Hacia 1939, Albert Camus intentó publicar un artículo sobre la libertad de prensa en un diario argelino del cual era jefe de redacción. Un artículo con el que, más que leer, yo me autoflagelo cada vez que noto en mí evidentes signos de debilidad. Dice Camus: “Uno de los buenos preceptos de una auténtica filosofía es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un hecho que ya no puede ser evitado. En Francia, hoy en día, la cuestión ya no es saber cómo preservar la libertad de prensa, sino buscar cómo, ante la supresión de estas libertades, un periodista puede seguir siendo libre. El problema ya no le interesa a la colectividad, sino que concierne al individuo.”
Lo que sigue es obvio. Donde dice Francia pongamos Cuba, y donde dice 1939 pongamos 2014, incluso 2015. A mí me atrae sobremanera -pero supongo que cualquiera puede decir lo mismo- el tema de mi libertad como periodista. Y me interesa, entendida la lección, no seguir quejándome. Cero lamentación inútil (como, por ejemplo, decir que el periodismo cubano no sirve) ante un hecho que no puede ser evitado (el hecho de que el periodismo cubano, efectivamente, no sirva). Sin embargo, hay algo que me irrita de un modo puntual, y solo por intentar explicarme lo mejor posible, y de una buena vez, esa irritación, me voy a permitir volver sobre el tragicómico tema de la prensa cubana. Ya Camus se encargará de castigarme nuevamente.
Cada dos o tres meses hay un periodista que, sea a través de becas gestionadas personalmente o como enviado especial de los medios estatales, sale del país y decide luego pedir asilo político. Algunos, y estos son los que me interesan, llegan a declarar en entrevistas que tomaron la decisión porque el gobierno no les permitió ejercer su oficio con decoro. Otros, más entusiastas, explican con lujo de detalles la política editorial de los periódicos o las emisoras de radio para las que trabajaban, y se explayan sobre las censuras a las que fueron sometidos.
Estas declaraciones y entrevistas, naturalmente, siempre tienen lugar en Miami. A nadie más en el mundo le interesa lo que pueda suceder o lo que haya sucedido con un periodista cubano. De hecho, el mundo probablemente se asombraría de que exista algo como el periodismo cubano, no digamos ya de que existan sus periodistas. Y a Miami le interesa, sobre todo, los periodistas cuya fuga suene más espectacular, aquellos que ocuparon algún tipo de cargo administrativo, aquellos que ascendieron más prontamente en la cadena de mando militar de las redacciones cubanas, aquellos que fueron más asiduos en la Mesa Redonda o en la columna de opinión de Granma, aquellos cuya hoja de vida pueda demostrar con mayor contundencia cómo huyen del sistema incluso hasta los más devotos fieles.
O sea, posiblemente todos los periodistas cubanos que terminan en los canales de televisión de Miami comentando sus experiencias previas en Cuba, perorando sobre cuán infelices eran y demás, fueron hasta ayer mismo algunos de los voceros más arduos de la prensa estatal, los muchachos más disciplinados y dóciles, los que más asintieron y tragaron, los que más alto escalaron y más carrera hicieron en el entorno que ahora repudian. Los que aceptaron su puesto con vítores y no con resignación, o con estricta normalidad.
¿Qué sucede verdaderamente con ellos? ¿Es como una suerte de epifanía? ¿Será realmente que un día se despiertan y de golpe descubren cuán indecoroso es seguir haciendo lo que hasta hoy habían hecho sin chistar? ¿Necesitaron tantos años en un medio de prensa, repetir cientos de veces la misma cantinela, viajar a varios países, para percatarse de ello? No es algo, sospecho, que tome demasiado esfuerzo. No es el Principio de Incertidumbre lo que está en juego, sino la dignidad (esa palabra me da cosa, pero este es su momento) más elemental. Que el periodismo nacional se cuece en un tornillo de banco, y que llamarlo periodismo es un acto de extrema generosidad y autocomplacencia, es algo de lo que podemos percatarnos bien temprano, incluso antes de graduarnos. Yo no soy especialmente avispado, y creo que ya a la altura de tercer o cuarto año finalmente me convencí, lo cual venía siendo algo tarde (lo había olvidado, pero hay otra cosa que también me irrita mucho, y son los estudiantes que sin presión alguna, sin que nadie los haya mandado, por alcahuetería, por comodidad y por esa contagiosa espontaneidad tan propia en los modositos, colaboran con los medios no para imponer su voz, sino para adaptarse con obediencia al status quo, y solo por el placer de ganarse una palmada en el hombro, una firma en el impreso o una cámara en el noticiero).
No menciono nombres no porque crea en el precepto ético nuestro que impide o que ve mal señalar con el dedo. No señalo con el dedo porque esto está lejos de convertirse en una de nuestras habituales cacerías de brujas, y porque no es un problema de individuos, sino sistémico: cómo está estructurado, jerarquizado, centralizado el modelo de prensa cubano, y su sociedad en general. De algún modo, el estado de cosas merece que asientan en sus narices y que luego, ganada su confianza, se la dejen en los callos. Recuerdo a través de Tom Wolfe aquella idea de McLuhan donde decía que la indignación confiere dignidad al necio. No digo que muchos de estos sujetos no sean a la larga ordinarios oportunistas, pero lo eran desde aquí, no hacía falta que se fueran a Miami a confesar para que lo supiéramos.
En otro momento, yo hubiera resuelto el asunto de un plumazo, pero conozco más de un periodista que tuvo que abandonar el puesto en una delegación oficial, o después de haber ganado una beca como profesor universitario, y que están a años luz del oportunismo. De algunos, como Damián Averhoff (y aquí sí me permito mencionar), guardo un grato recuerdo. Otros, como Juan Orlando Pérez, son centrales en mi vida. En Cuba, ninguno de ellos se subió nunca a ningún carro de fuego (al contrario, JO escribió, donde pudo y cuando pudo, las mejores crónicas de los últimos veinticinco años). Fuera de Cuba, ninguno intentó hacer carrera como garganta profunda.
Hay algo penoso en los periodistas que deciden emigrar y luego o no guardan absoluto silencio o no se dedican, ya de plano, a hacer periodismo y punto, sin bulla. Hay algo retorcido en los que llegan y hablan sin pudor y sin asomo de conciencia sobre sus carreras como jefes de redacción o como analistas de la agricultura o como lo que en definitiva fueran. Para colmo, no asumen nunca, ni siquiera por astucia, una pequeña dosis de culpa individual. Y ese es el otro gran mal de la prensa cubana. La increíble propensión a reconocernos como víctimas.
Sin embargo, los periodistas que yo conozco que trabajan en medios estatales, y que sí merecen respeto profesional (algunos son amistades y más que respeto me inspiran amor), son los que menos se lamentan y los que viven su condición en perenne conflicto. Pagando un precio por ello. Si emigraran, tal como ya han hecho algunos, no irían nunca a prestar declaraciones del tres por cuatro, y, por otra parte, sus declaraciones tampoco interesarían a nadie, porque se han encargado de no ocupar puestos demasiado relevantes.
Es fácil saber que los que anuncian sus intenciones mienten, porque si realmente desearan ejercer la profesión que el gobierno les impide, no hubieran desembarcado en el único lugar -las televisoras o la prensa de Miami- donde les van a impedir exactamente lo mismo que les impide el gobierno. Para salvar algo, si es que algo queda por salvar, los periodistas cubanos debiéramos irnos todos, caminando y en penitencia, a un sitio donde nadie nos quiera, repitiendo para nuestros adentros, como una letanía, aquella joya de Groucho Marx: “Yo no puedo pertenecer a un club que acepta de miembro a un tipo como yo.”
Ahora si carajo. Este tipo de periodismo, amigo, es el que esperamos de usted. Y tiene razón, o por lo menos creo que la tiene. Saludos
Coincido contigo Carlos, no soporto ver a esos periodistas pidiendo limosnas en las televisoras de Miami, siguiéndole el juego a quienes también se aprovechan del absurdo conflicto de las dos orillas.
Aquí nadie tiene una pistola en la nuca para hacer periodismo, es muy fácil pedir la baja en un medio de prensa y dedicarse a otra cosa que le reporte más dinero. Claro que en esta profesión la catarsis es un lugar común inevitable, pero siempre hay una salida. Pero no puedes obviar que no todos pueden dedicarse a la vida bohemia y a ganarse sus CUC como colaboradores de Oncuba, o de otros sitios: quizás por falta de competencias intelectuales, quizás porque no quieren buscarse un rollo con sus medios de prensa, pero como ya dije siempre existe otra salida. Esos también merecen ser respetados, porque aunque a veces digan verdades a medias, tratan de mejorar la situación actual “por un pequeño puñado de CUP”, y yo diría que tienen más impacto que tus escritos (que por cierto están muy bien redactados) porque se imprimen en medios estatales, que al final son a los que tiene acceso el 95 por ciento de los cubanos, a diferencia un sitio como Oncuba que ni siquiera es .cu y que no es más que un sitio que busca congraciarse con los miamenses. El ser periodista en Cuba, implica un compromiso con los de aquí, estás dispuesto a aceptar ese reto?.
Con perdón del autor este articulo es una soberana muestra de hipocresía, el cinismo del autor en este articulo no tiene limites. En este el autor reconoce que los periodistas pasan un sinfín de dificultades en su intento de actuar como verdaderos periodistas, pero critica que cuando estos logran escapar de esa pesadilla entonces hablen mal del sistema. Algo así como un -Calladito de vez mas bonito-. De este articulo se induce que todos los que van a ser periodistas son todos unos cínicos doble-moral que saben a lo que se van a enfrentar y por tanto no deberían criticarlo después. Por tanto no se piensa ni por un momento que hay muchachos idealistas que entran a la carrera pensando en que podrán servir a la divulgación de la información de manera real y que después ven destruidos los mejores a’nos de su vida por la maquina de moler carne y al salir tienen todo el derecho de expresar su frustración aunque sea para que los que vengan detrás sepan de eso o para presionar a los dirigentes a que cambien las cosas. Para el autor las cosas están bien por son y lo mas digno es quedarse callados, una bonita forma de luchar por la verdad.
Grucho Marx escribio un reportaje comiquisimo sobre el crack financiero de 1929
Es por ahí, muchacho. Ahora si. Es por ahí.
Cierto! En Cuba lo que tenemos es una escasez de huevos increíble. Bravo Carlos
Bien muy bien … soy periodista en el extranjero, de los que jamás fue jefe de nada, por eso no lo entrevistaron en ninguna parte. Ahora enseño periodismo y soy el profe diferente… Excelente reflexion.
Carlos. NO ENTIENDO, Tu donde vives en CUBA o fuiste de los que ya emigraron… AL FINAL DESPUES DE HABER LEIDO TU COMENTARIO; ME QUEDA UNA PROFUNDA DUDA; ESTAS TRATANDO DE SACAR A FLOTE UNA MENTIRA O UNA VERDAD SOBRE LA MANIPULACION Y LA IDEOLOGIZACION DEL PERIODISMO EN LA ISLA O LOS ESTAS DEFENDIENDO AL ACUSAR A LOS COLEGAS QUE CRUZARON EL CHARCO…??? YO NO ESTUDIE PERIODISMO EN CUBA COMO TU, PERO SI FUI A LA UNIVERSIDAD; Y POR LAS CLASES DE FILOSOFIA Y DIALECTICA QUE RECIBI; QUEDE CLARO DE UNA COSA; LA VERDAD ES RELATIVA NO ABSOLUTA; Y LA LIBERTAD DE PRENSA DE UN LADO Y DEL OTRO ES UNA EFIMERA PERCEPCION DISTORCIONADA DE LA REALIDAD… NO EXISTE EN REALIDAD Y LA MANIPULACION DE TUS COLEGAS Y LA TUYA PROPIA VA A EXISTIR SIEMPRE…
Es increíble. El daño que el totalitarismo fidelista ha producido en la creación del hombre nuevo(?) es tan enorme que Usted ha escrito un artículo de 1325 palabras criticando más al ser humano que al sistema que lo deforma con el único fin de decir que en la prensa escrita y televisiva de Miami no existe libertad de prensa y acotando que es “…el único lugar…”. Es increíble.
No todos son periodistas y no todos hacen declaraciones públicas, pero conozco al tipo de personajes del que hablas. Esos disciplinados, aparentemente integrados, que nunca se buscan un problema ni dicen una palabra más alta que otra, y luego, fuera, son los críticos más vocales, con una intolerancia y una agresividad que uno pensaría que aquí habían sido perseguidos y no unos acomodados. Pioneritos les llamo yo. Pioneritos aquí y pioneritos allá. Siempre saludando la bandera (la que sea) y repitiendo la verdad que más convenga.