de los cambios y de la regeneración.
En el 2000 vuelvo a la labor docente gracias a la invitación que me hizo Peggy Cooper Cafritz, la gran promotora cultural, coleccionista y activista estadounidense, quien conoció mi trabajo durante una visita a La Habana en 1999, y me propuso ser profesora en la Duke Ellington School of the Arts de Washington, D.C., de la que ella fue fundadora. Y tengo que decir que eso también se lo debo al prestigio de la educación artística en Cuba, a mi experiencia de trabajo con mis alumnos cubanos y a mi propio trabajo, desarrollado en Cuba.
La Duke Ellington es una prestigiosa escuela, similar a lo que fue la ENA, con la misma convivencia enriquecedora entre manifestaciones: Teatro, Literatura, Danza, Artes Visuales, Música, y que detecta y desarrolla el talento de jóvenes pertenecientes a minorías y grupos sociales que por otras vías no hubieran podido alcanzar la preparación artística e insertarse en el mainstream estadounidense, como efectivamente lo han hecho. Muchos han sido mis alumnos y hoy son figuras actuantes que me enorgullecen. Sigo siendo parte del staff académico de la escuela.
Sabemos que la identidad es una construcción, suma de varias identidades. ¿Cómo has construido la tuya?
Soy la misma cubana de siempre, solo con más caminos andados, vericuetos descubiertos: soy mis herramientas. Las penas y las alegrías, los amores y desamores, los descubrimientos, las ideas compartidas o no. Soy madre, abuela, maestra, hacedora y siempre aprendiz. Estoy satisfecha de sentirme multiplicada en mis alumnos de aquí y de allá, y hasta en mi nieta, que se acaba de graduar de su carrera de Arte en New York. Es como volver a la semilla.
¿Sueñas con La Habana?
No la sueño, pero la pienso, y duele. Quiero una mejor Cuba para todos los cubanos y me apunto para lograrlo.
¿Cómo definir tu poética?
Aprendí a hacer con mis manos lo que pudiera, con lo que tuviera y donde la vida me llevara, y así seguiré. Y te diría que no grito, más bien susurro.
Durante años me he movido entre varias técnicas y materiales. Grabado, escultura, dibujo, textiles, instalaciones… A veces creo pequeñas obras, y otras de gran formato, con color o sin colores. Rara vez aparece la figura humana, porque está implícita.
Pero lo más importante son los temas que me han obsesionado a través de todos estos años: la trascendencia de lo simple, de lo cotidiano. Aunque a primera vista parezcan temas “light”, insisto en mi incapacidad para lidiar con el entorno doméstico, con las frustraciones y los clichés de género. Una primera mirada a mis obras, desde finales de los años 80, cuando realicé algunas de exposiciones de formato enteramente instalativo, ya atrapaban por la cualidad de la manufactura, la familiaridad de los temas y por la delicadeza aparente de los objetos; pero vistas con detenimiento, son un resumen de mis inconformidades, que logro exorcizar a través de la rudeza de los materiales, o la violencia que implica el trabajo artesanal al manipularlos.
Y como Flaubert, digo: “Uno no escoge sus temas, los padece”.
La última vez que vi tu trabajo de forma presencial fue en 1991. Me refiero a la muestra Cambio de estación, en el Castillo de la Real Fuerza de La Habana. De ese modo, me resulta muy difícil tener una visión de conjunto de tu trabajo. ¿Puedes trazar un itinerario, describirnos las distintas etapas de tu obra. ¿Desarrollas series temáticas? ¿En esas series combinas distintas disciplinas, como dibujo, pintura, escultura, instalacionismo?
En mi obra ha habido grandes y pequeños saltos. Estuve haciendo casi exclusivamente grabados por 10 años. Obtuve una beca de grabado por seis meses en París, en Atelier 17 de S.W. Hayter, un afamado y prestigioso taller. París y el Atelier fueron un vuelco. Cuando regresé a Cuba, hice grabado muy esporádicamente. Empezó entonces el período de la talla en madera, una serie casi infinita a la que retorno siempre.
Después de la exposición personal en el Castillo de la Fuerza, que titulé Cambio de estación, vinieron tiempos de hacer varias exposiciones personales en España y New York, con esculturas en madera, instalaciones, dibujos y pinturas.
Y entonces, de nuevo, mi última exposición en Cuba en 1999, Ajuares, en Galería Habana, también con esculturas en ébano e instalaciones que incluyen xilografías.
Los temas cotidianos persisten por muchos años. Después de un tiempo aquí, en Washington, D.C., tuve la oportunidad de volver a ser “estudiante”, y fascinarme con nuevos materiales y sus técnicas: metales, cerámica, textiles, y también mayores formatos. Me mata la curiosidad y disfruto los procesos.
¿Cuál es la temática de la colección Refugio, elaborada entre el 2019 y el 2020?
Mis primeros “Refugios”, los hice cuando llegué a Washington, D.C. Son ladrillos de construcción reusados que encuentro en cualquier sitio y que son realmente duros, difíciles de intervenir. La necesidad de amparo, de un techo seguro y permanente en Cuba me había golpeado tanto que quizás aquellos ladrillos encontrados me hicieron creer que empezaba a poner mi primera piedra de lo que sería mi casa.
Pero la verdadera serie la comencé en el 2019 y ya no trataba solamente de mí, sino de aquella enorme y trágica migración que se desató a través del Mediterráneo y en tantísimos lugares más, hasta el día de hoy. Retomé el tema de esa necesidad tan básica y ancestral de la búsqueda de seguridad. Yendo más allá del significado literal: ¡Refugio significa tantas cosas más! Ahora recuerdo las palabras del Maestro: “Hijo: Espantado de todo…”
Veo que tu última exposición, en Washington, D.C., es de 2003. ¿Por qué no has vuelto a mostrar tu trabajo individualmente?
Creo que hay un tiempo para todo. Es bueno tener exposiciones personales, tienen sus propósitos y beneficios, de reconocimiento y comercialización. Durante estos últimos tiempos he preferido ser más discreta y me he mantenido exponiendo en muestras colectivas temáticas. Sostengo un trabajo sistemático de exposiciones con el Washington Sculptor’s Group, que reúne escultores de Washington, D.C., Maryland y Virginia. También he expuesto en Miami, en La Habana —en el evento Detrás del Muro II—, y siempre con el Estudio Figueroa-Vives, con el cual trabajo desde hace más de 20 años, y que mantiene el conocimiento actualizado de mi obra desde La Habana. También he realizado aquí (Estados Unidos) esculturas para comisiones de arte público, residencias privadas y escuelas. Creo que ya es tiempo de volver a una próxima (exposición) personal. Les avisaré.
¿En qué proyectos te encuentras enfrascada en estos momentos?
Estoy en un momento de reconsideraciones, de un nuevo “cambio de estación”. Los años te hacen poner la vista más allá, lejos de uno mismo y de los temas cotidianos, y atiendes más a las penurias y bellezas de nuestro herido planeta y de su gente. Creo que por ahí van mis nuevos caminos.
Excelente entrevista. Artista extraordinaria!