La historia de los misteriosos incidentes de salud reportados por diplomáticos norteamericanos en Cuba y otras partes del mundo parece ser el cuento de nunca acabar. Cinco años después de los primeros casos documentados, el enigma continúa, mientras el mapa de los insólitos hechos se ha extendido a naciones de Europa, Asia e, incluso, a los propios Estados Unidos.
Las teorías sobre lo sucedido son disímiles y, en algunos casos, contradictorias, sin que la ciencia haya podido decir por ahora su última palabra. Las investigaciones realizadas no han dado hasta la fecha con pruebas concluyentes sobre la causa de los incidentes ni ―si los hubiera― sobre sus posibles responsables, mientras la bola de nieve no ha dejado de crecer alimentada por hipótesis y especulaciones.
Desde que salieron a la luz los reportes iniciales, divulgados por la Administración Trump en 2017 como punta de lanza de su cruzada particular contra la Isla, los medios de prensa han hecho su agosto, saltando de una teoría a otra y dando forma a una narrativa que, a estas alturas, es asumida como válida por buena parte de su audiencia y enarbolada por políticos estadounidenses para poner en la mira ―una vez más― a némesis tradicionales como Cuba y Rusia, y ganar puntos (votos) con ello.
Esa narrativa, que rápidamente enfocó las dolencias reportadas como consecuencia de “ataques” deliberados, no tardó en desencadenar una crisis entre Washington y La Habana, que puso en mínimos la representación diplomática y paralizó los trámites consulares de Estados Unidos en la Isla, dio pie a la expulsión de funcionarios cubanos de territorio estadounidense, calentó la retórica de lado y lado, y sirvió como detonante al drástico retroceso de las relaciones bilaterales y las sucesivas sanciones del gobierno de Trump a Cuba.
Lo que en un principio funcionarios y medios consideraron resultado de “ataques sónicos” ha transitado desde entonces por diversas explicaciones como causa de una colección de síntomas que incluye mareos, náuseas, pérdida de la audición, migraña, lesiones cerebrales, ansiedad y fatiga, entre otros. Tales síntomas, aunque no descritos como un conjunto homogéneo en todos los presuntos afectados, han sido reunidos bajo la etiqueta “Síndrome de La Habana”, de indiscutible efecto mediático y nombrada así por el primer sitio donde se reportaron los extraños incidentes.
Las microondas ―y, sobre todo, una posible arma con esta tecnología― son las victimarias más mencionadas en los últimos tiempos, incluso manejadas a fines de 2020 como el “mecanismo más plausible” en un informe de las Academias de Ciencia de Estados Unidos, el que, no obstante, reconocía que “toda causa posible queda dentro de un contexto especulativo”. Algo que podría decirse, al menos de momento, del resto de las teorías.
En cualquier caso, ya son más de 200 los estadounidenses ―además de un grupo de diplomáticos de Canadá― los que han reportado una presunta afectación con la misteriosa dolencia, y recién este miércoles el secretario de Defensa Lloyd Austin pidió en una carta a sus efectivos informar sobre síntomas y eventos sospechosos que pudieran estar relacionados con el supuesto síndrome y alejarse de inmediato del lugar donde los experimentaron.
La respuesta de Cuba
Desde que se destapó la caja de Pandora de los incidentes de salud, el gobierno cubano ha negado enfáticamente cualquier implicación de la Isla en los hechos y han reiterado que los señalamientos al país caribeño por parte políticos y funcionarios estadounidenses carecen de bases científicas y están “políticamente motivados”. Además, ha cuestionado que los síntomas reportados sean consecuencia de agresión alguna e, incluso ―apoyado en la opinión de expertos propios y foráneos―, que lo documentado se trate de una única dolencia.
De igual forma, las autoridades de la Isla han abogado por la colaboración internacional ―y, en particular, con Estados Unidos― en aras de resolver el enigma, y han lamentado la imposibilidad de acceder a las personas afectadas y a pruebas que los estadounidenses se han reservado para sus propias investigaciones.
Aun con estas limitaciones, los especialistas cubanos han realizado sus propios estudios en el terreno y análisis a partir de las evidencias y datos conocidos y el intercambio con científicos de diversos países. Y, aunque sin tener tampoco una respuesta concluyente, han rebatido las teorías que apuntan a posibles ataques contra los diplomáticos en La Habana ―realizados, permitidos o desconocidos por la mayor de las Antillas― y han sido partidarios de considerar otras hipótesis referidas a factores psicológicos, histeria colectiva, condiciones clínicas prexistentes y neurotoxinas, entre otras.
El más reciente capítulo de la respuesta cubana es el informe técnico de un comité de expertos de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC) dado a conocer esta semana. El documento, elaborado por especialistas de diversas ramas científicas ―como la neurofisiología, la biofísica, la bioingeniería, la otorrinolaringología, la epidemiología, la toxicología, la psicología y la psiquiatría, entre otras―, está basado en las investigaciones realizadas en la Isla y el análisis de todo lo publicado y debatido sobre el tema hasta el momento y persigue desmontar la narrativa del “síndrome misterioso”.
Aunque reconocen carecer de “información crítica” ―en alusión a datos y testimonios en poder de Estados Unidos a los que no han tenido acceso―, los expertos de la Isla aseguran ofrecer en su informe “interpretaciones plausibles que se ajustan a los hechos disponibles mejor que el relato del ‘síndrome del misterio’”, y concluyen que dicha narrativa no debe ser aceptada como una “verdad establecida” pues “no es científicamente aceptable en ninguno de sus componentes” y “solo ha sobrevivido debido a un uso sesgado de la ciencia”, en el que “se han suprimido los puntos de vista discrepantes y se han seleccionado las pruebas publicadas para reforzar la narrativa”.
Los especialistas de Cuba no niegan que funcionarios estadounidenses y sus familiares pudieran haberse sentido enfermos mientras estaban ubicados en La Habana, y se solidarizan con ellos, pero no apoyan que lo ocurrido sea consecuencia de ataques o síndromes desconocidos, teorías amplificadas por los medios y algunos políticos. Afirman que los propios informes científicos y oficiales de Estados Unidos descartan “la mayoría de las afirmaciones que aparentemente apoyan la narrativa” y llaman a “encontrar explicaciones más sencillas y menos esotéricas para acercarnos a la verdad”.
“Dado que reconocemos que hay personas que se ha sentido enferma, creemos que es éticamente imperativo disipar las teorías conspirativas descabelladas y la atribución errónea de los síntomas a explicaciones que desafían las leyes de la física”, aseveran los expertos cubanos en las conclusiones de su informe, en las que dicen estar dispuestos a revisar sus planteamientos “si surgen nuevas pruebas” e invitan “a que se hagan los esfuerzos para refutar sus interpretaciones en un clima de colaboración científica abierta”.
La refutación cubana en seis puntos
De acuerdo con los expertos de la Isla, la narrativa predominante en torno al llamado “Síndrome de La Habana” asume que los síntomas y eventos descritos han sido causados por “ataques con algún arma de energía no identificada”. Esta perspectiva, aseguran, se basa en seis afirmaciones “no verificadas” y concatenadas entre sí. Ellas son:
1- Un síndrome novedoso con síntomas y signos centrales compartidos está presente en los empleados afectados.
2- Es posible detectar en estos empleados daños cerebrales originados durante su estancia en La Habana.
3- Existe una fuente de energía dirigida que podría afectar a los cerebros de las personas desde grandes distancias tras traspasar las barreras físicas de los hogares o las habitaciones de hotel.
4- Es realizable y está identificada un arma capaz de generar dicho agente físico.
5- Se descubrieron pruebas de que se produjo un ataque.
6- Las pruebas disponibles descartan explicaciones médicas alternativas.
Cada una de estas afirmaciones es refutada por los especialistas cubanos, a partir del análisis de los datos, estudios y publicaciones en su poder. Aunque desarrollados con más amplitud en el cuerpo del informe, los argumentos de los científicos son sintetizados en sus conclusiones, y como tal se los ofrecemos a continuación.
Acuerdan compensación financiera para víctimas del supuesto “Síndrome de La Habana”
Acerca de la primera afirmación de la narrativa, el comité de expertos de la ACC concluyó que “es posible que algunos empleados estadounidenses mientras estaban destinados en La Habana se sintieran enfermos debido a una colección heterogénea de afecciones médicas, algunas preexistentes antes de ir a Cuba ―por ejemplo, traumatismos de oído debidos al servicio militar―, y otras adquiridas por causas comunes como enfermedades relacionadas con la edad, traumatismos craneales debidos a actividades deportivas y estrés, entre otras muchas posibilidades”.
Así, en su criterio, “un conjunto heterogéneo de personas atribuyó erróneamente sus síntomas a una causa externa común”, una idea ―la de un conjunto no homogéneo de casos― que, dicen, también está implícita en informes publicados al respecto por los Centros de Control de Enfermedades (C.D.C. por sus siglas en inglés), los Institutos Nacionales de Salud (N.I.H.) y las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM) de los Estados Unidos.
Sobre el segundo punto, afirman que “solo una minoría de estos casos presenta disfunciones cerebrales notables, la mayoría debidas a condiciones pre-existentes a su estancia en La Habana ―causadas por enfermedades naturalmente adquiridas y prevalentes o por traumatismos craneales―, y otras debidas a los trastornos neurológicos funcionales antes mencionados”.
Tal argumento lo apoyan en el hecho de que “la comunidad científica internacional y el informe de las NASEM descartan la mayor parte de las pruebas presentadas para afirmar la existencia de daños cerebrales generalizados en los empleados estadounidenses”, al tiempo que señalan que “otras enfermedades prevalentes en la población general pueden explicar la mayoría de los síntomas”.
En cuanto al posible uso de una fuente de energía dirigida desde largas distancias, los especialistas cubanos aseveran que “ninguna forma de energía conocida puede causar selectivamente daños cerebrales ―con una precisión similar a un haz de láser― en las condiciones descritas para los supuestos incidentes de La Habana”. “Las leyes de la física que rigen el sonido, los ultrasonidos, los infrasonidos o las ondas de radiofrecuencia (incluidas las microondas), señalan, no lo permiten, como han reconocido los expertos estadounidenses e internacionales”.
Al respecto apuntan que “estas formas de energía no podrían haber dañado los cerebros sin ser sentidas u oídas por otros, sin perturbar los dispositivos electrónicos en el caso de las microondas, o sin producir otras lesiones, como la rotura de los tímpanos o las quemaduras en la piel”.
Acuerdan compensación financiera para víctimas del supuesto “Síndrome de La Habana”
Muy relacionado con lo anterior, sobre la cuarta afirmación que refutan los expertos aseguran que “aunque existen armas que utilizan el sonido para dispersar a las multitudes, o microondas para desactivar los drones”, estas “son de gran tamaño y no hay posibilidad de que pasen desapercibidas, o dejen rastro, si se hubiesen desplegado en La Habana”. Además, añaden, “no pueden producir los efectos selectivos de personas descritos en los supuestos incidentes”.
Sobre la posible existencia de pruebas de que las personas afectadas han sido víctimas de una agresión deliberada, el comité de la ACC confirma que “ni la Policía Cubana, ni el F.B.I., ni la Real Policía Montada de Canadá, han descubierto pruebas de ‘ataques’ a diplomáticos en La Habana a pesar de las intensas investigaciones. Mientras, sostiene que “no es posible descartar las explicaciones psicogénicas y tóxicas de muchos síntomas en algunos casos sin más investigación” y explica que “en concreto, todas las condiciones para la propagación psicógena del malestar estaban presentes en este episodio”.
Sobre esta última impugnación, la del sexto punto de la narrativa del “síndrome misterioso”, los investigadores cubanos ejemplifican lo que puede haber sucedido a través de un escenario en el que inicialmente, y “por la razón que sea”, algunos individuos creyeron que estaban siendo “atacados” por “armas sónicas”. A partir de ese punto, señalan, se puede haber creado “un entorno que fomentó la amplificación de los síntomas y su atribución errónea a causas improbables, junto con una propagación psicógena de la preocupación y el desarrollo de trastornos neurológicos funcionales”.
Dicho entorno, analizan, puede haberse sostenido gracias a factores como “una respuesta médica inicial inadecuada, el respaldo oficial inicial del gobierno estadounidense a una teoría de ‘ataque’ y la cobertura sensacionalista de los medios de comunicación, entre otras causas”.
A partir de todo lo anterior, la ACC rechaza el que se acepte como un axioma que se hayan producido atentados en la capital cubana, causantes de las afecciones reportadas por los funcionarios norteamericanos, y, en consecuencia, afirma que “es hora de replantearse la narrativa” sobre estos hechos. Además, “reitera su disposición a colaborar con las NASEM y con cualquier otra contraparte estadounidense o internacional, con el objetivo de comprender mejor los incidentes de salud de los diplomáticos y sus familias en La Habana o en cualquier otro lugar”.
Sin embargo, más allá de la validez de los planteamientos de los científicos cubanos y su voluntad colaborativa en aras de “aliviar el sufrimiento de las personas afectadas”, su informe técnico no aspira a ser el capítulo conclusivo de esta historia. Nuevas investigaciones, hipótesis y debates podrían asomar en el horizonte en los próximos meses en busca de descifrar el enigma de los misteriosos incidentes, los que, por demás, han trascendido ya las fronteras cubanas. La saga, por tanto, promete continuar.