Primero, el estudio del clarinete en la Escuela Provincial de Arte “Olga Alonso” al centro de Cuba. Después, la enseñanza —pasión permanente e invariable en su vida— y a partir de ahí un amplio recorrido entre investigaciones, tesis, alumnos, descubrimientos… La profesora Giselda Hernández Ramírez es autora del Diccionario de la música villaclareña, publicado por la Editorial Capiro (Santa Clara, 2004) y del valiosísimo texto (desconocido por la gran mayoría): Arqueomusicología prehispánica de Cuba, en coautoría con el arqueólogo Gerardo Izquierdo Díaz.
“Yo estudié clarinete pero me gradué de nivel elemental y por determinadas situaciones no continué el nivel medio, pero empecé a estudiar para dar clases de Historia de la Música. En este sentido me ayudó mucho Isabel Díaz de la Torre, toda una institución, y la profesora de solfeo Nancy Romeu (de la familia de los Romeu). Así fui inclinándome por la educación musical, por la enseñanza de la historia de la música”, rememora, dejando claro lo siguiente:
“Siempre me gustó enseñar y es cierto que la sociedad construye determinados arquetipos y uno de ellos es que, en este contexto de la educación artística las personas que se dedican a la enseñanza: o son mediocres o no pudieron llevar a buen término una carrera de arte. Sin embargo, para que existan músicos y música tienen que haber profesores que enseñen y hay quienes combinan todo eso. El mundo del arte es muy competitivo y no está exento de esos arquetipos sociales”.
Hambre de conocimientos
“Empecé a dar clases en un período complicado, allá en los años ′90, y el contacto directo con mis estudiantes, los músicos y su familia me llevó a conformar el Diccionario… Tenía hambre de conocimientos y necesidad de reconocer a esos seres humanos, que se conociera la historia de esa región geocultural. Es una historia de aprendizaje y le agradezco mucho a la vida poder tocar muchas sensibilidades”, confiesa la Profesora Titular de Antropología del Instituto Superior de Arte de Cuba.
El Diccionario de la música villaclareña —una obra en construcción permanente— facilita la recuperación rápida y efectiva de toda la información que desea el lector. Al final se asientan las notas aclaratorias que a lo largo de la obra se decidió incluir, fuentes de relevancia así como las publicaciones periódicas que fueron revisadas en busca de información.
En 1998 y con la ayuda del arqueólogo Gerardo Izquierdo, la profesora Giselda Hernández inicia el estudio de los instrumentos musicales aborígenes desde una mirada antropológica, una parte desconocida de nuestra historia. Para ello y durante un largo período se introdujo en el mundo de la arqueología, participó en excavaciones hasta reposicionar al ser humano que tocó el instrumento. Hasta el momento no existen referentes de un trabajo similar.
“Llamarles ‘instrumentos musicales’ —aclara— es una asimetría desde el punto de vista cultural. No tenemos grupos originarios, por lo cual no sabemos como le llamaban a la flauta o a cualquier otro instrumento. Estos instrumentos habían sido descritos por los arqueólogos, pero el tejido del instrumento musical con el ser humano que lo utilizó, lo hice yo. Tuve la suerte de tener conmigo a Gerardo Izquierdo, a mi maestro de organología Lino Neira Betancourt, y en España a María Isabel Moreno Montoro, José Luis Anta, entre otros”, destaca.
Una etapa de la que se sabe poco o nada
Arqueomusicología prehispánica de Cuba está sustentado, aseguran sus autores, en el desconocimiento que sobre estas antiguas sociedades posee gran parte de la sociedad cubana actual. También se analizan algunos elementos como son: la continuidad del proceso histórico, donde ha estado ausente la falta de cohesión entre las investigaciones arqueológicas y los conocimientos que se imparten en las aulas, legitimados por planes de estudio donde aún predomina una visión eurocentrista.
La mayoría de los cubanos de hoy desconocen muchos elementos de estas sociedades ancestrales, sin embargo, existen relatos de cronistas como Bartolomé de las Casas o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que describen prácticas e incluso instrumentos musicales que seguramente tuvieran una función material más que estética pues aparecen entre utensilios del culto y los medios de la magia. Estas comunidades construyeron variados instrumentos de madera, concha y huesos de animales.
¿Por qué todavía existe en Cuba un vacío histórico abismal sobre esa etapa fundamental de la historia?
—Los colonizadores construyeron un correlato desde el poder donde, en primer lugar, se cuestionaban si las personas que vivían aquí eran seres humanos o no. La construcción del otro como un “salvaje”, como un “animal” al que hay que domesticar. Relaciones de poder acompañadas por el dominio de la tierra, por supuesto.
Esas sociedades no fueron exterminadas de golpe y porrazo, no obstante sí fueron excluidas de la literatura escrita, que es otro tipo de poder. ¿Por qué se hizo esa construcción del otro negativa? Porque era la única manera que tenían los colonizadores de hacerse de la tierra. Desafortunadamente sobrevive el correlato de que esas comunidades aborígenes desaparecieron por enfermedades, etc.
Otro elemento a tener en cuenta: hay una desconexión muy grande entre las investigaciones arqueológicas, históricas y lo que se transmite en la enseñanza. Al estar todo eso “parcelado” sucede que, por ejemplo, en las clases de Historia de la Música se dice que los aborígenes tocaban el mayohuacán, el botuto o bailaban el areíto, hasta ahí. Es una reducción de esa cultura, de esa superestructura donde había prácticas constructivas que estaban vinculadas con mitos matrices. En esas sociedades no existía el concepto de cultura, no había diferencias entre lo cultural y lo natural, todo estaba tejido…
Son estas algunas causas de ese profundo desconocimiento: el reduccionismo, el haber silenciado otras investigaciones que se hicieron sobre el tema, no darlas a conocer, la desconexión entre las investigaciones, los resultados y la enseñanza.