Había escuchado hablar de Claustrofobias. Unas veces con referencia a un libro de poemas; otras, para nombrar un sitio web. En ocasiones, con el añadido de “Promociones Literarias”, lo que suena a empresa de relaciones públicas, con oficina, empleados y una inmensa mailing list. Además, conocía de la obra de Yunier Riquenes (Granma, 1982), prolífico escritor del oriente cubano, con numerosos reconocimientos por su trabajo creativo en varios géneros.
Fue en Matanzas, días antes de que la pandemia llegara a Cuba, durante la Feria del Libro, cuando pude empezar a atar hilos. Claustrofobias Promociones Literarias eran dos sujetos menudos afincados en Santiago de Cuba, escasos de recursos, diestros en el oficio de soñar y con altruismo y generosidad a prueba de desilusiones: Yunier Riquenes y Naskicet Domínguez.
Naskicet es Licenciado en Computación y Matemática, fotógrafo, productor y realizador audiovisual, diseñador gráfico y un experto en el mundo digital. Es decir, son dos que valen y hacen por muchos.
A Yunier lo he sumado a algunos de mis proyectos editoriales. Siempre cumple con calidad, aunque tiene un sentido del tiempo muy “santiaguero”, donde “ahora mismo” puede significar “el mes que viene”; y “ahorita te envío el texto”, “ponte a hacer otra cosa, que hasta la semana que viene no vas a tener noticias mías”. Y para conseguir esta entrevista no hubo excepción.
Es Licenciado en Letras por la Universidad de Oriente (2006), casa docente donde obtuvo un Máster en Estudios de Lengua y Discursos (2022). En su hoja de vida se presenta como narrador, poeta y escritor radial y audiovisual. Trabaja como investigador en la Casa del Caribe y en los Estudios Siboney de la Egrem, en Santiago de Cuba. Ha recibido becas de creación, entre las que se cuentan la Tristán de Jesús Medina (Bayamo, 2004), Razón de Ser (La Habana, 2005), Fronesis (La Habana, 2008), Silvestre de Balboa (Camagüey, 2009) y la Dador (2011).
De su nutrido catálogo cito cuatro títulos: La quietud (novela. Ediciones La Luz, 2015), Historia de amor de una perra de pelea (novela. Ed. El mar y la Montaña, 2016), Las coincidencias (género híbrido. Ed. Matanzas, 2020) y Tienda de mascotas (narrativa. Ed. Oriente, 2018).
Los tres primeros, reconocidos con el premio La Puerta de Papel, que otorga la Feria Internacional del Libro a los títulos más relevantes del año entre los editados por los veintidós sellos que integran el Sistema de Publicaciones Territoriales. Tienda… fue distinguido con el Premio del Lector en la Feria Internacional del Libro de La Habana, 2018.
¿Cómo fue nacer y pasar tu infancia y juventud en Jiguaní? ¿Habrías escogido otro punto para aterrizar en el planeta Tierra?
El Granizo, en Jiguaní, provincia de Granma, le dio parte de su esencia a mi alma. Mucho de lo que soy tiene que ver con eso. Desde las puestas de sol y amaneceres, las polimitas, las palmas, el fuego, la siembra y la cosecha, mis abuelos, mi tío Santiago y los perros, la pesca, los naranjales, la neblina de El Granizo, y la gente del valle El Yarey.
Tal vez quien lea esta entrevista no tenga idea de dónde quedan esas coordenadas, y es sencillo, en un caserío al borde de la carretera central, como escribiera el poeta Reynaldo García Blanco.
Allí mi madre, mi hermano y yo fuimos felices, reímos y lloramos, comimos juntos las mejores cenas, hasta que comenzamos a partir cada uno por su rumbo y dejamos atrás aquellos recuerdos, rotos.
Como fue lo que me tocó, no pienso en otro lugar más propicio para nacer. Cada persona tiene su destino.
¿Alguien, alguna lectura, fue determinante en tu despertar hacia la literatura?
Descubrí la lectura en El Granizo. Mi madre fue maestra, enseñaba a leer. En la mesa de comer se colocaban los libros. De niño, me regalaron libros, y vi libros en todos los rincones de mi casa, incluido el baño. Allá, viviendo en El Granizo, en ese caserío.
Entendí muy temprano que quería escribir. Me puse a llenar, desesperadamente, libretas y libretas. Y luego me fui a la Casa de la Cultura en Jiguaní, donde conocí a Berena Fonseca, que me llevó a Delis Gamboa, otro amigo escritor de la zona. Delis me contó la historia de Carlos Casasayas, el escritor del pueblo que tenía libros publicados. Luego hicimos el grupo de narrativa Hacedor, que fue punto de partida y empuje, familia literaria y familia de sangre. Esta historia es larga y hermosa en detalles.
En Hacedor comenzamos a estudiar y a leernos entre nosotros. Delis entró al Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en la primera edición; y en la segunda, caí siendo casi adolescente. Desde entonces no he dejado de escribir.
Viviendo en El Granizo, escribiendo con máquina de escribir con papel carbón, obtuve el Premio Razón de Ser, mención en el concurso de cuentos de la revista La Gaceta de Cuba, y el premio de cuento de la revista Cauce, entre otros. Siempre que recuerdo eso, sonrío y les digo a mis amigos jóvenes que no hay límites si uno trabaja, y manda. Aquel tiempo de lectura y escritura durante madrugadas enteras en El Granizo no ha vuelto. La vida cambió.
Te licenciaste en Letras en la Universidad de Oriente (2006) y justo ese año comienzas a vivir en Santiago de Cuba. ¿Cómo fue el tránsito? ¿Cómo era el Santiago de aquellos años? ¿Ha llegado a ser Santiago para ti “el sitio en que tan bien se está”?
Un año antes de terminar la licenciatura, me dije que no regresaría a casa. No sabía dónde iba a vivir, pero tenía claro que no iba a volver.
Cuando muere mi abuela, en el funeral me encontré con uno de mis tíos, que vive en Santiago. Me dijo que podía irme a vivir a su casa. Y eso hice en el inicio. Me quedé en Santiago. La ciudad que me ha dado empuje y competencia.
Desde Santiago he conocido parte del mundo y he podido hacer, profesionalmente, casi de todo; escribir; aprender en los medios; aprender de la cultura popular y su gente, del amor y el odio, del reconocimiento y la ignorancia.
Cuando llegué, Santiago era una ciudad con una vida cultural muy fuerte. Todavía me encontraba en un sábado del libro con Electo Silva, y el Festival Internacional de coros invadía plazas y parques. El festival Máscara de Caoba traía lo mejor del teatro cubano, y aquí tuve las primeras ferias del libro, donde comencé a conocer a otros escritores.
Santiago fue, al inicio, la apertura hacia una cultura cubana prácticamente desconocida para mí. También fue la Universidad de Oriente, donde estudié; mis compañeros y profesores; las galerías; el Teatro Heredia; la sala Dolores; las librerías, sobre todo la Renacimiento, que nutrió mi biblioteca personal; el café la Isabelica, que aún vendía café. Y alternar con personas que han sido mi escuela: Reynaldo García Blanco, León Estrada, Aida Bahr, Jorge Luis Hernández, Daysi Cué, entre muchos otros que me han puesto desafíos. Y en Santiago de Cuba he escrito y he podido hacer y escribir radio, guiones para documentales, fundar eventos culturales, dirigir revistas. Y tantas cosas… Santiago de Cuba, sobre todo, me enseñó a aceptarme: quién soy y qué soy.
Al volver la vista atrás, noto que mucho de aquella ciudad se ha perdido. Hay una Santiago de nostalgia y añoranza. Pero hay, también, una Santiago presente, a la que cada día le agradezco haberme aceptado en esta tierra donde pude encontrar tantas personas que me brindaron y me brindan su cariño.
Por mi cuenta, que puede no ser exacta, durante tu vida de estudiante acumulaste, entre premios y becas de creación, once reconocimientos por tus cuentos en diferentes concursos de todo el país. ¿Cómo fue tu experiencia de “autor laureado” en el entorno estudiantil? ¿Había aceptación de tus profesores y condiscípulos?
Desde el preuniversitario recibí reconocimientos por mi literatura. Y la verdad, fue un período hermoso. Mis compañeros y profesores siempre me demostraron mucho cariño. Fue un tiempo muy satisfactorio. Estando en la vocacional, entré al Centro Onelio; y en la universidad, estudiando Letras, gané el premio Cauce y publiqué mi primer libro, y otro libro más.
Mis profesores nunca fueron un problema. Muchas herramientas que empleo hoy en el trabajo las obtuve en la universidad. Mis profesores decían que en las aulas no se aprende todo, que había que seguir estudiando. Me quedé con esa idea, y fui abriendo ciclos de temas que no estudié en la academia. Aún lo hago.
Después de graduado comienzas a darte a conocer, además, como poeta. ¿La poesía llegó “después” a ti como ejercicio consciente de la palabra con un alto sentido connotativo? ¿Tienes una definición personal de poesía o de algún autor que exprese tu visión sobre esa sustancia “elusiva”?
Hay muchas poéticas y definiciones de la poesía: un caracol nocturno, un talismán, la lámpara del mundo. La poesía es para unos la que salva o la que mata. Para otros, la poesía Es, No es.
Siempre leí poesía y, aunque comencé a escribir narrativa, en la narrativa que escribo hay mucho de poesía. Casi sin darme cuenta —tal vez por estar rodeado de poetas—, propuse un libro de poemas en prosa que me dio resultado. Luego vino un amigo y me dijo que soy poeta, y ya está. Pues sea bienvenida la poesía.
Siempre que escribo poesía se me abren los caminos. Y la aprovecho en todo: en la radio, el periodismo, la narrativa… La poesía es una herramienta poderosa para comprender el mundo, es una técnica de observación participante.
Ejerces diferentes géneros literarios y para diferentes públicos. ¿En cuál sientes que se expresa mejor el Yunier artista? ¿Es igual de complicado escribir para adultos que para niños y adolescentes?
Escribo lo que escribo por necesidad. Comencé con narrativa para adultos y luego escribí una novela para jóvenes. Después llegó la poesía y vino el periodismo, porque era necesario como herramienta en la promoción cultural. Había que aprender a entrevistar y perder el miedo al otro.
El periodismo fue otra senda; tanto, que últimamente hago mucho más periodismo para vivir y reconocer; para narrar también. Tuve dos profesores: Sergio Rodríguez Blanco y Federico Mastrogiovanni, que terminaron de demostrarme lo que es el Periodismo.
De 2019 a la fecha he estudiado periodismo como una carrera, y falta mucho, por supuesto; talleres, cursos, becas —algunas de ellas certificadas y reconocidas. Hoy tengo varios libros más allá de mis libros de entrevistas de preguntas y respuestas, que me conectaron con un mundo del periodismo en Iberoamérica.
Por otro lado, la literatura para infantes y adolescentes es un desafío para comunicarme con ese público tan especial, divertirme con ellos y pensar juntos. Por eso escribí Historia de amor de una perra de pelea, el relato de una perra que no quiere ser una máquina de matar, porque desea ser madre; o la serie de Tigre, un gato que habla de conflictos en la familia, emigración y otros asuntos; o la relación de padres e hijos en No apto para mayores.
Por sugerencia de León Estrada, me dedico además a la investigación, y hago selecciones y antologías de entrevistas y de otros asuntos. Así he podido publicar libros que promueven la literatura cubana: la compilación de entrevistas de José Soler Puig y Eduardo Heras León; la valoración crítica a la obra de Jorge Luis Hernández; y selecciones de poemas y narraciones.
Siempre que escribo un texto es dedicación, investigación, sacrificio y goce. No importa el género.
Señala los tres libros tuyos que deberíamos recomendar a nuestros lectores.
Es una petición difícil. Pero me atrevo a sugerir tres. La compilación de entrevistas Eduardo Heras León: En el aula inmensa de la vida. No es un libro “mío”, sino una selección de entrevistas concedidas por Heras. Lo realicé con Ediciones La Luz para la feria del libro dedicada a este importante maestro y narrador. El libro recoge parte de la vida de Eduardo y de la cultura cubana.
Historia de amor de una perrade pelea sería el segundo: un librito para jóvenes. Y el tercero… Sin publicar tengo varios libros, entre ellos una novela que aborda el tema de la prostitución masculina y la prostitución del carácter. Es antropología y testimonios de vida. ¿Puedo señalar un cuarto libro, también inédito? Es de periodismo; recoge historias impresionantes sobre la diversidad sexual en Santiago de Cuba. Traicionando a los otros, esos pueden ser los títulos recomendados.
¿Qué es Claustrofobias?
Claustrofobias primero fue la puerta a la poesía, Premio Pinos Nuevos 2009. Eso me confirmó que la poesía podía ser algo más. Después apareció Naskicet Domínguez con aquella historia de regalarme un sitio digital para que pudiera publicar mis textos. Y así comenzaba, sin saber, Claustrofobias Promociones Literarias.
Era un proyecto que no era para alimentar mi ego, sino para incluir a muchos. Ese fue el inicio de una maquinaria que tenía portal digital, librería, programa de radio, club martiano, talleres de escritura creativa, sello editorial, y mucho más.
Por la inteligencia de Naskicet, Claustrofobias se adelantaba mucho en el tiempo. En 2012 ya trabajábamos con código QR, y otros asuntos que se comprendían poco. Recordemos que solo con la COVID-19 se abrió en Cuba el entendimiento de la necesidad del teletrabajo y otros temas del mundo digital. La resistencia era feroz.
Así andábamos, batallando y proponiendo. Claustrofobias era un laboratorio permanente de la promoción cultural. Claustrofobias fue y es un sueño dentro de un sueño, a veces sin saber cómo íbamos (vamos) a despertar.
Ha sido un proyecto que, con nuestros recursos, se ganó el prestigio y la confianza de mucha gente. Eso intentamos. Esa visión la impuso sobore todo Naskicet: pensar en el el lector, en la persona que siempre busca un libro.
¿Qué sería necesario para que todo lo que engloba Claustrofobias tuviera mayor visibilidad?
El proyecto se proponía ser renovador; fue pionero. Vivimos en Santiago de Cuba y a veces, para comenzar, eso no se perdona. Naskicet proviene de El Cristo y yo, de El Granizo, dos barrios profundos. Nuestros padres, obreros; una maestra y una sanitaria de la Cruz Roja. Eso tampoco se perdona.
Este año cumplimos nuestra primera década, y cuando revisamos lo que hemos hecho con sacrificio y ahorros (porque prácticamente no hemos tenido financiamiento), te das cuenta de que es muy grande el proyecto. Dos personas con muchos colaboradores en Cuba y el extranjero que sirven de fuente, que brindan información gratuita.
Actualmente, salvaguardamos parte de la historia literaria de este país en diez años, registros fotográficos, archivos de audio y una base de datos, extraordinaria. Claustrofobias ha recibido, primero, el premio de muchas personas, el reconocimiento, y premios de comunicación y trabajo comunitario en Cuba y el extranjero, pero a veces tampoco eso vale mucho, y la ignorancia sale a flote. Tal vez debimos apostar por alguna beca y marcharnos; pero aquí estamos aún.
Claustrofobias me enseñó que hay personas que van construyendo sueños, y que el trabajo de otras personas es espantar los sueños, sin pensar en familia, identidad ni país. Y a pesar de todo debes seguir, seguir soñando.
¿Tu labor de promotor de la literatura cubana invisibiliza tu papel de escritor?
He podido escribir y promover. La promoción cultural es parte de mi escritura. Siento que no compiten la escritura de ficción con la de no ficción, las disfruto ambas.
A veces reconocen más mi trabajo como promotor que como escritor; a veces, a la inversa. Lo importante es trabajar, escribir la historia que necesitas contar. Siempre escribo. Después de que apareció el celular, escribo más. Aprovecho formatos, leo. La escritura me sorprende en cualquier parte. Y la escribo en bloc de notas, en cualquier papel, o en archivos de audios. La idea la debes atrapar en cuanto llega el flashazo.
¿Por qué, en tiempos de crisis, promover la lectura en lugar de dedicarse a una actividad lucrativa, que alivie el día a día?
El libro y la lectura nos salvan muchas veces de la desilusión y la desesperanza. Promover libros es promover libertad y pensamiento. Es promover acción. Sin la promoción de libros y de lectura no puede transformarse el mundo, ni se puede entender la necesidad de proteger la naturaleza, los animales, de ser mejores personas.
Promover el libro y la lectura debe ser un desafío constante para cada nación donde se visibilice lo más grandioso y diverso de la cultura; incluyendo y no excluyendo, sumando temáticas y líderes de la promoción. Sin promover el libro y la lectura no habrá futuro alguno. Por eso me empeño en esa acción.
La promoción literaria no es un informe ni una tarea. El trabajador del libro, el promotor, debe desarrollar siempre sensibilidad por el libro, lectores y autores. No puede andar por el mundo matando la magia de las páginas con poses en fotos y post pálidos que atentan contra la literatura nacional.
¿Qué ha significado 2022 para ti?
Ha sido un año de aprendizajes. Entendí de una vez la fugacidad de la vida. Seguí perdiendo amigos y personas queridas en tiempos post COVID, por el cáncer, por infartos. La vida te va mostrando que también es eso y que es efímera.
Fui aprendiendo que en los proyectos con amigos debes escribirlo todo, y tratar de que no entre una tercera persona a envenenar el corazón del amigo, y terminar cuestionado y ofendido, y brindar la otra mejilla y dejar la sanación al tiempo; a veces te hacen sentir la peor persona del mundo, pero uno encuentra paz cuando al fin te convences de que no vas sembrando maldad, y que aun cuando alguien te acuse de saboteador, solo tienes bondad para brindar.
En 2022 tuve también bendiciones y nuevos amigos, y mi familia, que aún en la distancia siempre está salvándome. Aprendí otra vez que uno se equivoca y descuida a las personas que ama por el trabajo, sobre todo en estos dos años en los que he trabajado por diez. Pero he podido terminar una maestría, cursos, recibir premios, y tener el cariño de mucha gente y de mis gatos. A veces son las caricias de los gatos las que me salvan del vacío.
Aprendes que aun en apagones debes encontrar una luz, una luz en la precariedad de un país. Y en 2023 uno debe seguir aprendiendo, porque la vida es eso. Aprender, y perder y ganar. Y saber que hay cosas malas, pero también hay otras para celebrar.