“La historieta está en terapia intensiva”, alertaba en 2009 Manuel Pérez Alfaro desde las páginas del periódico Juventud Rebelde. El aviso iba acompañado de un argumento que se ha repetido infinidad de veces: había jóvenes ansiosos por dar a conocer sus cómics, pero no contaban con una publicación periódica que se los permitiera, por tanto, en Cuba el noveno arte estaba en peligro de muerte.
Ahora quien ha muerto es Manolo; su deceso, a los 86 años, ocurrió en La Habana el 6 de agosto pasado. Su clamor era constante. Lo atestigua este fragmento de un amplio escrito suyo en el tabloide El Muñe, a propósito del Primer Encuentro Iberoamericano de Historietistas que se celebraría en la capital cubana en 1990, del cual Manolo fue uno de sus coordinadores: “Los artistas nacionales que se dedican a cultivar la historieta son mirados como especímenes raros que derrochan sus facultades inútilmente”.
Lo paradójico: esto lo manifestaba en el momento en que circulaban en el país el mencionado tabloide, que acogía obras de los más jóvenes; así como las muy populares revistas Cómicos y Pablo, en las que reconocidos dibujantes cubanos y extranjeros publicaban, y de las que él era miembro del Consejo Asesor. ¿A quiénes se refería, si los creadores tenían medios impresos, contaban con infinidad de admiradores y con un salón nacional de historietas?
Al parecer la subestimación provenía de sus propias filas, porque mucho antes, también en El Muñe, Manolo había señalado la profunda crisis que atravesaba la Sección de Historietistas de la Unión de Periodistas de Cuba, débil en su trabajo divulgativo e incapaz de organizar el susodicho salón, al punto que presagió su desaparición.
Contra eso batalló, primero que todo, elaborando guiones, entre los que cabe recordar Víctor Sierra, Mito Brito, Fefo, el cuentero y Camila. A ello se sumó el trabajo pedagógico, a dúo con Francisco Blanco, para perfeccionar el oficio de la escritura mediante el Curso Integral de Historieta, que derivó en Taller de “El Muñe”, en el que se forjaron muchachos que hoy sobresalen.
Manolo era infatigable para prestigiar el trabajo de otros. Desde su desempeño como Director Cultural de la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta difundió la experiencia del desaparecido Grupo P-Ele, al que pertenecieron los más significativos creadores del gremio; así como recordó la importancia que tuvo la revista ©Línea, que él proponía rescatar, para que la historieta cubana fuese conocida fuera de sus fronteras.
No pudo logarlo, pero más de una década después realizó, no sin múltiples contratiempos, una compilación que bajo el título de Contar con arte, festejaba los 30 años de la Editorial Pablo de la Torriente, en la que trabajó desde su fundación, en 1985. El cuaderno, sencillo en su acabado pero valioso en su contenido, reunía historietas de Tulio Raggi, Juan Padrón, Virgilio Martínez, Cecilio Avilés, Roberto Alfonso, Rafael Morante, Luis Lorenzo, Orestes Suárez…
Por su físico y su ímpetu, Manolo Pérez parecía un moderno Quijote, solo que nunca perdió el juicio. Murió con la esperanza de que autores actuales y futuros siguieran siendo reunidos en entregas que le dieran continuidad al hasta ahora único volumen de Contar con arte.
¿Por qué la propia revista OnCuba no dedica un espacio fijo y regular a los comics? Ese sería el mejor homenaje a grandes artistas e intelectuales que han dado su vida por el noveno Arte y han fallecido sin ver el fruto de tanto esfuerzo.