Fue un viaje sin retorno desde el que inicia su relato la musicógrafa Rosa Marquetti Torres en Celia en Cuba (1935-1962), su recién publicado libro biográfico dedicado a una parte fundamental y poco conocida de la vida de “La Guarachera de Cuba”.
Se trata de una historia que abarca desde que llegó al mundo como hija de Ollita y Simón, hasta que vio por última vez “el sol de Cuba brillar en ese cielo”, como la propia Celia contaría en sus memorias.
“Ese día se cerraba el ciclo originario en una de las carreras más relevantes y exitosas que haya tenido jamás una cantante cubana”, escribe Marquetti Torres en las primeras páginas del volumen, disponible en Amazon bajo el sello de Desmemoriados Project.
Después de su salida de Cuba, durante el siguiente año y medio, Celia Cruz comprobaría que su música y su arte podrían crecer en Estados Unidos; inmediatamente sería invitada a dar conciertos en importantes escenarios de ese país, con mucho éxito.
Se abría una gran puerta allí, mientras que Cuba, donde recién había triunfado la Revolución, representaba muchas nuevas incertidumbres para quienes hacían brillar el espectáculo y la noche en cabarets y salones de baile.
El desenlace de esta etapa sin duda fue la muerte de su madre en La Habana y la imposibilidad de regresar a Cuba a acompañarla, asunto al que Marquetti Torres dedica indagación. Estos hechos terminaron por decidir su destino.
La “Reina de la Salsa”, esta mujer nacida en Santos Suárez y velada en la apoteosis del cariño en la catedral de St. Patrick de Nueva York, maestra de formación y la voz femenina más reconocida de la música cubana en el resto del mundo, sigue siendo, sin embargo, una referencia por descubrir para muchos cubanos en la Isla. Seguimos lejos de Celia.
La disputa política marcó su vida y la nuestra. En su epílogo, Marquetti Torres reconoce que al estar “a merced de los pensamientos y tendencias más intransigentes de las dos fuerzas contendientes en el conflicto nacional cubano, su gran lucha interior la llevará, de una parte, a manifestar, del mejor modo que supo, su patriotismo, su sentido de pertenencia y amor por Cuba (…). De otra parte, a capear de la mejor manera que pudo —no siempre acertada, no siempre eficaz y me atrevería a decir que no siempre sincera— la intolerancia de quienes en ambas orillas se movían más por intereses políticos…”
Sumadas sus vidas, dentro y fuera de su patria querida, Celia se convirtió “en referente universal de la música cubana y en inspiración para las mujeres latinas y afrodescendientes, como ideal de superación personal, esfuerzo y triunfo.”
¿Cuándo y por qué comenzaste esta investigación? ¿Qué te convenció de que debías hacer un libro como este sobre Celia en estos tiempos que vivimos?
Conoces mi línea de trabajo a partir de mi blog Desmemoriados – Historias de la Música Cubana: lo que persigo es vencer la desmemoria y dejar informaciones y valoraciones lo más correctas posible en el ámbito digital, a donde varias generaciones acuden ya como fuente principal.
Aunque existen varios libros sobre Celia, ninguno está firmado por un cubano, ninguno publicado en Cuba, lo que puede constituir una deuda con quien es la figura femenina más importante y universalmente trascendente de la música cubana.
Era necesaria nuestra mirada, la de los cubanos, y era y es necesario trascender el ostracismo a que Celia ha estado condenada en su país de nacimiento. Por ello, en enero de 2018 comencé esta investigación.
¿Por qué elegiste abarcar exclusivamente el período cubano?
Es lo menos conocido en su carrera, lo menos estudiado, de lo que menos se ha escrito. Las razones pueden ser varias. Ella misma evitaba profundizar en sus años en Cuba, y se limitaba a enfatizar esencialmente su trabajo con La Sonora Matancera. Pero era preciso ahondar en su etapa formativa, donde se originó, desarrolló y consolidó una de las carreras más impactantes que haya tenido una cantante o un músico cubano.
Era necesario no solo exponer, sino probar y desmontar los mantras que circulan, según los cuales a Celia Cruz la hicieron Johnny Pacheco y Fania Records. Yo quería exponer y demostrar que cuando Celia llega a Nueva York ya era una de las cantantes más completas, famosas y respetadas; profeta en su propio país.
Explicas en tu libro dos facetas de la vida de Celia Cruz que el común de los cubanos desconocemos o del que tenemos una imagen distorsionada: la primera es el ascenso de Celia en su carrera dentro de Cuba y cómo es ya una estrella musical antes de salir del país, con todo lo que ello significó para una mujer joven negra en un mundo dominado por hombres.
El concepto del triunfo profesional y su concreción en Celia Cruz tiene un significado importantísimo como legado. Hay pocos ejemplos de una mujer negra que haya salido de los estratos más empobrecidos de la sociedad y por sí misma haya conquistado reconocimiento y respeto en una sociedad profundamente patriarcal y clasista.
Pienso que, más allá de su talento y simpatía innatos, en Celia confluyen y se desarrollan rasgos de su personalidad como la constancia, la disciplina, la sagacidad y el sentido de la oportunidad. A su favor, el hecho de que el apoyo familiar —su madre Ollita y su tía Ana— le infundió una fuerte seguridad en sí misma, y la certeza de que, con talento y perseverancia, la aceptación y el triunfo eran posibles.
Debió lidiar con muchos demonios corpóreos: los géneros que asumió eran mayoritariamente de hombres en la década del 40, cuando ella se inicia profesionalmente.
En las grabaciones que se conservan de esos años, se observa una fuerte influencia de cantantes como Orlando Guerra “Cascarita”, o Miguelito Valdés, en el fraseo, las improvisaciones, apoyaturas textuales, etc. Esto es algo que Celia supo trascender rápidamente en busca de un estilo propio.
Era tan de hombres aquel ambiente de los conjuntos, que el propio dueño de Seeco Records se negó a grabar a Celia con fines comerciales, aduciendo que las mujeres no vendían discos. Solo la fuerte insistencia en defender a Celia por parte de Rogelio Martínez, director de La Sonora Matancera, hizo posible que el americano cambiara de opinión.
En sus primeras semanas de debut con La Sonora Matancera, en las actuaciones en vivo Celia fue rechazada por el público, que prefería a la puertorriqueña antecesora —y blanca— Myrta Silva; pero nada la amilanó. Ella continuó su camino de superación y perseverancia y en poco tiempo el público llegó a adorarla.
Al llegar a Estados Unidos, ya tenía en Cuba una carrera triunfal, de amplio reconocimiento. Ese proceso de crecimiento personal y artístico, y de afianzamiento de valores, donde transcurrió fue en Cuba.
Creo que un segundo descubrimiento para los lectores será conocer y comprender el contexto en que Celia se va de Cuba, por razones que no fueron estrictamente políticas, contrario a lo que se suele pensar…
Lo político está en todo, lo marca todo. Pero sí, es preciso decir que cuando el 15 de julio de 1960 Celia sube al avión con los demás integrantes de La Sonora Matancera a México, no iba consciente y deliberadamente “para quedarse” o “al exilio”.
Ni ella ni casi nadie pensaba que en 1960 se iba de Cuba para siempre, no les pasaba por la cabeza la idea de que nunca más podrían regresar. Aún vivimos muchos que recordamos que entonces era común escuchar entre los afectados por las medidas implementadas por la naciente Revolución, que “los americanos no permitirían por mucho tiempo un Gobierno como éste en Cuba.”
Me interesaba abordar este momento en el libro, la rápida escalada de la beligerancia entre Cuba y Estados Unidos; el impacto de las primeras medidas del Gobierno revolucionario y las causas del pánico que llevó a salir de Cuba o no regresar a miles de personas que trabajaban en el espectáculo y el showbusiness. Era una industria sustentada por el juego y regentada por la mafia italoamericana, y estaba siendo desmontada y enajenada de su concepción y esencia.
En Celia, la decisión de permanecer fuera de Cuba y exiliarse vino poco después de su salida. Como muchas figuras de diverso calado en el panorama musical cubano, no podía entender las medidas del recién estrenado Gobierno, ni sus consecuencias.
Celia Cruz es, como afirmas, la más universal de las intérpretes cubanas. Un ícono que se completó fuera de Cuba y que, sin embargo, nos representa tanto… ¿Cómo explicas que eso tan cubano en ella pudiera seguir creciendo, expandiéndose fuera de la isla? Tantos músicos han dicho a veces que sin el público cubano cerca no podrían haber realizado su obra…
La autenticidad es la única explicación posible. El acendrado sentido de pertenencia que cristaliza en el arte, en una canción, en un ritmo, en un género musical, en un modo de cantar y bailar, es algo que, a mi juicio, no está presente de igual modo en generaciones posteriores, más expuestas a las interinfluencias, a los efectos de vivir en un mundo globalizado y con acceso permanente al mayor espectro informativo que se haya visto jamás.
Por otra parte, a veces pensamos que ese público solo está en la isla, y no es tan así. Celia vivió para ver cómo su público crecía y se nutría cada vez más de nuevas generaciones de cubanos que decidieron vivir —y algunas nacieron— en otros países. Celia —y así lo destaco en el libro— le cantó más a Cuba en los años que vivió fuera de ella.
Si estudias su repertorio, podrías concluir que sentía la necesidad de reafirmar su cubanidad, su cubanía, el orgullo por sus raíces; cosa que reivindicó en cada escenario en que cantó.
Trabajadora, constante, tenaz, consagrada… Creo que estos rasgos caracterizan la personalidad de Celia. ¿Por qué otras razones es admirable esta mujer que has llegado a conocer como pocos?
Entrevisté a muchas personas que la conocieron, a varias mujeres que fueron sus amigas y compañeras de profesión. Todas, sin excepción, expresaron sentimientos de admiración y cariño profundo hacia ella. Me llamó la atención esto, en particular, sabiendo lo competitivo que es el ámbito artístico y los sentimientos encontrados que el éxito ajeno puede provocar.
Todas esas personas hicieron referencia a su sencillez, un rasgo que la fama y el éxito económico conquistados no cambiaron en lo más mínimo; su capacidad de solidaridad, su apoyo irrestricto a su familia, estuviera donde estuviera.
Celia era maestra normalista, graduada en la Escuela Normal para Maestros de La Habana. Allí desarrolló su inteligencia y su apego a la lectura.
Era simpática, ocurrente, con un sentido del humor muy cubano, pero fina.
Muchos de los que la conocieron afirman que la Celia del escenario era eso: la del escenario. Aunque ambas fueron auténticas, la Celia cotidiana exhibía inteligencia, férrea disciplina, puntualidad, profundidad de análisis, sentido práctico y profesionalismo, como rasgos esenciales en su triunfo.
Celia interpretó temas a lo largo de su carrera que pueden describirse como portadores de un feminismo reactivo. En muchos casos invierte o desactiva lugares comunes de la música popular, de raigambre masculina, patriarcal. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Fue un proceso? ¿Con qué ejemplos se puede ilustrar esta faceta de Celia Cruz? ¿Cuáles fueron sus razones?
No creo que haya sido un proceso premeditado: es cierto que por su propia experiencia, Celia encarna esa lucha feminista por el reconocimiento y el respeto a la individualidad personal y profesional de la mujer.
Favoreció (y esto es un hecho destacable) la presencia de mujeres compositoras en su repertorio con La Sonora Matancera, e incluso antes con otras formaciones, como la Gloria Matancera, cosa que tampoco era muy usual en orquestas y conjuntos.
Con su fama, las ayudó a darse a conocer y a que su labor como compositoras se tradujera en ingresos económicos por concepto de derechos autorales.
Pero quizá el ejemplo más elocuente de ese feminismo reactivo sea su interpretación de la guaracha “La sopa en botella”, compuesta por un hombre, el gran compositor Senén Suárez, quien se inspiró en un guaguancó, “El vivebien”, un canto al machismo y la explotación de la mujer que se había hecho muy popular por ese tiempo.
Suárez decidió escribir una respuesta —feminista del todo— y salió “La sopa en botella”, pensada —como contó en su día— para la voz de Celia. Al proponérsela, Celia de inmediato la aceptó y la convirtió en uno de sus temas más persistentemente populares.
Habiendo sido un poco testigo de tu faena, me atrevería a decir que este ha sido uno de tus empeños más laboriosos y complejos. Me confesaste que a veces te sentías cerca de ella, fortalecida por ella, mientras escribías. Me lo figuraba como una comunión entre mujeres que se protegen y se ayudan mutuamente. ¿Ha sido así?
Creo que sí, que esas energías suyas me han llegado o, al menos, siento que la concreción del libro, verlo impreso, es el reconocimiento suyo a la honestidad y dedicación con que abordé su investigación y escritura.
El ejemplo de Celia, como imagen de la mujer triunfadora a escala planetaria desde la superación personal y el compromiso con la cultura musical de su país de nacimiento, es muy fuerte e inspirador. Y esa inspiración trasciende nuestras fronteras, irradia a varias generaciones de mujeres, sobre todo cubanas y latinoamericanas.
Esto conecta con las luchas y las aspiraciones de las mujeres, va más allá de confluencias y diferencias políticas. No hay censura que pueda contra eso.
Justo ese sentimiento nos unió a las cuatro mujeres implicadas en el libro: Tania Cordero, editora; Pilar Fernández Melo; diagramadora y diseñadora de interior y Marietta González, colaborando en diseño de cubierta y el concepto de elementos de promoción. Y —como el feminismo que me gusta practicar y apoyar— de conjunto con dos hombres imprescindibles: Abel Ferro, diseñador de esa hermosísima cubierta, y Omer Pardillo Cid, al frente de la Celia Cruz Foundation, quien creyó en mi proyecto y me dio todo el apoyo para acceder a los archivos de Celia y a sus recuerdos y vivencias como su último mánager, amigo, casi hijo y albacea de su legado, el cual honra con sus acciones.
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* Esta entrevista fue publicada originalmente en Matria, se reproduce con la autorización expresa de su autora.