Con este maravilloso juego de palabras que da título a la novela, Daína Chaviano nos presenta una historia irreverente, realista y mágica, cubanísima y, por tanto, sensual, melancólica y humorística —ya, suave con los adjetivos, que esto no es la faja del libro.
La novela es un paseo por la mentalidad cubana del Periodo Especial —estirada como chicle amargo hasta el sol de hoy—, es un libro necesario para entender el proceso histórico de Cuba en los años 90 del siglo pasado, pero desde el punto de vista más honesto y resentido, que es el de sus ciudadanos, y sin mediaciones estatales que filtren, disfracen y opaquen la realidad, de ahí que pertenezca a una serie de libros a los que su autora, Daína, tituló La Habana oculta, y a la que pertenecen también los títulos Gata encerrada, Casa de juegos, El hombre, la hembra y el hambre, La isla de los amores infinitos, y por último Los hijos de la Diosa Huracán, en ese mismo orden cronológico —para quien quiera leer la serie completa.
Quizás para los que hemos vivido esos capítulos de la historia el recordatorio sea pesado, pero hay obras de ficción que existen para contarle al futuro el cómo fue de un tiempo histórico concreto: esta novela es uno de esos libros de estudio. Además, la forma de decir de Daína es amena, contiene varios narradores que aportan dinamismo, y la historia está entretenida e intrigante porque quieres saber en qué van a parar los personajes y los espíritus que aquí coexisten.
Los protagonistas son personas graduadas de la universidad que han tenido que dejar de lado sus títulos para hacer oficios que les ayuden a sobrevivir. Es palpable cómo se establece la mascarada oficialista y los que no sepan jugar “con careta” se van quedando como los “indeseables” que, a la postre, tienen que asumir alguna máscara, porque todo el país se volvió un teatro tragicómico; más bien absurdo.
«A Marx le hubiera encantado vivir en este lugar. Seguramente habría encontrado nuevas implicaciones filosóficas para ampliar sus teorías sobre el materialismo histórico.» También cuenta el cómo la pirámide se fue invirtiendo hasta dejar de ser pirámide y volverse… no sé… esta cosa… El ritmo que tiene no decae y el cinismo es de alta costura con piedras preciosas.
Este relato plasma la realidad sin tapujos al punto de sonar pesimista y triste, pues, aunque narra a lo cubano, con alguna que otra jarana, habla de un tiempo deprimente, ese crudo Periodo Especial que aún parece interminable: «(…) ¿qué harías tú si esto fuera distinto? La incógnita de mi generación (…) Si todo cambiara, me iría a Egipto y cavaría entre las patas de la Esfinge para ver qué hay en esa cámara misteriosa que no acaban de abrir y que, según Edgar Cayce, esconde secretos que cambiarán la historia, para ver si es cierto eso que dicen de Cuba, que recogió el karma que dejaron los atlantes y por eso estamos como estamos hasta que terminemos de pagarlo todo; pero que si nos portamos bien, algún día la isla se convertirá en un paraíso.»
Pero, ¿es todo realismo y miseria?
Para nada, hay presencia de lo paranormal, por lo tanto es realismo mágico, y esas intervenciones paranormales son súper entretenidas, sensuales, intrigantes, un poco espeluznantes a veces, otras son como clases de historia y cúmulos de curiosidades que en conjunto dan mejor cuerpo a la novela, todo a través de las visiones de Claudia, historiadora del arte despedida por condenar la venta “ilegal” de las obras de arte del museo por parte de los directivos del gobierno, novia de un artesano que ha caído preso por vender artesanías —enriquecimiento ilícito, posesión de dólares, ¿se acuerdan de esas ridiculeces? Qué vergüenza—y eventual traductora para editoriales deprimidas por la crisis… y de pronto también prostituta, porque tiene un hijo que alimentar en tiempos de difícil acceso a la decencia humana; dígase comida, aseo y… ¡Todo!
También está Úrsula, que es monja, pero mantiene oculta su capacidad de ver a los muertos. Ambas son amigas de la infancia que tenían visiones de espíritus y comparten a Muba, una negra conga que las asiste. De pronto aparece Onororio, el espíritu de un mulato achinado que había sido proxeneta y delincuente, y trae una especie de mal presagio. A este consorcio espiritual se une una alemana canonizada, Hildegard, y algún que otro viaje al pasado, siglos atrás, en pequeños trances que te dejan sin saber si quisieras que te pasara algo parecido. Entre los vivos está Rubén, que dejó su título de ingeniero para ser carnicero y robarle al gobierno y a las cuotas del pueblo para vivir bien y que tiene un interés romántico con Claudia. Amiga de la protagonista principal y de la monja está también Nubia, una “jinetera en toda regla”.
El personaje de Aquiles, el gay amigo de Claudia, viene a aportar un poco de perspectiva diversa a la historia. Si bien juega el papel medio humorístico cliché, es una realidad que la idiosincrasia cubana, cuando se une con la homosexualidad flamboyante, crea personalidades explosivas y un tanto carroceras. Además, la historia fue escrita en otra época, al menos dio visibilidad y plasmó sentimientos reales en el personaje, así que no logró un mimo.
La cubanía que desprende esta novela es más potente que cualquier consigna, tiene tela por dónde cortar para tejer todo un estudio socioeconómico, cultural y político.
También vale decir que las voces de las mujeres predominan en la narración. Cuando los hombres hablan se siente bien verosímil con todos esos términos que se usan en la calle para remarcar “masculinidad”.
El título suena como… erótico, ¿no?
Con esta novela, Chaviano también fue pionera en el tratamiento del tema de la prostitución en los años 90 del pasado siglo en Cuba, con la crisis económica en su apogeo, los sinsentidos abusadores del gobierno y la policía y las visitas de extranjeros.
Lo plantea desde varios puntos de vista bien objetivos, aunque el de la protagonista sea el más existencial:« ¿Putear o no putear? He aquí el dilema. ¡Y pensar que íbamos a acabar con las lacras del viejo imperio! Pero nada salió como esperamos. Ahora todos venden su alma al diablo o al mejor postor con tal de conseguir un jabón o un viaje al extranjero. No importa el fin ni los medios; no importa si el acuerdo se hace entre sábanas o en un bar. Hay quienes se acuestan a cambio de un bisté; y los hay que entregan informes a cambio de una casa, de un auto o de que se les permita cobrar sus derechos de autor en dólares. El cambio de los factores no altera el producto. La fórmula para prostituirse es siempre la misma, y no todos los putos de este mundo terminan en una cama.»
«Hay sol bueno y mar de espuma y arena fina, y las cubanas salen a estrenar sus ropas regaladas por los turistas», junto a esta parodia de Los zapaticos de rosa, de José Martí, asumo que rompió el termómetro de los censores, que a mi entender muy personal es en nuestro contexto el premio mayor, pues no hay en Cuba autor más leído que el prohibido, esas obras censuradas se trafican y disfrazan para ser leídas, se procuran con un morbo similar al de las películas pornográficas protagonizadas por una ex compañera de la secundaria, o el conocido que “se fue” y ahora trabaja en la industria del sexo.
«El mundo en lugar de ayudarnos, se ha vuelto cómplice. Nos han dejado solos con nuestra hambre y nuestro espíritu (…) Cada cubano es una novela diferente.» Estas dos frases que he unido, denotan más o menos los pilares en los que se sostiene la trama de la novela; ciudadanos que se sienten desprotegidos quieren salir adelante y encuentran diferentes visiones y soluciones, dígase dejar sus títulos y doctas profesiones para dedicarse a la prostitución, al negocio, al invento, cosa de “sobrevivir” en un sistema que hace lo indecible y lo inconfesable por tapar la realidad más que por cambiarla, aquí radica el gran valor de este libro, que es todo un testimonio y a la vez una celebración de la cubanía más pura, esa que se formó entre las raíces africanas y las españolas, en conjunto con otras influencias.
¿Tiene alguna actualidad?
El fragmento que ofrezco a continuación posee un nivel de actualidad para nada alentador: «La tienda abría cada mediodía, pero las colas empezaban desde las seis de la mañana. Los precios eran caros, pero el hambre los superaba. Poco a poco, el horario de las colas se fue adelantando. Había que llegar a las cinco de la madrugada, después a las cuatro y media, después a las tres… Se establecieron turnos familiares. Por ejemplo, el padre podía llegar a las dos de la mañana y, a eso de las ocho, ser relevado por un hijo, que a su vez era sustituido por la madre, media hora antes de que los policías —revólver al cinto— abrieran la gruesa cadena para permitir que la gente fuera entrando en grupos de a veinte, de a treinta, o como a ellos les diera la gana.»
Ahora es cuando me hablas de la parte del hambre que se menciona en el título…
El hambre del hombre y la hembra es física y es espiritual. Se habla de las crisis de fe y sus mutaciones, con esa necesidad tan humana de creer en algo.
De la parte espiritual-mística ya he hablado, ahora, en lo físico, erótico aparte —maravillosa la escena de sexo con un espíritu contra la pared de una iglesia en pleno carnaval, por cierto— Daína menciona, describe y enseña a hacer los “platos” que conformaron la “necesaria” o más bien desesperada solución a la ilógica carencia de alimentos en el país; la mayúscula cagástrofe culinaria cubana de inicios de los años 90 del pasado siglo —sin permiso de H. Zumbado tomo prestado su maravilloso término: cagástrofe—: estamos hablando del mítico bistec de toronja y el de frazada de piso, el picadillo de cáscara de plátano: «Existen otras delicias por el estilo, todas ellas igualmente folclóricas y típicas del país. Es una lástima que no se las muestren a los turistas.»
Se auxilia de diálogos quejicas y humorísticos, y un pequeño apartado la mar de tragicómico bajo el subtítulo Donde se revelan ciertos secretos culinarios.
También habla de esas cosas buenas que se perdieron: la eterna melancolía del cubano, una vez más, relacionada con la desmejorada alimentación: «La situación había empeorado. El agobiante calor, la irritación social y las epidemias por desnutrición, eran el pan de cada día. Pero todo esto ocurría, como siempre, sotto voce. De cualquier manera, y de algún modo, la gente seguía viviendo», este fragmento está escrito en pasado, pero, muy a mi/nuestro pesar, se lee en presente.
Sorprendente desenlace —No puedo hacer spoiler, ya bastante he regalado—.
El hombre, la hembra y el hambre es un tour por la fístula que va del estómago al cerebro de los cubanos “de a pie”, y entiéndase al estómago como también ese órgano que recibe o percibe la mayoría de los impulsos nerviosos; dígase miedo, susto, ansiedad, desazón, alegría, asco, tensión sexual. El hombre y la hembra es la amplitud del efecto del mismo proceso tanto en los hombres como en las mujeres, cuyas voces son también los narradores, cada sexo desde su abismo.
Háblame de la autora
Daína Chaviano es una escritora cubana que desde el año 1991 vive en Los Estados Unidos, ganadora de varios premios literarios importantes tanto en Cuba como en el extranjero, y está considerada una de las tres escritoras más importantes de la literatura fantástica y de ciencia ficción en lengua española, junto con Angélica Gorodischer de Argentina y Elia Barceló de España, con quienes integra la llamada “trinidad femenina de la ciencia ficción en Hispanoamérica” —siempre doy las gracias a Google—.
En La Habana fue la primera en fundar un taller literario de ciencia ficción al que llamó “Oscar Hurtado”, en honor al que inició esa corriente dentro de la Isla.
En Cuba publicó varios libros de ciencia ficción y alcanzó el respeto y la admiración de lectores y crítica —hay muchos libros suyos de los años 80 en las librerías de uso habaneras—. Luego de irse del país amplió sus temáticas y tocó temas más tradicionales con igual magisterio y reconocimiento.
Fue la primera autora de habla hispana en ser invitada ¡y de honor! al 25º Congreso Internacional del Arte Fantástico, en 2004, que es el mayor evento académico del mundo dedicado a la literatura y al arte de ciencia ficción y fantasía que se celebra anualmente en Estados Unidos.
La novela que me dio El Librazo esta semana fue ganadora del Premio Azorín en el año 1998, y créanme, es una maravilla.
La grandeza de Daína Chaviano es más fuerte que los poderes y ahí está, aumentando su lista de títulos publicados y ganando más admiradores cada vez. Yo la sigo en Instagram, y con la cabeza ahora golpeada por su Librazo, elevo una copa imaginaria —que el alcohol está muy caro ahora mismo, ni que esto fuera Egipto— y brindo por y para su salud y sus éxitos.
me funciono muchisimo…….